Caos y orden es la eterna batalla entre dos significados antagónicos, entre dos contendientes necesarios y necesitados el uno del otro. Dos posturas que nos sitúan, sin quererlo, en uno u otro bando, uno más contestatario, el otro más consentido y posiblemente más admirado.
El caos es alegría, es el alborozo de las cosas, es plenitud
en los pensamientos alborotados, agolpados, en las ideas fulgurantes de poca
vida o de muerte prematura; es la vida que espera, también la de los objetos
eternos que no esperan nada de la eternidad. El caos es progreso, es
exploración, es perderse en una vida de cientos o miles de zozobras. También vive,
persiste y resiste en la vida queda, afable, reposada, que esconde secretos que
nos aguardan y que nos necesitan. El caos es enredarse, vivir el desconcierto,
sucumbir a la desorientación y ascender a la superficie a brazadas, como el
exhausto nadador que se ve con el agua al cuello. El caos es desafío, un reto
perdurable o imperdurable que busca una solución no permanente, pero certera y
eficaz. El caos es lo impredecible, lo inesperado; es vida vivida en cada punto
y en cada extremo, que la excita, que la conmueve, es como ese gran amor: bien
para vivirlo o bien para ordenarlo. El caos es la aspiración al orden, a un
orden infinito, inconsistente, interpretativo.
El orden es método, es agostar la ilusión, es adormilar lo
impredecible. El orden es la calma del segundero golpeando en su corazón de
rueda dentada, es inmiscuirse en un movimiento de rotación infinito para no
olvidar dónde comienzan nuestras cadenas, para sentir que la libertad es solo
el espacio comprendido entre un tic y un tac. El orden es conservador, con una
aspiración genética, intrínseca, íntima, por mantenerse. Es rigidez, tiesura,
rezura y estructura monocolor, de formas simétricas, de ángulos rectos o
perpendiculares todo lo más. El orden es la obsesión y aspiración de la especie
humana para vanagloriarse de estructura férreas coquetas; de alienación
constante e incesante, sin quebrantaduras ni eslabones defectuosos, de simpleza
de ladrillo.
Viviré, por tanto, mi caos, ese orden vital que se enfrenta
a lo geométrico, esa anarquía creativa que insulta al autoritarismo, a esa
dictadura de las reglas rígidas, tiesas y envaradas. Viviré este caos que me
acoge y me recibe cada día hasta llegar al orden definitivo, ese orden
inevitable, de silencio, que todo lo aliena, que todo lo endurece, que te roba
los sentimientos y hasta las expresiones. Viviré mi caos hasta que me alcance ese
orden de muerte, ese orden de la nada.
© j.c atienza. Diciembre 2021.