viernes, 31 de agosto de 2018

La mala educación IX. ¡QUÉ BIEN VIVEN LOS MAESTROS!


¡QUÉ BIEN VIVEN LOS MAESTROS!

Si antes, y no hace tantos años, después de comer era costumbre la copa y el puro, en estos años actuales donde todo se ha dulcificado, sigo sin renunciar a la copa, pero el puro lo he sustituido en esta época estival por esa frase que lanzo como un exabrupto y que tanto ayuda a la digestión como reconforta el espíritu: ¡Qué bien viven los maestros!

Y lo digo cuando muchos vienen a llenar de nuevo el espacio vacío que dejaron con su marcha estival, cuando agosto anuncia su final en el calendario, y lo digo muy alto y en cualquier lugar que me encuentre y muy especialmente en terrazas veraniegas, restaurantes, así como en tertulias y reuniones familiares.

Tampoco voy a negar que, aunque ya jubilado, este tiempo de estío y ocio es un bien innegable para la salud en el que, además de lucir un moreno natural, justo en su punto de cocción, rejuvenece unos años y renueva las ilusiones. Por otro lado, son tantos y tantos los planes que se han llevado a cabo que todavía harían falta unos meses más para poder terminar los que se han quedado a medias o a punto de empezar.

Para nosotros, maestros y maestras, profesoras y profesores, son fechas en las que no hay horizontes, en las que el sol marca, como antiguamente, las horas. Los días de la semana, como me dijo un buen amigo profesor, pierden hasta su nombre. Nunca, como en estas fechas y por tanto tiempo, se consigue una igualdad de tal magnitud en el calendario. Durante unos meses, no hay distinción entre los días obreros de los días nobles. Sólo algunas fechas cobran importancia, especialmente la que marca el principio y el final de las vacaciones, el resto, vive en una soberana indiferencia de modo que, si las borrasen del calendario a nosotros, maestros y maestras, no nos importaría.

Y ahora, a las puertas de septiembre, cuando me preguntan con satisfacción en su rostro y ese aire de venganza y mala leche: «¿Ya os queda poco para empezar?» Yo, más me vanaglorio de mi profesión y les contesto: ―Aún me faltaría un mes. Y es que «¡Qué sana puede llegar a ser la envidia!»
¡Qué bien viven los maestros!

© El embegido dezidor.