domingo, 31 de octubre de 2021
Tarde de otoño.
miércoles, 20 de octubre de 2021
Ayuso y su educación "regalada".
Habló Ayuso, y lo hizo por
esa boca de eco y noticiario, entre el discurso pugilístico y cortesano, entre
lo bravío y lo vulgar, o con ambos, porque es de su naturaleza ser generosa,
braveadora y buscarruidos.
Habló Ayuso y causó pavor,
incredulidad, irreligiosidad y aplausos que, en esto, como casi en todo, va por
barrios; y ella, encopetada y farfantona, anunció el final de una educación
regalada. ―¿Acaso hay mejor regalo? Me pregunto―. Será porque Ayuso no ha tenido
una educación regalada, o porque su educación no fue ni mucho menos un regalo,
tiende al reduccionismo, a la idea desnuda, sin curvas y sin lencería y, por
ello, ha causado tanto revuelo en redes y fuera de ellas, porque la sencillez e
incluso la simpleza no son solo bien entendidas, sino veneradas.
Pero prestando atención a su
discurso, o a la falta del mismo, y teniendo como precedente la animadversión
que la presidenta siente o padece por la escuela pública, que podrá ser escuela,
pero en sus desvelos no es educación, afirmo que ha sido mal entendida. Conclusión
a la que llego por descarte. Si la escuela pública no es educación y en la otra
escuela, la de empresa y billetera, se paga hasta por figurar, queda únicamente
la escuela concertada como ejemplo real de educación regalada.
Y Ayuso ha advertido, y lo ha hecho por adelantado; de modo que una vez que estos «regalos» para matricularse en
una educación subvencionada por la teta del Estado desaparezcan, puede que lo
que se entendió por un privilegio defendido a capa y espada por plazas, bares y
velorios con lacitos naranjas y enseñas rojo y gualdas, sea ahora un castigo
por querer pertenecer, de apariencias, a una clase social por encima de sus
posibilidades, pues es, al fin y al cabo, un episodio más en la lucha de
clases, pero donde solo combate una: la de Ayuso.
© j.c atienza.
lunes, 11 de octubre de 2021
Feria del libro de Navalcarnero: un oasis.
En Navalcarnero, más que una feria
del libro, se ha presentado una miniferia. Una feria seguramente meditada,
parida con cariño y crecida entre arrumacos, pero de la que han huido los
libreros. Indicador este, indiscutible, de que el ideario no ha funcionado bien
o que el ideador/a, siempre voluntarioso/a, sufre y asume las consecuencias de
decisiones de última hora, poco instruidas y ajenas a su persona. La feria, en
definitiva, ha sido una de esas ferias impostada, artificiosa, incluso obligada,
una feria de adorno, para salir del paso, con ilusión seguro, pero con
afligimiento. Una feria que se muestra como una prostituta novata, sin
atractivo, que no sabe bien dónde ubicarse y espera la noche para no mostrar
sus vergüenzas o sus carencias. Porque la feria, no nos engañemos, ha sido una
pequeña pústula en el solar de la plaza, o si se quiere, una fortificación
enfadada que le da la espalda al mundo o, para los más optimistas, una nueva
Numancia que se resiste al cerco de las cañas y tapas.
Y si alguien piensa que esto es
ficción, bien le aseguro lo contrario, que tal vez, por eso de incentivar, habría
que fomentar: «Un libro, una caña y una tapa», y así, esa libertad de soflama y
telediario, tan avasalladora como poco convincente, de cañas y tapas me refiero,
se parecería un poquito menos a esa libertad —la real, la verdadera, la que
sufrimos— de «cañas y barro», al menos en apariencia, pues en eso se ha quedado
esta feria, en una apariencia. Y después de esta disertación y búsqueda de
epítetos y calificaciones, sin pretender ser un agorero, o al menos no tanto,
me quedo con la palabra oasis como el mejor símil para resumir lo que ha sido
esta feria.
Pero es momento de ser optimista, y
más vale poco que nada, que siempre es mejor ver el vaso medio lleno que medio
vacío. Que, si bien podría ser vista como una amante despechada en una España
de mantilla y escapulario, ésta ha sido generosa y entrañable, y ofrecida y dadivosa.
Por tanto, debemos celebrar, como amantes de los libros, que tuvimos nuestra
feria, como también la tienen los amantes de las tapas, que ambas no son incompatibles.
Y para nosotros: lectores, escritores
y libreros, y gente del mundo de la literatura, este pequeño aposento es una
gran conquista, que sabe muy bien, porque es conocido que en el mundo del libro
lo poco es mucho y lo pequeño grande. Es mi obligación felicitar, con el más
sincero agradecimiento, a todos estos guerreros/as sin antifaz que, desde sus
acantonamientos, nos abren las páginas de los libros como banderas para ondear
libremente en nuestras cabezas y de quienes, con mucha voluntad, consiguen que
año tras año la ilusión por los libros continúe.
© j.c atienza. Octubre 2021