viernes, 26 de marzo de 2021

DE HATERS, SALTEADORES Y MERETRICES

 

¿Es el ocio la nueva enfermedad de la sociedad del siglo XXI? A tenor de los acontecimientos así lo parece, y si todavía no lo es, los síntomas son más que preocupantes. Nos hemos acostumbrado a vivir rápido, casi despreciando y desperdiciando, cuando no castigando, las cualidades de nuestros sentidos, mutilándoles los matices. Vivimos con gran intensidad, en muchos casos inexplicable y en otros inaudita, queriendo vivir en un corto espacio de tiempo lo que hubiese requerido de horas, y esto, también se trasmite a nuestro ocio.

La insatisfacción que el ansia provoca, esa ansia de ser y estar felices, anhelando una felicidad rápida, que también se compra y se consume, nos predispone al encuentro de fórmulas nuevas de ocio que, fuera de los lugares destinados a ello, nos cuesta encontrar. Y, ciertamente, imposibilitados ya para esa exploración, perdido nuestro punto de origen, nos abocamos a sanar nuestras insatisfacciones en lugares más cercanos e incluso más íntimos: nuestros hogares, nuestro ordenador; y lo hacemos desde lo más simple y banal y, por tanto, desde lo más inmeritorio. Y es en este punto cuando surge «la mala baba», y nuestras propias frustraciones, nuestros propios desprecios, nuestra triste vida se desparrama a través del teclado y viaja anónima en la nube hasta llegar a su paradero, y no lo hace para crear, ni siquiera para criticar, sino para destruir, para arramblar y asemejarlo todo a ras de nuestras tristes vidas. De ahí los «hater» y demás especímenes cicateros, salteadores de la conversación y meretrices de la palabra que, después, sobre el terreno que pisan, sin más compañía que su propia sombra, mantienen la compostura serena y la palabra calmada para no decir nada, para aceptar o sucumbir, o simplemente para no hacerse notar.

Pero tal condición, que es intrínseca al desarrollo de la humanidad, si bien antes era en los corrillos y en pequeñas reuniones a la puerta de la iglesia o del colegio, ahora se hace individualmente y, como entonces, pero actualizados a estos tiempos digitales, se buscan alianzas anónimas en las redes y el consuelo del aplauso y del «me gusta», y, así, al menos, queda la satisfacción de haber sido por unos instantes, el/la protagonista.

A ver si va a tener razón un pedagogo, conocido mío, cuando allá por los años noventa, afirmaba que el mal de pueblo era el exceso de tiempo libre que, de otra manera, estaría más ocupado en resolver sus problemas que en generárselos a los demás.

 

© El embegido dezidor. 

domingo, 21 de marzo de 2021

MAESTROS ESTRELLA Y MAESTROS ESTRELLADOS. La mala educación XXI.

 

Es evidente que en esta profesión —a la del magisterio me refiero—, como supongo ocurrirá en las demás profesiones, siempre han existido y existirán los buenos, los malos, los entusiastas, los desanimados, los vocacionales y, por supuesto, también los «pasados» o los «quemados».

Pero de un tiempo a esta parte, me encuentro con una nueva partición —hasta ahora desconocida por mí fuera de los corrillos de puerta de colegio—, que dudo sea extensible a las demás profesiones porque en ésta, y he aquí lo curioso, nace desde el mismo embrión de la escuela, es decir, desde los propios maestros. Y es que ahora tenemos, además, profesores estrella y, por el contrario, los estrellados, es decir, el resto. Y para constatar tal hecho y demostrar que no es consecuencia de mi iracundia, pásense por los muros de redes sociales de algunos de los «agraciados», pues verán que han aparecido concursos y quién sabe si vendrán también programas —tras exhaustivos estudios para preparar audiencias— de entretenimiento en vivo en los que participe la gleba con sus votos

Y esta aclamación —la de los agraciados—, que roza la glorificación, me pregunto si no es, en muchos casos, más que la aceptación o la adaptación de algunos o muchos de estos buenos maestros a los postulados de sus votantes o de las empresas que les aúpan, a los que, en un futuro, se deberán para no ser denostados o quemados en el patíbulo.

Pero si algo es más sorprendente en una profesión poco dada a las alegrías, es la promulgación de su nominación, incluyendo una buena ración de sabiduría que, lejos de ser lección, pretenden que sea dogma a seguir; como si los maestros necesitasen más gurús para realizar sus trabajos. Y no reprocho este hecho —el de airearlo en las redes sociales con laureles y pétalos de rosa si es necesario—, no, sino el desprecio que desprenden hacia la labor de otros profesionales que cumplen sus objetivos o que lo intentan; cuyos métodos se alejan notablemente de las «modas estrella», o no tanto, y cuyos resultados no difieren en absoluto —como nos pretenden hacer creer desde sus púlpitos con sus discursos triunfalistas y demoledores—, de los «maestros estrella».

Y si alguien ve en mí un prurito de envidia, que no faltará quién, a mis años, y ya retirado, fueron mis alumnos quienes me otorgaron el título del «Abuelo Maestro», y llevaron a sus hijos para que siguiera siendo su maestro. ¿Acaso hay mayor recompensa?

 

© El embegido dezidor.