lunes, 13 de diciembre de 2021

Caos y orden.

 Caos y orden es la eterna batalla entre dos significados antagónicos, entre dos contendientes necesarios y necesitados el uno del otro. Dos posturas que nos sitúan, sin quererlo, en uno u otro bando, uno más contestatario, el otro más consentido y posiblemente más admirado.

Si a uno le dieran a elegir entre el orden y el caos, no sería una diatriba difícil de resolver, que la decisión estaría tomada de antemano, bien porque la práctica o la experiencia han sido muy influyentes, o porque nació congénita en mi persona con una disposición genética a la dispersión.

El caos es alegría, es el alborozo de las cosas, es plenitud en los pensamientos alborotados, agolpados, en las ideas fulgurantes de poca vida o de muerte prematura; es la vida que espera, también la de los objetos eternos que no esperan nada de la eternidad. El caos es progreso, es exploración, es perderse en una vida de cientos o miles de zozobras. También vive, persiste y resiste en la vida queda, afable, reposada, que esconde secretos que nos aguardan y que nos necesitan. El caos es enredarse, vivir el desconcierto, sucumbir a la desorientación y ascender a la superficie a brazadas, como el exhausto nadador que se ve con el agua al cuello. El caos es desafío, un reto perdurable o imperdurable que busca una solución no permanente, pero certera y eficaz. El caos es lo impredecible, lo inesperado; es vida vivida en cada punto y en cada extremo, que la excita, que la conmueve, es como ese gran amor: bien para vivirlo o bien para ordenarlo. El caos es la aspiración al orden, a un orden infinito, inconsistente, interpretativo.

El orden es método, es agostar la ilusión, es adormilar lo impredecible. El orden es la calma del segundero golpeando en su corazón de rueda dentada, es inmiscuirse en un movimiento de rotación infinito para no olvidar dónde comienzan nuestras cadenas, para sentir que la libertad es solo el espacio comprendido entre un tic y un tac. El orden es conservador, con una aspiración genética, intrínseca, íntima, por mantenerse. Es rigidez, tiesura, rezura y estructura monocolor, de formas simétricas, de ángulos rectos o perpendiculares todo lo más. El orden es la obsesión y aspiración de la especie humana para vanagloriarse de estructura férreas coquetas; de alienación constante e incesante, sin quebrantaduras ni eslabones defectuosos, de simpleza de ladrillo.

Viviré, por tanto, mi caos, ese orden vital que se enfrenta a lo geométrico, esa anarquía creativa que insulta al autoritarismo, a esa dictadura de las reglas rígidas, tiesas y envaradas. Viviré este caos que me acoge y me recibe cada día hasta llegar al orden definitivo, ese orden inevitable, de silencio, que todo lo aliena, que todo lo endurece, que te roba los sentimientos y hasta las expresiones. Viviré mi caos hasta que me alcance ese orden de muerte, ese orden de la nada.


© j.c atienza. Diciembre 2021.