miércoles, 15 de noviembre de 2017

"ESPAÑA ODIA A CATALUÑA" . Sobre Cataluña y otras naderías.

Tal afirmación, no puede ser considerada más allá de una finalidad propagandista, pero es obvio, y sería inocente ignorarlo, que tal afirmación encierra un deseo empírico de generar ese odio que alimenta, y mucho, las bases del nacionalismo, venga de donde venga; y ha sido y sigue siendo desgraciadamente, uno de los argumentos más recurridos para encender los sentimientos y el sentimentalismo de una masa de población fácil de seducir.

Aunque sólo fuera por el fútbol, tan importante en estos nuestros territorios, queda más que patente que ese «odio» al que aluden las prodigiosas mentes del proceso independentista no es cierto. Bastaría con contar los seguidores que un club de fútbol como es el Barcelona, que precisamente no le ha hecho ascos al proceso independentista, tiene en el resto del Estado. Sólo con un ejemplo tan simple bastaría para desechar tal afirmación. Pero también se han ignorado las manifestaciones de apoyo que han surgido en las diferentes ciudades del Estado defendiendo el derecho a votar, así como otros actos de confraternización, por medios de comunicación estatales y no estatales y organizaciones políticas y sociales.

Pero no se puede negar que hay reductos, tanto en Cataluña como en el Estado español, en que ese mensaje de odio ha calado y que acabará infectando aún más todo el vocabulario necesario para llegar al punto más lejano la desafección entre Cataluña y los demás pueblos del Estado. La generalización se está postulando como la panacea de todo argumento.

La fragmentación, que es una realidad, en Cataluña y más allá de Cataluña es un interés perseguido por políticos que en nada beneficia siquiera a la población que dicen representar, posicionándose y asentándose, —y esto es lo más preocupante —en un nuevo «incivilismo» que lamentablemente genera votos.

Y teniendo conocimiento de cuanto está sucediendo, ¿por qué no mandamos a esos políticos lejos… qué sé yo… a Bruselas por ejemplo?


© El embegico dezidor.

viernes, 10 de noviembre de 2017

ATRÁS QUEDARON... Sobre Cataluña y otras naderías.

Fue grande la altanería. Gestos maledicentes parían las manos desde sus tronos de plática. Hacecillos de palabrería fecundada en una opulenta aversión contra el «contrario» siempre en una incesante búsqueda de lo opuesto. Soflamas y epístolas omnipresentes en sesiones matutinas, vespertinas y nocturninas.

¡Qué gran arrojo y hasta supremacía! «¡De aquí no nos moverán!» afirmaban y firmaban. Y los enviados, los mensajeros de la verdad incólume e inmaculada cayeron del cielo y hasta de sus tronos y aposentos, y viendo que no encontraban remedio, echaron por la calle de en medio.
Otros, cuando la fábula asoma su verdadera esencia, afirman que aquella porfía era solo una pantomima.

Y la calle seguirá gritando, no sé si por desdoro o por ensoberbecimiento, pero «desde que cantó el pajarillo, dejó al descubierto su nidillo».

No hay mártires cuando la perfidia florece, ni ídolos cuando la felonía acontece. Y quien fervoroso relucía, ahora, abreviado y taimado se presenta, y al pairo deja al pajarillo que desplegó sus alas por su osadía.


© El embegido dezidor.

domingo, 5 de noviembre de 2017

¿Nos están convirtiendo en títeres?. Sobre Cataluña y otras naderías.

Es bien conocido que a los españoles nos gusta la comedia y el drama, y con qué arte convertimos la comedia en drama y el drama en comedia. Es nuestra historia. El victimismo y también el derrotado generan un sentimiento de compasión que, sucumbidos por la lástima, nos empuja a pedir e incluso a suplicar piedad para el desafortunado, pero también la chifla, que no está el país para ir desaprovechando oportunidades.

Y esto está sucediendo con Cataluña que, de ser un asunto trascendental e histórico, pasados los primeros episodios dramáticos, los políticos nos están brindando momentos de comedia inolvidables que están contribuyendo a estrechar lazos entre personas que apenas se conocían. Tal vez radique aquí la solución al problema.

Pero ya que nos gusta la exageración, no es menester quedarse únicamente en los entremeses, que teniendo posibilidades estamos exportando un género que, desde los Payasos de la tele, salvo muy honrosas excepciones, estaba en franca decadencia: el circo.

El primer número es un llamamiento a votar, a votar de cualquier manera, cuánto más mejor y si llega el caso también botaremos que a lo mejor, con un poco de suerte, no se nota la diferencia, porque tratándose de erigirse como adalides de la democracia y la participación, el caso es sumar votos o botos, o multiplicar, que visto cómo manejan los políticos las matemáticas los extraterrestres han dejado de ser ciencia ficción.

En el número siguiente tenemos a Marianito y sus secuaces, altivos y orgullosos de restablecer la ley y el orden, pulcros e inmaculados, con sus retretes bien cerrados y las ventanas abiertas de par en par.
Y más allá de los Pirineos, resguardado en su hura, encontramos, si se encuentra, que ya lo han encontrado, al director de este circo, llamando a la unidad de los demócratas, clamando el sacrificio de una población, suplicando una fe incólume y blindada hacia su persona y su causa. Y como acompañamiento a este número circense tenemos a unos presos políticos o a unos políticos presos que, a estas alturas, quién está por la labor de diferenciar tan nimio matiz.

Los pastores hacen méritos ante sus rebaños y si de pequeño me enseñaron a demostrar que la mitad de doce también puede ser siete, ahora estoy aprendiendo que la mitad de cien por cien está situada en algún número por debajo de cuarenta y ocho o si apuran un poquito más, hasta más allá de un treinta y ocho —por ciento, claro— y quién sabe si incluso más abajo. Puestos a superarse ancha es Castilla.

Y en las gradas, la caterva, el vulgo, los acólitos, los chupatintas y los aprovechados y también los ignorantes y los ignorados, agitando sus manos para consensuar su aplauso o su pitido para elaborar y gestionar el reproche o el elogio, para alzar el puño o la mano, para alzar la voz o para bajar la cabeza. Y debaten o discuten y hablan de la policía, una policía que golpea y otra que no, una que lo hace más fuerte y otra que tiene más consideración. Unos van al bulto a desahogarse con la porra y otros elementos disuasorios y otros preguntan primero dónde quiere que le golpeen.

Y me pregunto si estamos muy ciegos o muy tontos, porque cada gallo sabe muy bien en qué muladar cantar, y es que hablando de muladares no quedan muchos donde elegir porque ya tienen todos dueño y no todos podemos ser gallos, a lo sumo gallitos.

¿Es que nos están convirtiendo en títeres?


© El embegido dezidor.