Tal afirmación, no puede ser
considerada más allá de una finalidad propagandista, pero es obvio, y sería
inocente ignorarlo, que tal afirmación encierra un deseo empírico de generar
ese odio que alimenta, y mucho, las bases del nacionalismo, venga de donde
venga; y ha sido y sigue siendo desgraciadamente, uno de los argumentos más
recurridos para encender los sentimientos y el sentimentalismo de una masa de
población fácil de seducir.
Aunque sólo fuera por el fútbol,
tan importante en estos nuestros territorios, queda más que patente que ese
«odio» al que aluden las prodigiosas mentes del proceso independentista no es
cierto. Bastaría con contar los seguidores que un club de fútbol como es el
Barcelona, que precisamente no le ha hecho ascos al proceso independentista,
tiene en el resto del Estado. Sólo con un ejemplo tan simple bastaría para
desechar tal afirmación. Pero también se han ignorado las manifestaciones de
apoyo que han surgido en las diferentes ciudades del Estado defendiendo el
derecho a votar, así como otros actos de confraternización, por medios de
comunicación estatales y no estatales y organizaciones políticas y sociales.
Pero no se puede negar que hay
reductos, tanto en Cataluña como en el Estado español, en que ese mensaje de
odio ha calado y que acabará infectando aún más todo el vocabulario necesario
para llegar al punto más lejano la desafección entre Cataluña y los demás
pueblos del Estado. La generalización se está postulando como la panacea de todo
argumento.
La fragmentación, que es una
realidad, en Cataluña y más allá de Cataluña es un interés perseguido por
políticos que en nada beneficia siquiera a la población que dicen representar,
posicionándose y asentándose, —y esto es lo más preocupante —en un nuevo
«incivilismo» que lamentablemente genera votos.
Y teniendo conocimiento de cuanto
está sucediendo, ¿por qué no mandamos a esos políticos lejos… qué sé yo… a
Bruselas por ejemplo?
© El embegico dezidor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario