Pasearse por
los comentarios vertidos en las redes sociales sobre la educación, es como
pasearse descalzo por una explanada alfombrada de rosales y cardos secos y
resecos. No encuentro en esos parajes la profunda disertación, muy al
contrario, en muchas ocasiones, parece un muestrario de defecaciones verbales; "dimes
y diretes" que arremeten directamente contra la figura del maestro o profesor y contra el sistema, pero en los que no encuentro la más mínima insinuación a la
reflexión y autocrítica.
Y no quiero
decir que no falte razón, pero de igual modo afirmo, que tales ataques son una
manifiesta injusticia arrojada a la red de manera indeliberada, irreflexiva y esconden una verdad que deliberadamente se pretende ocultar. Esa verdad, disimulada entre el
alboroto lingüístico y el aplauso del vulgo, no es más que la falta de
responsabilidad en el propio seno familiar, es la ausencia de un modelo, de un
ejemplo que sirva de guía para la educación de los más pequeños. El ser humano
aprende, y mucho, por imitación, y la desidia instaurada en la indiferencia,
además de no ser el mejor ejemplo, en el mejor de los casos, en el niño es causa
de desazón y desmotivación.
¿Estamos
por tanto haciendo lo correcto y lo más beneficioso para nuestros hijos? La
reflexión y la crítica objetiva y constructiva, así como la autocrítica, son
buenas formas de avanzar.
Escuchando
a los maestros y profesores, resulta curioso cómo el fracaso escolar está
ligado, en una mayoría de los casos, a la desidia y al desinterés familiar por
la escuela e incluso por los logros de sus hijos. Es muy llamativo que el
fracaso escolar es mínimo, al menos en la etapa de primaria, en niños cuyas
familias hacen un seguimiento de sus hijos, tanto en casa como en la escuela, respetan
sus intereses y celebran sus éxitos, también en el seno de la escuela.
Por ello cuando se habla de educación, y más especialmente en las redes, deberíamos hacernos estas preguntas:
¿Cuántas
veces, a lo largo del curso, las familias acuden a las reuniones generales de
un trimestre, convocadas por los tutores para saber del desarrollo del curso y
aportar cuantas sugerencias se crean oportunas?
¿Cuántas
familias acuden regularmente a las tutorías para hablar sobre el trabajo y
rendimiento de sus hijos?
¿Cuántas
familias acuden a sus tutores para solicitarles consejo para variar una actitud
de sus hijos?
¿Cuántas
familias se acercan a expresar su disposición a colaborar en las actividades
programadas desde el colegio o desde las Ampas?
¿Cuánto
se valora, en el seno de la familia, el trabajo de sus maestros y la importancia de la escuela para el
desarrollo de nuestros hijos?
Tal
vez no queremos asustarnos, tal vez no queremos ser cuestionados ni por quienes nos
rodean ni por nuestros propios hijos y, por consiguiente, adoptamos la salida
más fácil: responsabilizar siempre a otros. Y
si admitimos que nos equivocamos por qué no reconocer que ellos, los maestros,
también pueden equivocarse.
¿Y por qué
cuesta tanto reconocer que la educación comienza en casa, en el seno de la
propia familia?
. © El embegido
dezidor.
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