jueves, 11 de enero de 2018

LA MALA EDUCACIÓN. I

Pasearse por los comentarios vertidos en las redes sociales sobre la educación, es como pasearse descalzo por una explanada alfombrada de rosales y cardos secos y resecos. No encuentro en esos parajes la profunda disertación, muy al contrario, en muchas ocasiones, parece un muestrario de defecaciones verbales; "dimes y diretes" que arremeten directamente contra la figura del maestro o profesor y contra el sistema, pero en los que no encuentro la más mínima insinuación a la reflexión y autocrítica. 

Y no quiero decir que no falte razón, pero de igual modo afirmo, que tales ataques son una manifiesta injusticia arrojada a la red de manera indeliberada, irreflexiva y esconden una verdad que deliberadamente se pretende ocultar. Esa verdad, disimulada entre el alboroto lingüístico y el aplauso del vulgo, no es más que la falta de responsabilidad en el propio seno familiar, es la ausencia de un modelo, de un ejemplo que sirva de guía para la educación de los más pequeños. El ser humano aprende, y mucho, por imitación, y la desidia instaurada en la indiferencia, además de no ser el mejor ejemplo, en el mejor de los casos, en el niño es causa de desazón y desmotivación.
           
¿Estamos por tanto haciendo lo correcto y lo más beneficioso para nuestros hijos? La reflexión y la crítica objetiva y constructiva, así como la autocrítica, son buenas formas de avanzar.
           
Escuchando a los maestros y profesores, resulta curioso cómo el fracaso escolar está ligado, en una mayoría de los casos, a la desidia y al desinterés familiar por la escuela e incluso por los logros de sus hijos. Es muy llamativo que el fracaso escolar es mínimo, al menos en la etapa de primaria, en niños cuyas familias hacen un seguimiento de sus hijos, tanto en casa como en la escuela, respetan sus intereses y celebran sus éxitos, también en el seno de la escuela.

Por ello cuando se habla de educación, y más especialmente en las redes, deberíamos hacernos estas preguntas:

¿Cuántas veces, a lo largo del curso, las familias acuden a las reuniones generales de un trimestre, convocadas por los tutores para saber del desarrollo del curso y aportar cuantas sugerencias se crean oportunas?

¿Cuántas familias acuden regularmente a las tutorías para hablar sobre el trabajo y rendimiento de sus hijos?

¿Cuántas familias acuden a sus tutores para solicitarles consejo para variar una actitud de sus hijos?

¿Cuántas familias se acercan a expresar su disposición a colaborar en las actividades programadas desde el colegio o desde las Ampas?

¿Cuánto se valora, en el seno de la familia, el trabajo de sus maestros y la importancia de la escuela para el desarrollo de nuestros hijos?
            
Tal vez no queremos asustarnos, tal vez no queremos ser cuestionados ni por quienes nos rodean ni por nuestros propios hijos y, por consiguiente, adoptamos la salida más fácil: responsabilizar siempre a otros. Y si admitimos que nos equivocamos por qué no reconocer que ellos, los maestros, también pueden equivocarse.

¿Y por qué cuesta tanto reconocer que la educación comienza en casa, en el seno de la propia familia?


           .© El embegido dezidor.

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