Es evidente que en esta profesión —a la del magisterio me
refiero—, como supongo ocurrirá en las demás profesiones, siempre han existido
y existirán los buenos, los malos, los entusiastas, los desanimados, los
vocacionales y, por supuesto, también los «pasados» o los «quemados».
Pero de un tiempo a esta parte, me encuentro con una nueva partición —hasta ahora desconocida por mí fuera de los corrillos de puerta de colegio—, que dudo sea extensible a las demás profesiones porque en ésta, y he aquí lo curioso, nace desde el mismo embrión de la escuela, es decir, desde los propios maestros. Y es que ahora tenemos, además, profesores estrella y, por el contrario, los estrellados, es decir, el resto. Y para constatar tal hecho y demostrar que no es consecuencia de mi iracundia, pásense por los muros de redes sociales de algunos de los «agraciados», pues verán que han aparecido concursos y quién sabe si vendrán también programas —tras exhaustivos estudios para preparar audiencias— de entretenimiento en vivo en los que participe la gleba con sus votos
Y esta aclamación —la de los agraciados—, que roza la
glorificación, me pregunto si no es, en muchos casos, más que la aceptación o
la adaptación de algunos o muchos de estos buenos maestros a los postulados de
sus votantes o de las empresas que les aúpan, a los que, en un futuro, se
deberán para no ser denostados o quemados en el patíbulo.
Pero si algo es más sorprendente en una profesión poco dada a
las alegrías, es la promulgación de su nominación, incluyendo una buena ración
de sabiduría que, lejos de ser lección, pretenden que sea dogma a seguir; como si
los maestros necesitasen más gurús para realizar sus trabajos. Y no reprocho
este hecho —el de airearlo en las redes sociales con laureles y pétalos de rosa
si es necesario—, no, sino el desprecio que desprenden hacia la labor de otros
profesionales que cumplen sus objetivos o que lo intentan; cuyos métodos se
alejan notablemente de las «modas estrella», o no tanto, y cuyos resultados no difieren
en absoluto —como nos pretenden hacer creer desde sus púlpitos con sus
discursos triunfalistas y demoledores—, de los «maestros estrella».
Y si alguien ve en mí un prurito de envidia, que no faltará
quién, a mis años, y ya retirado, fueron mis alumnos quienes me otorgaron el
título del «Abuelo Maestro», y llevaron a sus hijos para que siguiera siendo su
maestro. ¿Acaso hay mayor recompensa?
© El embegido dezidor.
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