miércoles, 18 de marzo de 2020

LA VIDA EN INTERVALOS. INTERREGNOS.


Mis pasos se asientan por lugares hartamente recorridos. Una y otra vez, en una incesante y tortuosa repetición, vagan por cualquier estancia de la casa buscando la novedad e incluso la sorpresa.

Difícil coyuntura para que algo así pueda ocurrir y, la vida, como le ocurrirá a otros muchos, se ha convertido en un habitar pequeños intervalos y vivirlos con intensidad desmesurada, como si cada uno de ellos fuera ese día que no queremos que llegue a su fin. 

Ahora, hay un intervalo para ver la televisión, o una película, para jugar al ordenador, para la reunión familiar, para la soledad intencionada e incluso para ese combinado que no encuentra motivo para celebrarse. Hay un intervalo para salir a la compra o tirar la basura o incluso pasear al perro. Y surgen esos intervalos, antes dejados al libre albedrío, a la improvisación o a la sorpresa, para el desasosiego carnal programado, casi escrito y descrito en las cabezas con hora de comienzo.

Este virus ha convertido nuestra vida en eso, en intervalos y, también, terriblemente, en una agenda familiar programada. Nos faltan las alertas y estas, mejor que no lleguen nunca.


© El embegido dezidor.

viernes, 13 de marzo de 2020

La realidad tirana y autócrata. INTERREGNOS.


El hogar comprime, y lo hace cuando no es la voluntad la que gobierna, cuando, sometidos al arbitrio o al capricho, seguramente encontrado, que no buscado, las horas se consumen entre paredes y pasillos mientras el día, como un carrusel de imágenes irreales, se pavonea tras el cristal dejando el azúcar en su lisa superficie y la amargura en el paladar. Es entonces cuando el hogar oprime y se siente la estrechez, no del espacio, sino del forcejeo de lo increíble hecho posible, de la invasión de lo extraño, de la retirada hacia ninguna parte, del discurrir atorado y angustioso y, se impone, como una necesidad vital e inexcusable, invadir el espacio que al otro lado de la puerta se ha vuelto beligerante.

Ahora, cuando el veto se impone, y la censura es parida por la propia voluntad, me acostumbro al sosiego del tiempo casi infinito que dicta sin piedad su malvada afrenta y yo, reposado en la quietud y almibarado en el sofá, intento, cuando la noche va escribiendo entre las manecillas del reloj sus últimos estertores, que todo, aun siendo real, parezca que no ha existido, que el día, aun habiéndose consumido, ha dejado una anécdota como la historia que amanece entre mis manos entreverada en páginas y más páginas.

Y, sin embargo, bastará con cerrar esas páginas para saber que todo era una ficción y que la realidad, tirana y autócrata, que ha llegado para dictar sus propias reglas sin descanso, aparecerá de nuevo al día siguiente.


José Carlos Atienza. Marzo 2020.