sábado, 23 de enero de 2021

HUMANIZAR LAS AULAS. La mala educación XX.

 

¿Qué ha unido a la pandemia, al temporal y a la educación? La digitalización. Y esto que, sin duda, debiera ser una buena noticia, y de hecho lo es, sin embargo, lo que se ha puesto de manifiesto es que esta extraña consustancialidad, es cuando menos, dificultosa. Es decir, que o se pone remedio de inmediato o el divorcio está a cascaporrillo.

Con anterioridad al 2020 y más concretamente en este fatídico año
del 2020, aprovechando las adversas circunstancias, la digitalización era el curalotodo de la educación y, por ende, el paso previo para la desaparición de la enseñanza presencial. La figura del maestro quedaba relegada a un segundo plano, simplemente como mero conductor de las diferentes enseñanzas. Noticia esta, muy atractiva para los administradores de lo ajeno que veían suculentos ingresos en sus cuentas de ahorro para destinarlos a otras partidas, algunas más sociales que otras, y también para algunos bolsillos particulares, porque en este país, digan lo que digan, la tendencia es muy importante.

Pero si algo ha dejado patente los días de confinamiento y el obligado recogimiento por el temporal, es que desdeñar la enseñanza presencial, sería cuando menos, conducir a una gran parte del alumnado a un suicidio colectivo ―entiéndase por suicidio una condena al alumnado que estaría dictada y nunca firmada―. Confinarse sin más pretexto que el aducir que todo lo tengo en casa, algo inexorablemente contra natura, es una entusiasta aspiración a la que nos están conduciendo con premeditación y, ante la cual, sucumbimos como borregos ―¿consecuencia de la tecnología?―. Pero la educación ha descubierto las quebraduras de estas aspiraciones, así como las insuficiencias de esta digitalización que no puede ser de cualquier manera y que, a edades tempranas, son más que evidente y si se quiere, transparentes.

Llegados a este punto, y después de lo sucedido, y si la experiencia sirve para mejorar lo aprendido, lo que toca es humanizar más las aulas, y eso, como todo lo relacionado con la educación será labor de profesores y maestros. Y a los responsables de la digitalización, les corresponde encontrar el equilibrio, la combinación más perfecta y beneficiosa donde la dualidad: maestro y tecnología, se den la mano.

 © j.c atienza. 

viernes, 22 de enero de 2021

CIUDADANÍA SÓRDIDA E INFAME.

 

«Si el cielo de Castilla es tan alto, es porque lo levantaron los agricultores de tanto mirarlo». Así lo dejó escrito Miguel Delibes. Y hablando de Navalcarnero, no sabemos si el cielo está tan alto, o si simplemente está alto, porque aquí, y tal vez porque hayamos dejado de ser castellanos, no miramos al cielo. Y no lo hacemos porque no nos guste, ni porque la tecnología nos embruje o nos atonte que, en Navalcarnero, si no miramos al cielo es porque sufrimos imposibilidad. Y la realidad, por mucho que nos duela, es que como paseantes no desligamos nuestros ojos del suelo, que mirar al cielo se ha convertido en un ejercicio de riesgo, o cuando menos molesto.

 Y no digo esto porque sí, que si usted pasea por nuestras nobles calles, no es necesario mucho esfuerzo para ser ungido, por la buena ventura, con un excremento canino adherido a la suela del zapato, que sus dueños, del can me refiero, deliberadamente, han preferido ignorar.

 
Y debe ser que estos personajes —que dudo de su exquisita pulcritud en sus hogares y que, sin vacilación, manifiestan una ciudadanía sórdida e infame—, se han sentido molestos por este paisaje bucólico que la nieve nos ha dejado y, refugiándose en el silencio y en la ausencia de miradas, han determinado, en un ejercicio excrementoso, muy al orden de sus estercoleros neuronales, ejercer libertinamente la evacuación de depósitos orgánicos de mamíferos cuadrúpedos en aceras y calzadas a su libre albedrío. No sé si pretenderán abonar el asfalto, pero desde luego, necesitan que sus cabezas sí sean abonadas, y urgentemente, por ese néctar tan efectivo: la multa.

 

© j.c atienza.


sábado, 16 de enero de 2021

LA MALA EDUCACIÓN XIX. ESA VECINA QUE ME DIJO... III. (Ley Celaá)

 Desde mi despacho escuchaba cantar a mi vecina, y puedo decir que fue grata la sorpresa, que mi pluma rebosaba de felicidad, pues recorría el papel dejando trazos que mucho me temí que no fuera capaz de darles un final.

 Empezó con la Pantoja y ese famoso “Marinero de luces” que repetía una y otra vez, y les aseguro que, siendo solamente un aficionado a la música, aunque lamentablemente de habilidades precarias, a cada repetición mejoraba ostensiblemente su interpretación, así como su afinación que terminó siendo impecable. Y, después de la Pantoja, le llegó el turno a Nirvana. Ya no puedo decir el título pues no soy muy dado a retenerlos y mucho menos en un idioma que no domino y que me ha causado múltiples trastornos. Pero ella también canta en inglés, y es que descubrí que a mi vecina no solo le gusta parlotear e incluso vestirse de cruzada, sino que, además de sus bravuconadas, le gusta cantar y es políglota. Mucho me temo que tal disposición suponga para ella obligación por demostrar de manera continuada sus dotes en su oratoria.

 Pensé entonces que, tal vez, mi vecina, no había sido ungida por alguien del mundillo del arte y, por tanto, no había gozado de esa oportunidad que otros, posible y seguramente con menos mérito que ella, sí habían tenido.

 Quedé, de acuerdo conmigo mismo, que en cuanto la ocasión se presentara, le hablaría sobre el tema. Que la igualdad de oportunidades es, sin duda, un perfecto mostrador inexpugnable de que un país y una sociedad, evolucionan sana y favorablemente. Se trataría, pues, de un país en el que, en todas sus facetas, estarían los mejores, los más capacitados y los más preparados.

 Pero es por ello que aquí es tan necesario crear educaciones alternativas, porque no se trata de encontrar a los mejores, a los más capacitados, sino, siendo un negocio, encontrar, de entre los suyos y solo de entre los suyos y, por negación de los demás, a los más preparados, que no tienen por qué ser los más capacitados o los mejores. ¿Entendería que a una sociedad se la castigase con desplazarse en triciclo para que aquellos que tuvieran bicicleta fueran los más rápidos, pero, al mismo tiempo, se le negase a quien tiene un vehículo a motor la gasolina para hacerlo funcionar porque desmerecería a los demás?

 Tal vez, mi vecina reflexione sobre esto. Tal vez podamos llegar a entendernos. Albergo esa esperanza.

 © j.c. atienza. 

martes, 12 de enero de 2021

LA MALA EDUCACIÓN XVIII. ESA VECINA QUE ME DIJO... II (Ley Celaá)

 

Me contaba mi vecina, en uno de esos días insulsos, en los que no hay mucho de qué hablar, en una de esas ocasiones en las que uno espera que la conversación termine cuanto antes para no ensombrecer más un tiempo indeseable que nunca debió suceder, la historia y el porqué de la matriculación de su hijo y de la elección de colegio. Y todo ello macerado, que no dulcificado, pues iban sus palabras cargadas de vinagre y picante, con una perorata envenenada que apuntaba una y otra vez a una escuela y, más concretamente, a una ley que sí, que me afecta directamente, pero que yo no he redactado. Si a alguna conclusión llegué, o más bien confirmé, es que mi vecina y yo no nos pondremos nunca de acuerdo. Pero, aun así, no cejando en mi empeño y, tal vez, por deformación profesional, le rogué que me escuchase, que mis palabras le aportarían una información extra que, sin ser nada extraordinaria ni secreta, podría serle de valor, y que no encontraría, muy posiblemente, en su televisión.

 
Esta afirmación pareció convencerla, al menos no hizo por marcharse, y sé que lo deseaba. Se quedó a la escucha, aunque solo fuera por demostrarse y demostrar después ante su prole, que ella tenía informaciones diferentes con las que enriquecer el debate.

 Le expuse que su cruzada ―de este modo quise halagarla―, sin poner en duda su legitimidad, estaba lejos de querer, o más bien de buscar, una educación concreta, específica y común para el país; que bajo esas banderas, ahora naranjas, el objetivo principal dista mucho de lo ya citado, y sí es alimento de muchos caraduras, de esos que mueven los hilos y que siempre encuentran el apoyo en una gleba reacia a la reflexión pausada. Izar bandeas puede ser un ejercicio muy saludable, y seguramente lo es, pero que tras la enseña está el objetivo, que no es otro que el de mantener, sostener y eternizar unos privilegios.

 Ella clamó al cielo, bueno más que al cielo a mí, y me dijo que “quién si no se iba a interesar por una educación determinada que ellos, que apelaban a la libertad y que parecía que solo ellos eran los interesados”. Interpreté que ese «ellos» se refería a la escuela concertada. Le incidí en mi argumentación: «El interés debería ser de todos, y cuando solo es parcial, usted me está dando la razón».

 Ella no contestó —no porque no tuviera contestación, que sé que la tenía—, y prefirió callar. Rara excepción, pues es del gusto de dar la bravuconada, que así lo practicó en sus años de aspiración política. Y yo aproveché que tal oportunidad me brindaba para seguir con mi discurso que ya se parecía a un soliloquio.

 Y en la selección radica la vehemencia de tanta protesta, continué, pues si esos privilegios, siempre de unos pocos, fueran de la mayoría, dejarían de ser privilegios. Afortunadamente no se trata todavía de una selección natural ―aunque no faltarán propuestas encaminadas a la consecución de dicho objetivo―, pero sí una selección económica.  Y aquí está el quid, se trata pues, de conseguir esos privilegios y apropiarse de ellos como algo natural, más por diferenciación o por apariencia que por convicción, que ya dice el dicho: «vístete como quieras que en la calle te desnudan».

 La cara de mi vecina era un conglomerado de gestos, que, desde luego, certificaban que no aprobaban mis palabras.

 

© j.c atienza.

domingo, 3 de enero de 2021

LA MALA EDUCACIÓN XVII. ESA VECINA QUE ME DIJO... I (Ley Celaá).


ESA VECINA QUE ME DIJO... I 


Hace no mucho tiempo ya escribí sobre los conciertos escolares, y no me refiero a los conjuntos instrumentales para el disfrute del alumnado, sino a esos acuerdos entre gobierno, comunidades y empresas por mantener una educación apartada, exclusiva, que viene sucediendo y creciendo durante años, alimentada y cimentada bajo y sobre el sofisma de la libertad de elección y el miedo ante la posibilidad de que determinados privilegios desaparezcan.

Así, en plena lucha fratricida con el debate en retirada, la nueva ley de educación, gracias a la acción meticulosa de nuestros políticos, provoca, lamentablemente, conversaciones otrora amigables, que se convierten en armas para enfrentar e incluso dividir. Y eso fue lo que me ocurrió, que fui víctima paciente de las soflamas hábilmente instauradas y labradas en la cabeza de mi vecina para revivir lo ya vivido a través de los medios de comunicación.

Ella apareció, por una de esas casualidades, en el rellano de la escalera. ¡Cuánta coincidencia!, No hubo un buen saludo, uno de esos que inflama la mañana, sino más bien un discurso que debía ver la luz cuanto antes. Y ella, dispuesta, como un político más, adquiriendo magistralmente sus mismas herramientas para los mítines, más basados en las emociones que en las razones, se dispuso a poner en práctica sus habilidades personales para convencerme de la demoníaca finalidad de una ley de educación que adoctrina a los más pequeños y a los más vulnerables.

No voy a ocultar que alumbrar una respuesta tras la relatera fue tarea fácil. Primero sosegué mi cabeza, ejercicio cada vez más difícil de domesticar, pues me resulta cada vez más trabajoso asumir como verdades absolutas las filfas que se propagan para intoxicar. Entendí, entonces, que era ella una de esas personas vulnerables, y siendo paciente contesté a mi vecina.

Le dije que quien más debiera defender la escuela pública son, precisamente, las familias cuyos hijos están matriculados en la escuela concertada y que, en estos días, en vez de izar con voluptuosidad por las calles de Madrid y otras ciudades banderas naranjas emulando a las antiguas cruzadas, deberían hacerlo con banderas verdes, pues es la escuela pública quien mantiene y sostiene a la enseñanza concertada, que es -la escuela pública- quien despeja de sus aulas a los alumnos incómodos e incluso al alumnado que dejaría en mal lugar al colegio en las estadísticas de mejores colegios. Afirmación que no es gratuita, como se reconoce al aseverar, en muchas de sus páginas web, y como reclamo para nuevos alumnos, que una de las ventajas de sus escuelas es que el proceso de selección del alumnado es más exhaustivo.

Es por ello —aunque solo sea por este motivo—, que es la escuela pública la gran causante de la subsistencia de un colegio concertado y, por tanto, que las concentraciones debieran estar aferradas a mantener la idea de valorar la escuela pública porque solo así pueden sobrevivir sus privilegios.

            Mis palabras debieron resultarle hirientes, pues ella me dio la espalda y caminó sin despedirse.

© j.c atienza.