viernes, 22 de enero de 2021

CIUDADANÍA SÓRDIDA E INFAME.

 

«Si el cielo de Castilla es tan alto, es porque lo levantaron los agricultores de tanto mirarlo». Así lo dejó escrito Miguel Delibes. Y hablando de Navalcarnero, no sabemos si el cielo está tan alto, o si simplemente está alto, porque aquí, y tal vez porque hayamos dejado de ser castellanos, no miramos al cielo. Y no lo hacemos porque no nos guste, ni porque la tecnología nos embruje o nos atonte que, en Navalcarnero, si no miramos al cielo es porque sufrimos imposibilidad. Y la realidad, por mucho que nos duela, es que como paseantes no desligamos nuestros ojos del suelo, que mirar al cielo se ha convertido en un ejercicio de riesgo, o cuando menos molesto.

 Y no digo esto porque sí, que si usted pasea por nuestras nobles calles, no es necesario mucho esfuerzo para ser ungido, por la buena ventura, con un excremento canino adherido a la suela del zapato, que sus dueños, del can me refiero, deliberadamente, han preferido ignorar.

 
Y debe ser que estos personajes —que dudo de su exquisita pulcritud en sus hogares y que, sin vacilación, manifiestan una ciudadanía sórdida e infame—, se han sentido molestos por este paisaje bucólico que la nieve nos ha dejado y, refugiándose en el silencio y en la ausencia de miradas, han determinado, en un ejercicio excrementoso, muy al orden de sus estercoleros neuronales, ejercer libertinamente la evacuación de depósitos orgánicos de mamíferos cuadrúpedos en aceras y calzadas a su libre albedrío. No sé si pretenderán abonar el asfalto, pero desde luego, necesitan que sus cabezas sí sean abonadas, y urgentemente, por ese néctar tan efectivo: la multa.

 

© j.c atienza.


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