domingo, 3 de enero de 2021

LA MALA EDUCACIÓN XVII. ESA VECINA QUE ME DIJO... I (Ley Celaá).


ESA VECINA QUE ME DIJO... I 


Hace no mucho tiempo ya escribí sobre los conciertos escolares, y no me refiero a los conjuntos instrumentales para el disfrute del alumnado, sino a esos acuerdos entre gobierno, comunidades y empresas por mantener una educación apartada, exclusiva, que viene sucediendo y creciendo durante años, alimentada y cimentada bajo y sobre el sofisma de la libertad de elección y el miedo ante la posibilidad de que determinados privilegios desaparezcan.

Así, en plena lucha fratricida con el debate en retirada, la nueva ley de educación, gracias a la acción meticulosa de nuestros políticos, provoca, lamentablemente, conversaciones otrora amigables, que se convierten en armas para enfrentar e incluso dividir. Y eso fue lo que me ocurrió, que fui víctima paciente de las soflamas hábilmente instauradas y labradas en la cabeza de mi vecina para revivir lo ya vivido a través de los medios de comunicación.

Ella apareció, por una de esas casualidades, en el rellano de la escalera. ¡Cuánta coincidencia!, No hubo un buen saludo, uno de esos que inflama la mañana, sino más bien un discurso que debía ver la luz cuanto antes. Y ella, dispuesta, como un político más, adquiriendo magistralmente sus mismas herramientas para los mítines, más basados en las emociones que en las razones, se dispuso a poner en práctica sus habilidades personales para convencerme de la demoníaca finalidad de una ley de educación que adoctrina a los más pequeños y a los más vulnerables.

No voy a ocultar que alumbrar una respuesta tras la relatera fue tarea fácil. Primero sosegué mi cabeza, ejercicio cada vez más difícil de domesticar, pues me resulta cada vez más trabajoso asumir como verdades absolutas las filfas que se propagan para intoxicar. Entendí, entonces, que era ella una de esas personas vulnerables, y siendo paciente contesté a mi vecina.

Le dije que quien más debiera defender la escuela pública son, precisamente, las familias cuyos hijos están matriculados en la escuela concertada y que, en estos días, en vez de izar con voluptuosidad por las calles de Madrid y otras ciudades banderas naranjas emulando a las antiguas cruzadas, deberían hacerlo con banderas verdes, pues es la escuela pública quien mantiene y sostiene a la enseñanza concertada, que es -la escuela pública- quien despeja de sus aulas a los alumnos incómodos e incluso al alumnado que dejaría en mal lugar al colegio en las estadísticas de mejores colegios. Afirmación que no es gratuita, como se reconoce al aseverar, en muchas de sus páginas web, y como reclamo para nuevos alumnos, que una de las ventajas de sus escuelas es que el proceso de selección del alumnado es más exhaustivo.

Es por ello —aunque solo sea por este motivo—, que es la escuela pública la gran causante de la subsistencia de un colegio concertado y, por tanto, que las concentraciones debieran estar aferradas a mantener la idea de valorar la escuela pública porque solo así pueden sobrevivir sus privilegios.

            Mis palabras debieron resultarle hirientes, pues ella me dio la espalda y caminó sin despedirse.

© j.c atienza. 

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