He
regresado a mediados de los años 70. He vuelto a recorrer esas mismas calles,
la avenida de San Diego, la calle Carlos Martín Álvarez, hasta llegar a la
avenida de la Albufera y descender hacia el Puente de Vallekas pasando por el
Bulevar. He conseguido sentarme en ese mismo asiento esperando la hora de
entrada en el cine París para ver, en sesión alterna, Tarzán y una de
Cantinflas. Después, al salir del cine, en la calle de al lado, en el Puerto de
la Bonaigua, me fui a Faure, la librería, que no llegó a quemarse, a comprarme
“El aventurero”, pero me dijeron que todavía tenía que esperar unos años.
Entonces regresé a mi barrio, en Entrevías, y me fui en busca de mi pandilla,
siempre reunidos en la pequeña placita, en el mismo banco. Y les conté a mis
amigos la película, y luego busqué a Patricia, entonces una niña, que creció y
que fue quien me avisó que mi niñez se estaba acabando, y luego llegó Marisa,
entonces Maribel, y revolucionó mi adolescencia. No encontré a Contreras,
aunque sí tuve un malo que quiso hacerme la vida más difícil, y ahora, los
busco a todos, y más desde que he leído la novela, y también a Víctor Latienza —al
que todavía no he encontrado—, para contarles que son los protagonistas de una
novela, de una historia situada en los años 50 y que Santiago los describe muy
bien, como si les conociera, aunque estemos a mediados los 80.
Hoy quiero invitarles a una
aventura, pero no teman, que no irán solos, estarán en todo momento muy bien
acompañados por este aventurero que es Santiago García – Clairac, autor de esta
novela juvenil que es objeto de mi atención.
“El aventurero”, es un libro mágico,
escrito por un mago que tiene en su pluma mucha magia y un gran baúl de
sorpresas. Nos traslada a esos años 50, de amigos, de pandillas, de tertulias
en los bancos, de quedadas en las plazas, de intimidades en los parques, de guateques y de
diversiones en los recreativos, y de sobrevivir en un barrio siempre difícil,
en el que la adolescencia llegaba pronto y quedaba atrás todavía más pronto. Y
esta será la pelea de Víctor Latienza, vivir en esa incomodísima dicotomía,
entre soñar y sobrevivir, pues entonces, como ahora, en ese barrio, soñar costaba dinero, demasiado
dinero.
Y, Santiago, siempre minucioso, no
se deja detalle para que nadie pueda desorientarse. Su intención queda patente
desde el primer momento. Santiago quiere que, desde el primer contacto con el
libro, lleguemos a esa época que para él fue tan especial sin interrupciones,
sin intermedios, y lo hace estupendamente bien a través de su prosa y de las
ilustraciones que han nacido de la propia mano del autor y que le aportan ese
sabor añejo que aumenta el placer de su lectura.
"El aventurero" es, por tanto, un
libro de barrio. Un libro para generaciones y generaciones, e incluso para
aquellos que formarán generación. En sus páginas no solo encontramos la
imaginación del autor, sino realidad, una realidad para estudiar, para vivir y revivir,
y en mi caso particular, llena de nostalgia y de recuerdos que estallaron según
iba devorando sus páginas.
Puedo asegurar, sin ruborizarme, que
es mucho lo que le debo a este libro y les aseguro que esta novela se aventura, en sus páginas, en un tiempo imperecedero, fresco, vivo y palpitante. Es un libro
para guardar, conservar y recordar en estos tiempos consagrados al olvido.
© j.c atienza.
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