Adiós a la aldea de la Navidad de Navalcarnero. Ver la Plaza
del teatro, como un solar abandonado, limpio, segado, espejado si se prefiere,
mesetario, se asemeja a esa España vaciada. Un vacío que causa tristeza, una de
esas tristezas grises de tardes consumidas y malgastadas.
Era nuestra aldea. Una aldea muy nuestra, repleta de
preciosismo. Construida y diseñada con cariño, de dulce y colorida iluminación,
con regalos chorreando desde los tejados, con ilusiones envueltas esperando
encontrarse con esa cara de niño que es estrella en Navidad. Nuestra aldea,
porque la hemos hecho nuestra, fue un lugar de encuentro de Santa Claus y de los
Reyes Magos y de todos los que buscábamos un refugio navideño donde sentirnos
más en esta Navidad. La aldea de Navidad, nuestra aldea, ha sido hogar,
chimenea, estufa, luz, calor… y un dulce que se comía con la mirada, y una
ilusión que siempre encontraba por donde derramarse, y magia… mucha magia. He caminado
por sus calles tal y como veía en aquellas aldeas mostradas en la televisión,
con sus cálidos interiores, mientras la nieve cubría con su aterciopelado
tejido los aromas navideños que escapaban por las chimeneas. He sido viajero
del tiempo, de un tiempo sin fechas, de un presente sin pasado ni futuro. He
sido…niño.
Y ahora, mientras escribo, y tras finalizar un artículo,
precisamente donde hablo de magia y de magos, estoy más seguro que nunca de que
los magos existen, y que en este pueblo hay muchos.
Es mi deseo agradecerles de corazón que moren aquí, en estas
navas del carnero, y que sea el centro de sus conventículos, de sus congresos, de
sus parlamentos, de sus ideas, de sus proyectos… y seamos nosotros, simples
mortales, los que seamos cómplices de esta magia contagiosa. Porque en este
pueblo ―y permítanme que le siga llamando pueblo―, estas pequeñas cosas se
convierten en grandes, y no me olvido de los belenes ―obras de arte de
creadores con mucho arte y voluntad―, que grandes son también las personas que
participan y las hacen posible. A todos ellos, una vez más, mi agradecimiento,
infinito, y que vuelvan más años y sean mejores.
© j.c atienza.