jueves, 13 de enero de 2022

Adiós aldea de Navidad de Navalcarnero

 

Adiós a la aldea de la Navidad de Navalcarnero. Ver la Plaza del teatro, como un solar abandonado, limpio, segado, espejado si se prefiere, mesetario, se asemeja a esa España vaciada. Un vacío que causa tristeza, una de esas tristezas grises de tardes consumidas y malgastadas.

De esa aldea ya no queda nada, ni siquiera las ruinas para visitarlas. Todo está limpio como una ilusión falsa que creció en muchos de los que durante unas horas o minutos habitamos en ella. Pero fue verdadera, y efímera también, como sucede con todas las cosas que nos gustan, como sucede con la vida misma cuando sabemos vivirla con intensidad. La aldea de Navidad, la ya vieja aldea de Navidad, ha desaparecido, pero siempre es bueno recordar ―al menos los recuerdos no llevan impuestos― que, en este año, en Navalcarnero, la Navidad ha sido un poco más diferente o, si se prefiere, un poco más Navidad.

Era nuestra aldea. Una aldea muy nuestra, repleta de preciosismo. Construida y diseñada con cariño, de dulce y colorida iluminación, con regalos chorreando desde los tejados, con ilusiones envueltas esperando encontrarse con esa cara de niño que es estrella en Navidad. Nuestra aldea, porque la hemos hecho nuestra, fue un lugar de encuentro de Santa Claus y de los Reyes Magos y de todos los que buscábamos un refugio navideño donde sentirnos más en esta Navidad. La aldea de Navidad, nuestra aldea, ha sido hogar, chimenea, estufa, luz, calor… y un dulce que se comía con la mirada, y una ilusión que siempre encontraba por donde derramarse, y magia… mucha magia. He caminado por sus calles tal y como veía en aquellas aldeas mostradas en la televisión, con sus cálidos interiores, mientras la nieve cubría con su aterciopelado tejido los aromas navideños que escapaban por las chimeneas. He sido viajero del tiempo, de un tiempo sin fechas, de un presente sin pasado ni futuro. He sido…niño.

Y ahora, mientras escribo, y tras finalizar un artículo, precisamente donde hablo de magia y de magos, estoy más seguro que nunca de que los magos existen, y que en este pueblo hay muchos.

Es mi deseo agradecerles de corazón que moren aquí, en estas navas del carnero, y que sea el centro de sus conventículos, de sus congresos, de sus parlamentos, de sus ideas, de sus proyectos… y seamos nosotros, simples mortales, los que seamos cómplices de esta magia contagiosa. Porque en este pueblo ―y permítanme que le siga llamando pueblo―, estas pequeñas cosas se convierten en grandes, y no me olvido de los belenes ―obras de arte de creadores con mucho arte y voluntad―, que grandes son también las personas que participan y las hacen posible. A todos ellos, una vez más, mi agradecimiento, infinito, y que vuelvan más años y sean mejores.


© j.c atienza.