En Navalcarnero, más que una feria
del libro, se ha presentado una miniferia. Una feria seguramente meditada,
parida con cariño y crecida entre arrumacos, pero de la que han huido los
libreros. Indicador este, indiscutible, de que el ideario no ha funcionado bien
o que el ideador/a, siempre voluntarioso/a, sufre y asume las consecuencias de
decisiones de última hora, poco instruidas y ajenas a su persona. La feria, en
definitiva, ha sido una de esas ferias impostada, artificiosa, incluso obligada,
una feria de adorno, para salir del paso, con ilusión seguro, pero con
afligimiento. Una feria que se muestra como una prostituta novata, sin
atractivo, que no sabe bien dónde ubicarse y espera la noche para no mostrar
sus vergüenzas o sus carencias. Porque la feria, no nos engañemos, ha sido una
pequeña pústula en el solar de la plaza, o si se quiere, una fortificación
enfadada que le da la espalda al mundo o, para los más optimistas, una nueva
Numancia que se resiste al cerco de las cañas y tapas.
Y si alguien piensa que esto es
ficción, bien le aseguro lo contrario, que tal vez, por eso de incentivar, habría
que fomentar: «Un libro, una caña y una tapa», y así, esa libertad de soflama y
telediario, tan avasalladora como poco convincente, de cañas y tapas me refiero,
se parecería un poquito menos a esa libertad —la real, la verdadera, la que
sufrimos— de «cañas y barro», al menos en apariencia, pues en eso se ha quedado
esta feria, en una apariencia. Y después de esta disertación y búsqueda de
epítetos y calificaciones, sin pretender ser un agorero, o al menos no tanto,
me quedo con la palabra oasis como el mejor símil para resumir lo que ha sido
esta feria.
Pero es momento de ser optimista, y
más vale poco que nada, que siempre es mejor ver el vaso medio lleno que medio
vacío. Que, si bien podría ser vista como una amante despechada en una España
de mantilla y escapulario, ésta ha sido generosa y entrañable, y ofrecida y dadivosa.
Por tanto, debemos celebrar, como amantes de los libros, que tuvimos nuestra
feria, como también la tienen los amantes de las tapas, que ambas no son incompatibles.
Y para nosotros: lectores, escritores
y libreros, y gente del mundo de la literatura, este pequeño aposento es una
gran conquista, que sabe muy bien, porque es conocido que en el mundo del libro
lo poco es mucho y lo pequeño grande. Es mi obligación felicitar, con el más
sincero agradecimiento, a todos estos guerreros/as sin antifaz que, desde sus
acantonamientos, nos abren las páginas de los libros como banderas para ondear
libremente en nuestras cabezas y de quienes, con mucha voluntad, consiguen que
año tras año la ilusión por los libros continúe.
© j.c atienza. Octubre 2021
Acertada disertación. Pensemos en ella como una semilla que acabará creciendo y recuperando su espacio...
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