jueves, 31 de octubre de 2019

La mala educación XIII. ESPÍRITUS LIBRES.



En estos días y en estos tiempos, víctimas de las modas y de las corrientes y, también, del conformismo que produce el hecho de que sean otros quienes nos cuenten qué es lo más adecuado para nuestros retoños, afloran por los colegios, como polen en primavera, niños y niñas que, desde sus primeros meses de vida, ya son catalogados por sus progenitores como «espíritus libres», o bien, ya encontramos tal condición en sus aspiraciones más inmediatas.

Espíritus libres que se hacen, que no nacen, y que son consecuencia, más que de la inexcusable excusa de que madurarán a su ritmo, de la dejadez de sus progenitores o de su impericia por establecer un orden y unas reglas para favorecer, sin duda, su madurez y su independencia futura.
Llegarán esos niños a primaria y su espíritu libre vagará y vagabundeará sin entender de normas porque ―en opinión de sus progenitores― nació para romperlas; del mismo modo que no entiende de sus obligaciones porque nunca las ha tenido. El muchacho o muchacha ―excusa de algunas familias― nació para ser especial y desenvolverse en un mundo que, excepto él, está aborregado, que es básicamente lo que está consiguiendo en la escuela y más, bajo la tutela de ese tutor o tutora que se esfuerza para que sus alumnos de seis o siete años, aprenda a leer, porque ahora sí es obligatorio.

Pero llegará el momento de finalizar la primaria y entonces, el niño o la niña, no leerá con fluidez porque sigue vagando libremente entre líneas y párrafos de cualquier libro que no entiende porque su ritmo, con once años, apenas ha variado de cuando era más pequeño. Y llegará a secundaria con la desidia propia del aburrimiento, que no es más que incomprensión, no por su incapacidad, que no la tiene, sino porque la sociedad, el instituto ―y cito textualmente algunas explicaciones reales de sus progenitores―, y más la educación en general, no se han plegado a su ritmo. Y entonces, una vez más, la culpa será de la escuela por no caminar a su ritmo, por no descubrir sus cualidades dormidas y no comprender sus diferencias y, para no frustrarlo, le daremos una palmadita en la espalda y le diremos: «Malditos y anticuados maestros que no supieron entender cuál era tu ritmo y no hicieron nada para que comenzara a latir. Esta sociedad no está hecha a tu medida».


© El embegido dezidor.

lunes, 21 de octubre de 2019

YA ESTÁ TARDANDO, SR. PUIGDEMONT. Sobre Cataluña y otras naderías.


Restallan en mis ojos las imágenes, ya anodinas, de las protestas por el juicio del «procés», y resulta inverosímil que todavía haya gente, y no poca ―véanse las manifestaciones― que esté sorprendida por dicho fallo y muestre ―con todo su derecho― su indignación por unos políticos que les condujeron, después de todo, a ser actores secundarios de un acto simbólico.

Todavía hoy, y debe ser consecuencia de la educación precaria ―parece ser que hasta en eso la uniformidad se reproduce en todo el Estado― se sigue prestando atención, y no es menor cosa ―como diría otro de aquellos políticos―, a los antiguos o primeros o primarios dirigentes de un «procés» a los que nadie da credibilidad excepto aquellos, que, alejados de una cabal reflexión, les reivindican apelando de nuevo, a los sentimientos. A la cabeza de dicho descrédito se encuentra aquel que debió ser y fue, durante unos meses, el pastor y gurú, y que pretende seguir siéndolo a través de discursos y soflamas que no pueden ni deben tener más importancia que la de ver a un político que, a las primeras dificultades, decidió dejar abandonados a sus compañeros de cruzada para, desde el sofá, contemplar, como quien va a un cine, las algaradas y enfrentamientos de aquellos que se dejaron llevar por sus palabras y que en estos días, han sufrido en sus carnes los «daños colaterales».

Son días en los que al señor Puigdemont, le toca ganarse un poquito de dignidad política y personal, y mirarse en el ejemplo de aquellos a los que dejó en la cuneta y que hoy están en la cárcel con la dignidad de su coherencia y la impericia de sus actos. Es el momento, y ya está tardando, de presentarse voluntariamente a la justicia para ser solidario con sus compañeros. Es hora, porque el plasma no puede ser la voz de un político, del relevo. Es hora de dejar paso a nuevas figuras que, aprendidas de los errores anteriores, sean capaces de llevar por mejores y más efectivos cauces aquel proceso de independencia. Para el señor Puigdemont, la historia ya le ha cerrado las puertas. «Váyase, señor Puigdemont», como diría otro famoso político de dignidad difusa y confusa”. Y añadiría: «Ya está tardando». Porque sus actos, dentro y fuera de Cataluña, tienen un nombre que todos conocemos.

© El embegido dezidor. Octubre 2019.

miércoles, 16 de octubre de 2019

LA MALA EDUCACIÓN XII. Aprendizajes "A SU RITMO".



¡A su ritmo!

Cazcaleando por Internet, leo con estupor en algunos foros, la animosa y beligerante sugerencia a las familias para presentarse ante sus tutores ―me refiero al de sus hijos― y exigirles que lo esencial en el aprendizaje del pequeño es su propio ritmo. Y, sin faltar a la razón, porque así lo dicta la ley, se enfangan en un error por esa acritud enfermiza que los aleja de todo proceso reflexivo y objetivo al imponerse, con ritmo acelerado, su vehemencia negando otra explicación.

Hoy todo tiene que ser rápido. El papeleo, el supermercado, incluso el ocio, debe estar preparado para el rápido consumo y la no menos rápida autosatisfacción. Hoy, la rapidez es sinónimo de éxito y efectividad y, por estar en la mejor sintonía con la modernidad como vehículo para auparnos a la cresta de la ola, manipulamos hasta nuestra propia existencia para justificarnos.

Y un buen ejemplo de lo dicho sucede cuando hablamos de educación, y más en educación infantil. En la escuela, el tiempo debe detenerse o ralentizarse, y lo que en un principio era bueno ―y me refiero al ritmo acelerado―, se torna en malvado y pernicioso. Y si el aprendizaje, y más en esos primeros años, debe priorizar el propio ritmo de los alumnos, digo yo que un pequeño empujón no va a ser perjudicial para ese alumno que, más por dejadez que por dificultades, se estanca en una laguna de la que, muy posiblemente, y por comodidad, no querrá salir. No puede ser que la intención del maestro o maestra ―siempre la buena intención― por enseñarle una letra, sea interpretado como un síntoma de explotación escolar o incluso de acoso o maltrato psicológico.

La escuela no debe convertirse en una reunión de espíritus libres que vagan por las aulas a su ritmo, complaciente con aquellos a los que «ese ritmo» ni siquiera les late. Y sí, debe pelear junto con las familias para que el niño no deje de descubrir, aunque sea aquello que no le gusta.

© El embegido dezidor.