jueves, 20 de septiembre de 2018

EXPOSICIÓN DE LOS 80.


LAS SÁBANAS DE LA NOSTALGIA.




A veces, la vida nos regala esos instantes en los que el pasado llega a tocar el presente o casi, y en los que el presente viaja en el tiempo hasta situarse en el pasado, aquel mismo pasado que una y otra vez hemos querido hacer presente.
         
Es lo que sucede cuando se visita la exposición organizada por el colegio público José Jalón de Navalcarnero. Una exposición llena de recuerdos que emergen desde cualquier punto, desde cualquier mirada; y es tal la intensidad de sus evocaciones que uno no puede sentirse solo porque a nuestro lado, y sin quererlo, emerge ese niño o joven que nos acompaña, que se reencuentra con nosotros y nos va narrando aquellos tiempos para rescatarnos de los estragos del olvido.

La exposición, sin lugar a dudas meritoria, consigue reverdecer una emoción que alcanza su punto álgido cuando, llevados de la mano por una nostalgia que está muy viva durante todo el recorrido, nos convierte en protagonistas de aquel pasado, atesorando de nuevo una juventud floreciente que renace con un ímpetu más calmado y un sosegado discurrir entre los años que dieron a luz a todos esos objetos expuestos.

Llegado el final, cuando todo termina, envueltos en los recuerdos recientemente despertados por el mágico hechizo de esas almas inanimadas expuestas con generosidad y el silencio que se despereza, lloramos sobre las sábanas de la nostalgia, y de nuevo en el presente, el pasado es más pasado.

Una gran exposición que hace que el visitante, tras concluir su visita, revalorice aquellos años vividos más intensamente.

© José Carlos Atienza.

domingo, 9 de septiembre de 2018

LA ZOZOBRA DEL VINO.


Nunca me había sucedido en mis más de treinta años habitando en esta villa, a Navalcarnero me refiero, tan extraña situación que, de la perplejidad y el asombro, viajó a la ira con tan suculenta velocidad. Nunca me resultó tan difícil tomarme un vino con esa paz que viaja con un llanero solitario dispuesto a disfrutar de su sabor, y también de ese momento íntimo sin otra perturbación más que las propias oscilaciones del pensamiento.

El problema, y el desasosiego posterior, fueron creciendo a medida que la incómoda situación se iba repitiendo como si de una norma establecida se tratara. Y fui a por mi primer vino, que no fue uno, sino que la compañía contribuyó, tal vez, al galimatías posterior, y al recibir la cuenta el resultado final se había inflado, que no desinflado. La razón nos conduce a la comprensión y el error, algo por otro lado tan humano, siempre es una posibilidad que está ahí presente. Solucionado el inconveniente, siempre con buenas palabras y recibiendo, como no debe ser de otra manera, las disculpas del joven empleado, nos dispusimos a continuar, ahora sí, con un tema en concreto, a discutir sobre este inconveniente sufrido.

La segunda taberna que visitamos, ocurrió más de lo mismo. La cuenta de nuevo inflada, que no desinflada, hizo que nos preguntáramos si algunos empleados estaban sacándose una ampliación de sus salarios a costa de la confianza de sus clientes.

Me fui de regreso a casa con los pensamientos buscando soluciones. Acabé en una tercera taberna, y el resultado, siendo la cuenta tan fácil, fue la hinchazón del producto que alcanzó cuotas más propias de los mejores y exclusivos caldos del país. Ante mi incomprensión, reclamé lo que consideré justo y que resultó que así era. La empleada, en este caso, reconoció que se había equivocado, al tiempo que tuve que escuchar risas y comentarios de difícil transcripción.

Flacos favores se hacen a sí mismos si se creen que cualquier persona es válida para atender las mesas en una terraza o en un restaurante. La profesionalidad, o al menos la responsabilidad de todos los integrantes de un negocio, es fundamental para el buen funcionamiento de éste.

Tal vez, ahora, alguno se pregunte por qué ese bar, taberna o restaurante no alcanza las visitas que antaño obtuvo.

© El embegido dezidor.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

"PONTE UN LAZO, PÓNSELO". Sobre Cataluña y otras naderías.


No es que no quiera ver la realidad, pero es que hay veces que jugaría con ella como si fuera un juguete de niñez. No es que quiera ignorar las razones, pero a veces esta razón parece el fruto nacido de una mutación, precisamente de ese mismo fruto. Y no es que no quiera profundizar en la importancia de los hechos y de los actos, pero hay veces que tal profundidad se difumina entre coloridas iniciativas que, por abuso e intolerancia, acaban provocando mofa.
            
Y digo todo esto por la campaña de lazos amarillos que, tanto unos como otros, tanto los que los colocan como los que los retiran, se han empeñado en popularizar hasta la comedia y la extenuación.
            
Y dicho lo dicho, tengo que decir a Ciudadanos que su política de retirada de lazos amarillos es un error de estrategia que deja en evidencia el enorme secarral de quien la creó y de quienes comulgan con ella. Es un error porque mutila cualquier otra iniciativa similar encaminada a defender unos derechos, a solidarizarse o incluso a contribuir a la belleza ornamental de la ciudad, pueblo o espacio público.
            
Señores políticos, establezcan campañas más simples como, por ejemplo, «Pon un lazo en tu vida. Pónselo», porque además de decorar las calles, convertimos espacios públicos en escenarios de solidaridad. Abran sus mentes y dejen rienda suelta a la creatividad. Promuevan, porque esa es su labor, la creación, la suma en definitiva y no la resta.
            
¿Por qué retirar los lazos amarillos? 
            
A quienes tanto les molesta ese lazo amarillo porque les disturba, porque no les gusta el amarillo o por las razones que sean, no deben sentirse desafortunados. En una sociedad democrática como la catalana, que además presume de democrática y de ejemplo democrático, entenderá a la perfección, sin resquicios ni ranuras, que cada ciudadano, sin importar su condición ni religión, tenga a bien, sin preguntar las razones que le motivan a ello, colocar, cerca o al lado del lazo amarillo, otro lazo, por ejemplo, de color verde como defensa del medio ambiente o como solidaridad con las personas que sufren trastorno bipolar. Y si es cuestión de demostrar la fe, póngase un lazo blanco porque se es un firme defensor de la paz y, además, habrá formado la bandera de Ciudad del Vaticano. Y si nos solidarizamos con los enfermos del Sida, se coloca un lazo rojo o si se quieren dos, por eso de ser más solidario, uno a cada lado y ya tienen otra bandera, y si no se quiere abusar, por eso de no acaparar y se quieren solidarizar con la violencia de género, coloquen el lazo morado y ya obtengo los colores de la República. Y quien dice un lazo habla también de sombrillas, que el espacio público es común y lo común es de todos como el sol y el viento.
            
Para terminar, señores y señoras de Ciudadanos y alérgicos al lazo amarillo, el conflicto quedaría resuelto pues nadie, en su sano juicio, se negaría a tan exultante expresión de solidaridad, y se agradecería tan cuidada y económica ornamentación de las calles donde primaría sobre todo la variedad, algo por otro lado, tan pedagógico en una sociedad global como la que padecemos.
            
No lo duden. Pongan un lazo, el que sea. ¿Se lo imaginan? Sería la ciudad de los lazos o la ciudad de la solidaridad. Un ejemplo para todo el mundo. Un ejemplo a imitar que se extendería por todo el planeta.

¿Y qué tal si lo patentamos?

© El embegido dezidor.