No es que no quiera ver la realidad,
pero es que hay veces que jugaría con ella como si fuera un juguete de niñez.
No es que quiera ignorar las razones, pero a veces esta razón parece el fruto
nacido de una mutación, precisamente de ese mismo fruto. Y no es que no quiera
profundizar en la importancia de los hechos y de los actos, pero hay veces que
tal profundidad se difumina entre coloridas iniciativas que, por abuso e
intolerancia, acaban provocando mofa.
Y
digo todo esto por la campaña de lazos amarillos que, tanto unos como otros,
tanto los que los colocan como los que los retiran, se han empeñado en
popularizar hasta la comedia y la extenuación.
Y
dicho lo dicho, tengo que decir a Ciudadanos que su política de retirada de
lazos amarillos es un error de estrategia que deja en evidencia el enorme
secarral de quien la creó y de quienes comulgan con ella. Es un error porque
mutila cualquier otra iniciativa similar encaminada a defender unos derechos, a
solidarizarse o incluso a contribuir a la belleza ornamental de la ciudad,
pueblo o espacio público.
Señores
políticos, establezcan campañas más simples como, por ejemplo, «Pon un lazo en
tu vida. Pónselo», porque además de decorar las calles, convertimos espacios
públicos en escenarios de solidaridad. Abran sus mentes y dejen rienda suelta a
la creatividad. Promuevan, porque esa es su labor, la creación, la suma en
definitiva y no la resta.
¿Por
qué retirar los lazos amarillos?
A
quienes tanto les molesta ese lazo amarillo porque les disturba, porque no les
gusta el amarillo o por las razones que sean, no deben sentirse desafortunados.
En una sociedad democrática como la catalana, que además presume de democrática
y de ejemplo democrático, entenderá a la perfección, sin resquicios ni ranuras,
que cada ciudadano, sin importar su condición ni religión, tenga a bien, sin
preguntar las razones que le motivan a ello, colocar, cerca o al lado del lazo
amarillo, otro lazo, por ejemplo, de color verde como defensa del medio
ambiente o como solidaridad con las personas que sufren trastorno bipolar. Y si
es cuestión de demostrar la fe, póngase un lazo blanco porque se es un firme
defensor de la paz y, además, habrá formado la bandera de Ciudad del Vaticano.
Y si nos solidarizamos con los enfermos del Sida, se coloca un lazo rojo o si
se quieren dos, por eso de ser más solidario, uno a cada lado y ya tienen otra
bandera, y si no se quiere abusar, por eso de no acaparar y se quieren
solidarizar con la violencia de género, coloquen el lazo morado y ya obtengo
los colores de la República. Y quien dice un lazo habla también de sombrillas,
que el espacio público es común y lo común es de todos como el sol y el viento.
Para
terminar, señores y señoras de Ciudadanos y alérgicos al lazo amarillo, el
conflicto quedaría resuelto pues nadie, en su sano juicio, se negaría a tan
exultante expresión de solidaridad, y se agradecería tan cuidada y económica
ornamentación de las calles donde primaría sobre todo la variedad, algo por
otro lado, tan pedagógico en una sociedad global como la que padecemos.
No
lo duden. Pongan un lazo, el que sea. ¿Se lo imaginan? Sería la ciudad de los
lazos o la ciudad de la solidaridad. Un ejemplo para todo el mundo. Un ejemplo
a imitar que se extendería por todo el planeta.
¿Y qué tal si
lo patentamos?
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