Nunca me había sucedido
en mis más de treinta años habitando en esta villa, a Navalcarnero me refiero, tan
extraña situación que, de la perplejidad y el asombro, viajó a la ira con tan
suculenta velocidad. Nunca me resultó tan difícil tomarme un vino con esa paz
que viaja con un llanero solitario dispuesto a disfrutar de su sabor, y también
de ese momento íntimo sin otra perturbación más que las propias oscilaciones
del pensamiento.
El problema, y el
desasosiego posterior, fueron creciendo a medida que la incómoda situación se
iba repitiendo como si de una norma establecida se tratara. Y fui a por mi
primer vino, que no fue uno, sino que la compañía contribuyó, tal vez, al
galimatías posterior, y al recibir la cuenta el resultado final se había
inflado, que no desinflado. La razón nos conduce a la comprensión y el error,
algo por otro lado tan humano, siempre es una posibilidad que está ahí
presente. Solucionado el inconveniente, siempre con buenas palabras y
recibiendo, como no debe ser de otra manera, las disculpas del joven empleado,
nos dispusimos a continuar, ahora sí, con un tema en concreto, a discutir sobre
este inconveniente sufrido.
La segunda taberna que
visitamos, ocurrió más de lo mismo. La cuenta de nuevo inflada, que no
desinflada, hizo que nos preguntáramos si algunos empleados estaban sacándose
una ampliación de sus salarios a costa de la confianza de sus clientes.
Me fui de regreso a casa
con los pensamientos buscando soluciones. Acabé en una tercera taberna, y el
resultado, siendo la cuenta tan fácil, fue la hinchazón del producto que
alcanzó cuotas más propias de los mejores y exclusivos caldos del país. Ante mi
incomprensión, reclamé lo que consideré justo y que resultó que así era. La
empleada, en este caso, reconoció que se había equivocado, al tiempo que tuve
que escuchar risas y comentarios de difícil transcripción.
Flacos favores se hacen a
sí mismos si se creen que cualquier persona es válida para atender las mesas en
una terraza o en un restaurante. La profesionalidad, o al menos la responsabilidad
de todos los integrantes de un negocio, es fundamental para el buen
funcionamiento de éste.
Tal vez, ahora, alguno se pregunte por qué ese
bar, taberna o restaurante no alcanza las visitas que antaño obtuvo.
© El embegido dezidor.
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