Es bien conocido que a los
españoles nos gusta la comedia y el drama, y con qué arte convertimos la
comedia en drama y el drama en comedia. Es nuestra historia. El victimismo y
también el derrotado generan un sentimiento de compasión que, sucumbidos por la
lástima, nos empuja a pedir e incluso a suplicar piedad para el desafortunado,
pero también la chifla, que no está el país para ir desaprovechando
oportunidades.
Y esto está sucediendo con
Cataluña que, de ser un asunto trascendental e histórico, pasados los primeros
episodios dramáticos, los políticos nos están brindando momentos de comedia
inolvidables que están contribuyendo a estrechar lazos entre personas que
apenas se conocían. Tal vez radique aquí la solución al problema.
Pero ya que nos gusta la
exageración, no es menester quedarse únicamente en los entremeses, que teniendo
posibilidades estamos exportando un género que, desde los Payasos de la tele,
salvo muy honrosas excepciones, estaba en franca decadencia: el circo.
El primer número es un
llamamiento a votar, a votar de cualquier manera, cuánto más mejor y si llega
el caso también botaremos que a lo mejor, con un poco de suerte, no se nota la
diferencia, porque tratándose de erigirse como adalides de la democracia y la
participación, el caso es sumar votos o botos, o multiplicar, que visto cómo
manejan los políticos las matemáticas los extraterrestres han dejado de ser
ciencia ficción.
En el número siguiente tenemos a
Marianito y sus secuaces, altivos y orgullosos de restablecer la ley y el
orden, pulcros e inmaculados, con sus retretes bien cerrados y las ventanas
abiertas de par en par.
Y más allá de los Pirineos,
resguardado en su hura, encontramos, si se encuentra, que ya lo han encontrado,
al director de este circo, llamando a la unidad de los demócratas, clamando el
sacrificio de una población, suplicando una fe incólume y blindada hacia su
persona y su causa. Y como acompañamiento a este número circense tenemos a unos
presos políticos o a unos políticos presos que, a estas alturas, quién está por
la labor de diferenciar tan nimio matiz.
Los pastores hacen méritos ante
sus rebaños y si de pequeño me enseñaron a demostrar que la mitad de doce
también puede ser siete, ahora estoy aprendiendo que la mitad de cien por cien está
situada en algún número por debajo de cuarenta y ocho o si apuran un poquito
más, hasta más allá de un treinta y ocho —por ciento, claro— y quién sabe si incluso
más abajo. Puestos a superarse ancha es Castilla.
Y en las gradas, la caterva, el
vulgo, los acólitos, los chupatintas y los aprovechados y también los
ignorantes y los ignorados, agitando sus manos para consensuar su aplauso o su
pitido para elaborar y gestionar el reproche o el elogio, para alzar el puño o
la mano, para alzar la voz o para bajar la cabeza. Y debaten o discuten y
hablan de la policía, una policía que golpea y otra que no, una que lo hace más
fuerte y otra que tiene más consideración. Unos van al bulto a desahogarse con
la porra y otros elementos disuasorios y otros preguntan primero dónde quiere
que le golpeen.
Y me pregunto si estamos muy
ciegos o muy tontos, porque cada gallo sabe muy bien en qué muladar cantar, y
es que hablando de muladares no quedan muchos donde elegir porque ya tienen
todos dueño y no todos podemos ser gallos, a lo sumo gallitos.
¿Es que nos están convirtiendo en
títeres?
© El embegido dezidor.
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