Teatro y teatros y, a sus puertas, tan importante como la
obra o el propio teatro, los conventículos de aficionados y de expertos. Para los
primeros, los que van una vez al año, sonríen cuando una cara conocida les
reconoce, o cuando una persona de influencia destacada, aunque solo sea
concedida por un periodo determinado y de signo político divergente —que poco
importa tratándose de influencias y posiciones—, ejerce un leve movimiento de
su testa para desplegar un saludo. Crece entonces una ficticia distinción, tan
efímera como el propio aplauso de la obra, y creerá formar parte de la sociedad
influyente que rubricará en sus ademanes e incluso en sus amistades. Será solo una
distinción distinguida por la ciencia de la fortuna como compensación por su
asistencia a un evento cultural, porque la cultura es la cultura, y la cultura
se premia, aunque el premio sea una escueta moneda de valor discutible,
minúsculo en cualquier caso e intangible en todos, que le permite integrarse en
círculos tan cercanos, tan próximos, tan íntimos, en los que practicar apología
del sexo o inmiscuirse, con un mínimo de rigor, al menos, en alguna orgía
intelectual, de esas que suceden en cenas improvisadas, unas, y planeadas o
planificadas en otras, porque lo de menos, seguramente, fue el teatro, aunque
después haya sido lo más.
Y, luego están los segundos o los otros: los expertos, los
que no se pierden una, los aficionados de verdad que analizan la puesta en
escena, vestuario, texto e interpretación, los que son pedagogía y crean
escuela, los que están más allá de las redes sociales, los que conviven entre
las palabras sabias y las preguntas inteligentes. Los que enseñan, vamos. Ellos
son también los más quejicosos, los que se lamentan con frecuencia, los que ven
peligrar el teatro y los que buscan las causas de la desafección., Y tras ellos
o a su alrededor, los corrillos, esos anillos humanos que circundan un núcleo,
como un pequeño universo en el recibidor del teatro, con sus intelectuales novicios,
sus becarios en prácticas, sus «presumidores» con arte y oficio que buscan
hacerse un hueco, los curiosos que quieren ser enteradillos y los aprendices
que aspiran a ser considerados y respetados.
Teatro y teatros, porque el teatro, no sé si el bueno o el
malo, o indistintamente, empieza a disfrutarse y vivirse en el exterior. Que no
sé si la asistencia al teatro es más por ver lo que acontece a sus puertas que
tras ellas.
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