sábado, 13 de noviembre de 2021

Teatro y teatros.


 


Teatro y teatros y, a sus puertas, tan importante como la obra o el propio teatro, los conventículos de aficionados y de expertos. Para los primeros, los que van una vez al año, sonríen cuando una cara conocida les reconoce, o cuando una persona de influencia destacada, aunque solo sea concedida por un periodo determinado y de signo político divergente —que poco importa tratándose de influencias y posiciones—, ejerce un leve movimiento de su testa para desplegar un saludo. Crece entonces una ficticia distinción, tan efímera como el propio aplauso de la obra, y creerá formar parte de la sociedad influyente que rubricará en sus ademanes e incluso en sus amistades. Será solo una distinción distinguida por la ciencia de la fortuna como compensación por su asistencia a un evento cultural, porque la cultura es la cultura, y la cultura se premia, aunque el premio sea una escueta moneda de valor discutible, minúsculo en cualquier caso e intangible en todos, que le permite integrarse en círculos tan cercanos, tan próximos, tan íntimos, en los que practicar apología del sexo o inmiscuirse, con un mínimo de rigor, al menos, en alguna orgía intelectual, de esas que suceden en cenas improvisadas, unas, y planeadas o planificadas en otras, porque lo de menos, seguramente, fue el teatro, aunque después haya sido lo más. 

Y, luego están los segundos o los otros: los expertos, los que no se pierden una, los aficionados de verdad que analizan la puesta en escena, vestuario, texto e interpretación, los que son pedagogía y crean escuela, los que están más allá de las redes sociales, los que conviven entre las palabras sabias y las preguntas inteligentes. Los que enseñan, vamos. Ellos son también los más quejicosos, los que se lamentan con frecuencia, los que ven peligrar el teatro y los que buscan las causas de la desafección., Y tras ellos o a su alrededor, los corrillos, esos anillos humanos que circundan un núcleo, como un pequeño universo en el recibidor del teatro, con sus intelectuales novicios, sus becarios en prácticas, sus «presumidores» con arte y oficio que buscan hacerse un hueco, los curiosos que quieren ser enteradillos y los aprendices que aspiran a ser considerados y respetados.

Teatro y teatros, porque el teatro, no sé si el bueno o el malo, o indistintamente, empieza a disfrutarse y vivirse en el exterior. Que no sé si la asistencia al teatro es más por ver lo que acontece a sus puertas que tras ellas.

 

 © El embegido dezidor.

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