La necedad de
un presidente del gobierno (PP, para más señas) en las distancias cortas para
explicar con un mínimo de solvencia y credibilidad sus políticas —concretamente
la igualdad salarial—, desenmascara las verdaderas intenciones que le llevan a
elaborar tales políticas.
Especular
es una de las decisiones que, con más acierto, severidad y efectividad, ha
efectuado este gobierno para la consecución de algunos de sus fines y estrategias.
Y es precisamente la desigualdad de salarios la que impulsa el desarrollo e
incluso el éxito de sus políticas.
¿Y
cuáles son los beneficios de esta desigualdad salarial?
A
corto plazo la polémica le interesa. «No hay mal que por bien no venga». La
polémica sirve para disimular, ocultar, enturbiar e incluso olvidar los casos
de corrupción que asolan a este gobierno.
Esta
obstinación por mantener la desigualdad salarial, además de contentar a sus más
allegados y simpatizantes, suscita una precariedad laboral que dispara la
demanda de empleo al tiempo que emerge una alarmante necesidad de trabajo. De
este modo consigue de una forma tan sencilla, reducir a la excepción las
exigencias laborales de los trabajadores en los contratos. Se varía el perfil
del contratado que, aumentando su preparación, aceptará una disminución de su
salario y desempeñará un puesto de trabajo por debajo o muy por debajo de su
preparación.
La desigualdad
salarial es, además y por sí sola, una herramienta para mantener al enemigo dividido.
Y en este caso particular, la mujer, por muchas otras razones de peso, no
participará tan activamente en muchas de las reivindicaciones salariales cuando
sabe que una vez que éstas terminen seguirá en clara desventaja.
Una
rebaja en sus salarios en comparación con sus compañeros — hombres — y en
relación al mismo puesto desempeñado, es un buen incentivo para su
contratación. Mismo puesto, misma efectividad y un ahorro para la empresa y, a
la vez, favorece su integración en el mercado laboral. Contribuye a mejorar
datos y estadísticas de incorporación de la mujer al trabajo y justifica, como
buena, esa desigualdad salarial porque, al fin y al cabo, cuando hay necesidad,
lo importante es trabajar y la mujer está trabajando. Y si por un casual, la
mujer no encuentra satisfacción en su trabajo porque sus beneficios se equiparan
a los gastos y renuncia a su puesto de trabajo, dejará, junto a los jóvenes que
marchan al extranjero a buscar trabajo, de engrosar las listas de parados. Otro
éxito laboral.
Con
la renuncia al trabajo de la mujer se crea una situación de dependencia. Vuelve
al hogar y contribuye, sin querer, al éxito de otra de las políticas del
gobierno: fortalecer la familia. Además, sus hijos, debido a todo lo dicho
anteriormente, no podrán acceder a puestos cualificados y bien retribuidos
porque sus estudios no alcanzarán los mínimos necesarios; y no lo harán porque
no podrán estudiar por falta de fondos monetarios para pagar las tasas
universitarias que han subido, desorbitadamente, con la clara intención de
mantener una mano de obra barata que garantice la supervivencia de las «élites».
Y
así la rueda está completa. El sistema, tal y como ha sido diseñado, funciona casi
a la perfección. Como siempre hay excepciones, pero estas pueden solucionarse
con nuevas leyes y con condenas que inflijan miedo a la población, en
definitiva, un freno más, especialmente para la libertad del individuo, sea
mujer u hombre.
© El embegido dezidor.
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