No vamos a ignorar a estas
alturas que como individuos somos consecuencia de, y al mismo tiempo casusa de.
Por ello, y sin que sirva de
precedente, la escuela, tantas veces señalada y acusada de inmovilismo, no es
responsable de la “mala educación” que, sin ser predominante, sí alcanza gran
protagonismo. Un protagonismo que se adquiere, entre otras causas, gracias a la
inestimable e inclasificable colaboración de medios de comunicación y a esa
querencia, casi natural, por hacer de las desgracias ajenas un leitmotiv de
nuestras vidas.
Queda, al menos esbozado, dónde
radica el germen de esta «mala educación» en una sociedad que premia una
mediocridad que, además de lo citado anteriormente, se va imponiendo con la
ayuda, directa o indirecta, consciente o inconsciente, de las familias y demás
personal cuya obligación debería ser dar ejemplo. Miremos quiénes ocupan las
portadas de periódicos, a quiénes de les dedica más tiempo en los informativos
y sobre todo en programas de sociedad, y obsérvese quiénes son argumento
principal de las tertulias familiares. De este modo, entenderemos
inmediatamente la clave del problema. Hoy, y en este país, parece que esta
mediocridad es regla general e inexcusable para triunfar en esta sociedad que
hemos creado.
Esta apuesta por la mediocridad,
la pérdida de valores, la no valoración del esfuerzo y tanto otros males que
nos acucian, no es una consecuencia inaugural de la escuela, muy al contrario, en
ella se combate. Pero en muchas ocasiones, seguramente en demasiadas, es una
lucha en solitario en la que unos pocos, de quienes tienen responsabilidad en
dar ejemplo, la acompañan.
Buscar la solución en el dedo
acusador es otra consecuencia de esta mediocridad. La inacción y discursos
llenos de palabras y más palabras que se pierden en el maremágnum de datos y
porcentajes, son el gran disimulo esputado a una sociedad, ansiosa por recibir
respuestas sin hacerse preguntas y ansiosa por encontrar culpables sin aljofifar
sus responsabilidades.
Al resto nos queda la resistencia
desde la escuela, desde nuestras casas, desde nuestros trabajos... y también la
esperanza. Si no cambiamos el mundo, al menos que nuestro esfuerzo sirva para
no perder territorio o vender cara nuestra derrota.
¿Y en el aula? Los niños son la
respuesta. Ellos son la causa de, y la consecuencia de. No son el problema.
© El embegido
dezidor.
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