He tenido la oportunidad de
visitar la exposición de Playmobil de Rafael de Palacio, que tiene lugar en la
Casa de la Cultura de Navalcarnero. Se trata, nada más y nada menos, que de un recorrido
por la historia y las civilizaciones empezando por la prehistoria, continuando
por Egipto, Roma y terminando en el medievo.
La exposición discurre a lo largo
de dos salas que no son suficientes para el desarrollo de una temática que, si
bien parece simple en un principio, cuando el visitante llega a su majestuoso
final, además de impresionado, se siente huérfano. Y es así porque el cuerpo
pide más. Se echan en falta tantas y tantas épocas de la historia que haría
falta todo el edificio y posiblemente la ruina económica y algo más del creador
de dicha exposición.
Pero esta exposición, que luce
por sí sola maravillosamente gracias a un Rafael de Palacio que mima cada
detalle, adquiere más relevancia aún porque tiene un doble valor. No se trata
solo de un recorrido por una parte de la historia de la humanidad, sino que
también es un recorrido por nuestra propia historia. Resulta curioso cómo uno
puede emocionarse ante esos objetos inanimados que han formado parte de nuestra
niñez o nuestra juventud. Resulta curioso también, cómo esos mismos objetos,
que tantas veces hemos visto en los escaparates de cualquier comercio, en la
televisión o que incluso los hemos regalado, despiertan esa nostalgia que
falsamente nos acerca a instantes que no podemos siguiera acariciar, pero que
nos hacen rejuvenecer y revivir, como si volviéramos a ver un capítulo de nuestra
serie favorita, tiempos que ya parecían olvidados.
Ayer, rodeado de niños, pude
marcharme a casa habiendo sido por unos minutos, mucho más joven e incluso
niño.
© El embegido dezidor.
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