¿Y ahora qué?
Es la incómoda pregunta que nace bien regada por la preocupación y bien alimentada por la experiencia. Una dramática experiencia que en algunos casos ha puesto al borde del bochorno el funcionamiento de las escuelas, concretamente de Trébole. Una experiencia adquirida a base de confrontación entre dirección, educadoras y familias, de incontinencia verbal, del demérito e incluso del abyecto sentimiento de venganza que ha mutado en más de una ocasión el carácter humano de quienes llevan a sus espaldas responsabilidades en estas escuelas.
En cualquier caso, la pregunta me conduce a desplegar cuántas posibilidades se me ocurran por encontrar una o varias respuestas a esta fastidiosa cuestión.
Para empezar, tarde o temprano la dirección de Barco deberá poner sobre la mesa las nuevas propuestas para conocimiento de las educadoras, que no serán muy diferentes a las anunciadas en Trébole, ya sobradamente conocidas por todos y que tanto revuelo han causado.
Si el sentido común impera, la dirección de Barco debería de esperar hasta que finalice el año escolar para introducir las modificaciones pertinentes en los nuevos contratos y en los nuevos proyectos de la escuela incluyendo, ahora sí, el conocimiento y consentimiento de aquellas educadoras que voluntariamente, sin presiones ni coacciones, quieran sumarse a esta nueva andadura que comienza tras el concurso.
Pero tal decisión no estará exenta de dificultades.
Si se decantan por introducir los cambios con la llegada del nuevo curso, será una decisión que contradice las ya efectuadas en Trébole, por lo que una vez más, ambas direcciones quedarán enfrentadas. A su vez, toda demora en la “imposición de las nuevas condiciones” supone la creación entre las trabajadoras de la misma empresa, con la misma titulación y mismos méritos, de dos grupos laborales con diferencia de trato y salario: educadoras de primera clase las de Barco, y de segunda clase las de Trébole. Mientras en Trébole, el salario se ha visto ostensiblemente reducido, en Barco seguirían con las condiciones antiguas, mucho más favorables en cuanto a cuantía se refiere. Esta discriminación, a corto plazo generaría un nuevo foco de desestabilización en las escuelas y muy especialmente de nuevo, por sentido común en Trébole.
Si por el contrario Barco decide hacer efectivos los recortes como así iban estipulados en su propuesta para la adjudicación del concurso, y que no hay que olvidar que fue la cuestión económica un punto principal para ser adjudicataria, supondrá en el mejor de los casos, tal y como ha ocurrido en Campanilla y en Trébole un trasvase de educadoras. Y en el peor, denuncias y despidos y no precisamente en este orden. Despidos que ya han causado una derrama de dinero innecesario y evitable, siendo imposible, en algunos casos, hacer frente a las obligadas indemnizaciones increíblemente ignoradas o soberbiamente soslayadas que han supuesto un socavón mayor en la descalabrada economía de las escuelas.
Esperemos eso sí, buen ejemplo tienen, que no empleen los mismos métodos ni “sugestivas sugerencias” para moldear un cerrojo que no supondría más que nuevas incidencias. Espero que este silencio, del que está Barco haciendo gala, no sea el mismo silencio coactivo de antaño, ese silencio de laboratorio, artificial en su esencia y artificioso en su contenido que se desliza por los pasillos de la escuela dejando un rastro sombrío para esconder de nuevo intenciones que no pueden ser buenas si nacen desde el oscurantismo.
Pavor me causa esperar una solución de esa prosaica imaginación fecunda de alguna mente pensante desconocida proveniente de alguna de las direcciones, cuya experiencia ha demostrado cuánta futilidad lleva en su equipaje ,cuando intenten convencer de unas condiciones prácticamente inaceptables a muchas tragaderas que se tengan.
No hay que olvidar que estas escuelas deben agradecer cuánto han hecho por ella sus educadoras y las familias que las habitan y es ahora, buen momento para devolver favores.
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