jueves, 23 de febrero de 2012

En Valencia se quemarán las calles porque la metáfora arde.

Si algo de bueno, o de malo, pueden tener los paseos en los pueblos, es que las cortas distancias pueden hacerse casi infinitas en el tiempo. Los múltiples intermedios, así como las esperas en las ya cada vez más escasas tiendas de toda la vida, esas que nos han visto crecer y que van envejeciendo a medida que nuestros hijos dejan de ser niños para ser jóvenes, son torrentes de información que ya quisiera superar en efectividad y rapidez la tecnología imperante de los tiempos actuales.

En uno de esos intermedios, una vecina, en ese espacio que alberga la duda si es señora o señorita, con poco más de los treinta, todavía fuerte frente a los cuarenta, se lamentaba de cuánto estaba ocurriendo en Valencia y cuánto podría ocurrir por culpa de estos difíciles tiempos que nos está tocando vivir. “Estos estudiantes, si siguen perdiendo días de clase qué van a estudiar” – me dijo.

Y vinieron a mí unas palabras escritas en alguna publicación de una catedrática en educación de la Universidad de Alcalá quien decía que los niños que aprenden sólo de la escuela no son capaces de aplicar estos conocimientos fuera de ella. Tal vez sea esto a lo que se refería la ilustre catedrática y lo que estamos presenciando no sea más que una legión de inadaptados que no saben aplicar en la vida lo que han aprendido en la escuela. Son, resumiendo, el vivo ejemplo del fracaso de la enseñanza pública y de paso, dicho esto por políticos y periodistas acólitos, matamos dos pájaros de un tiro: las manifestaciones y la escuela pública.

No pretendo hacer con esta aserción el trabajo de periodistas y políticos y tampoco contribuir a hacerlo popular, y mucho menos “PPolpular” ¡Dios me libre! Considero que cuanto está ocurriendo es justamente lo contrario. Al igual que aquel 15-M, estas manifestaciones estudiantiles son el fruto de los conocimientos adquiridos esencialmente en una escuela que es libre y que es garantía de igualdad como ninguna. La presencia en la calle de miles de estudiantes es su puesta en práctica. Y son estos conocimientos los que les han conducido a tomar, por mucho que se empeñen aquellos que estas protestas les incomodan, la libre decisión de pasar a la acción consecuencia del librepensamiento que desde esta escuela se intenta fomentar. Es por eso, por lo que, conscientes de cuánto tienen que perder dicen “basta” y lo dicen en la calle para defender con toda la legitimidad que otorga la razón, porque la tienen, lo que al sentido común, desde las instituciones, se le niega.

He aquí la esencia de ese ataque constante a la escuela pública, una escuela cada vez más molesta por ser germen de voces contestatarias, de voces con personalidad propia que crecen, que no se van a dejar llevar, sin más, por los postulados institucionales, y mucho menos cuando haciendo llamamientos al amor patrio, estos vienen vía imposición. Voces que no se van a amilanar cuando la tiranía despliegue sus venenosos aguijones, y allí, donde se considere un ataque, o una provocación habrá una respuesta.

Las calles de ciudades como Valencia son el vivo ejemplo, jóvenes que pasean sus palabras como un pesticida para la soberbia que produce recortes que no responden a un principio de equidad. Una semilla que deberá impedir que nuevas generaciones caigan en la autocomplacencia conformes con el “todo vale”. Ellos y sólo ellos podrán decir y presumir de cuánto consiguieron, o en el peor de los casos, podrán presumir que todo cuánto se perdió no fue porque estuvieron de brazos cruzados. Y si el tiempo, y la “sociedad del bienestar” no los apoltrona, mañana serán maestros del librepensamiento, ese que se ha zurcido a través de la escuela y de la vida, convencidos de su poder, de poder enmendar e incluso evitar errores o ignominias infringidas con una estúpida insidia por quienes, bajo un paraguas democrático, juegan a ser exclusivos tiranos exclusivistas.

En Valencia se quemarán las calles porque la metáfora arde. ¡Qué gran lección! Es la hora de “quemar el Estado”.

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