Por primera vez desde la recuperación del festival de Eurovisión en este país con aquella comedia de los triunfitos, puedo asegurar, pues no es plan de verter mentiras sobre el papel ni de creerse que uno se ha convertido con los años en un experto festivalero, que el aburrimiento hizo buena presencia hasta conducirme, sin demasiada resistencia, al bochorno y al sueño imperioso.
No encontré canción novedosa que me sorprendiera, si acaso,
como ya es habitual, buenas interpretaciones por excelentes intérpretes que,
hasta en ese aspecto, resultan aburridos. Tan solo algunas canciones bien
construidas y pocas pinceladas más que no sirvieron para sobrepasar los
alicientes del vestuario y puesta en escena que son, sin duda, los que más
atención causaron y los que me mantuvieron con una frescura intermitente.
También es verdad, que poca importancia tiene lo que escriba,
pues mi crónica carece de rigor informativo al no prestar atención, o al menos,
la misma atención a todas las interpretaciones como consecuencia de ese sopor
que, con descaro, me invitaba a refugiarme en otros lugares menos musicales,
pero a la vez armoniosos.
Y también, como es tradición, el ganador no se encontraba
entre mis elegidos, una prueba más que suficiente e ilustrativa de mi escasa
pericia musical.
© El embegido dezidor.
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