martes, 21 de mayo de 2019

Huyendo de los políticos en campaña.



Confieso que hui de la política. Y este principio de desafección y la consiguiente deserción me resultó en extremo preocupante, pues si bien es cierto que nadie puede vivir ajeno a la política, siempre encontré en los debates la esencia de sus personajes.

Y todo viene a colación por ese debate mantenido en Telemadrid, el pasado 19 de mayo, que yo, con renovados aires y con esa emoción primeriza y juvenil si se quiere, me dispuse a disfrutarlo como si fuera el primero.

No permanecí demasiado tiempo frente al televisor. Creo, y es una percepción personal, que fueron los propios debatientes los que me obligaron a desconectarme de la cadena y seguir los dictados de una voluntad, ajena a mí, que clamaba por la retirada como mejor propuesta para, desde la distancia, recomponerme.

Y es que los minutos transcurrían lánguidos, pesarosos, con frases y párrafos aprendidos de memoria y con maneras heredadas, sin personalidad, como novatos e inocentes aprendices de su precursor.

El debate no fue más allá del “Yo me comprometo” y de aventar promesas y más promesas, exigiendo al votante, como no podía ser de otra forma, que más que un acto de reflexión practique un acto de fe. Y cuando en el debate el todo es la nada y la nada es el todo, todo es nada —citando versos de José Hierro en su poema: Nada—.

Ahora, recuperándome de mi desafección, espero encontrar en los pocos días de campaña que quedan, algo más de talento político, pues ni es ni debe ser poca cosa dedicarse a la política, y cuando menos, exigiría a la torva imperante, salvo honrosas excepciones, que también las hay, que no renunciasen a esas perlas que se hacen virales con las que, además de hacernos pasar buenos ratos, demuestran ser personas muy normales, tan normales que me pregunto si mi vecino o mi vecina, incluso yo mismo, no estaremos capacitados para desempeñar con mayor dignidad esa función de representantes públicos.

© El embegido dezidor.

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