Aunque fue multitudinaria, no fue la manifestación del domingo en Barcelona una manifestación tan multitudinaria si la comparamos con otras sucedidas en ese mismo lugar en diferentes momentos, pero sí tuvo y tiene una trascendental importancia. No hay dudas. Y fue importante no tanto por la mayor o menor afluencia de público, sino por su notoriedad, por su significado político y por traspasar una línea, hasta ese día infranqueable, como es ver a los no independentistas manifestar su postura por las calles de Barcelona. Por fin el debate político también estaba en las calles.
Negar esta importancia,
la de esta manifestación y la de las anteriores de signo muy
diferente, es padecer una ceguera política o una demencia obsesiva
por demostrar la ficción. Y se están dando ambos casos. La guerra
de propaganda está en su punto álgido y los más enfervorizados
acólitos de uno y otro bando buscan posiciones en sus trincheras
para acoger el aplauso de los suyos.
El desprestigiar una
manifestación basándose en la presencia o no de personas de fuera,
ajenas a Cataluña o por sus filiaciones o simpatías políticas, es
demostrar que dicha manifestación ha escocido y mucho; es declarar,
sin afirmarlo, que ha sido un éxito. No se debe desacreditar una
manifestación por la presencia de partidos o asociaciones o
particulares de extrema derecha cuando su presencia fue minoritaria y
su protagonismo prácticamente imperceptible. Si utilizamos la misma
retórica, ¿Debería entonces el presidente de la Generalitat o
alguno de su corte anunciar públicamente el desmantelamiento del
proceso independentista por tener una apoyo de la ultraderecha
europea?
Si algo ha demostrado
esta manifestación es que ambos bandos: nacionalistas y no
nacionalistas, empiezan a jugar en el mismo terreno de juego.
Utilizando una terminología futbolística, «de tú a tú». Es el
momento de dejar a un lado actitudes que rozan el infantilismo con
discursos tan manidos como el «Y tú más»; en
el caso que nos ocupa, el «yo más» por
dar más o menos importancia a una u otra manifestación. Es el
momento de abandonar la vergonzante confrontación. No
por estar en contra del independentismo se es un fascista. No porque
se esté en contra del independentismo no debe gustar la butifarra,
por ejemplo, o no por ser independentista se deben odiar las
sevillanas.
Si apelamos al derecho a
decidir, es necesario el respeto al contrario, porque éste, le pese
quien le pese es necesario para reafirmar ideas y necesario para que
éstas existan. Es parte esencial de la democracia y de la libertad
de expresión.
© El embegido
dezidor.
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