Uno se pregunta si este
presidente, y me refiero a Mariano Rajoy, no estará ungido de un halo especial
o ha sido elegido, además de por el dedo tiránico de Aznar, por el dedo
beatífico del cielo. Si esto último es así, no puedo más que preguntarme cuáles
han sido sus méritos, por qué ha sido él el escogido de entre los millones de
españoles o fue el cielo el que lo escogió para materializar alguna venganza a
la ya de por sí sufrida población de este país, o lo que sea, que debido a mi
limitada visión de futuro no consigo descifrar. Ahora, gracias al señor Puigdemont,
otro individuo elegido a dedo —ironías de la historia —, Mariano, Marianito será
un protagonista fundamental de la historia de Cataluña en particular y de
España en general.
Mariano
Rajoy, hombre de continuos siseos y extensos silencios, cuyo aprendizaje al
frente del gobierno ha sido llegar a la conclusión que lo suyo es mejor no
hacer nada, ha tomado dos decisiones en este proceso trascendentales. La
primera, en aquel 1 de octubre, fue una soberana metedura de pata. Su decisión
fue alimento para un proceso que, visto lo visto, únicamente se sustenta en
sentimientos y en razones de poco peso y de minúscula historia; y la segunda,
el 155, que por su inoperancia demostrada genera muchas dudas.
Y
es que este presidente, con su inacción, ha acelerado un proceso de
independencia, que si ya empezó de manera irrisoria, muy al estilo de películas
de Paco Martínez Soria, hoy, en el día de la declaración de la república, ha
quedado aún más ridiculizado.
¿Alguien, más allá de la ultraderecha europea, dará legitimidad a un proceso
democrático al «estilo Venezuela»? Si esta respuesta es afirmativa, mi decepción
será doble, no porque Cataluña sea independiente sino por las formas empleadas.
Será el momento entonces de constituir las dos nuevas naciones. Por un lado, la
República Frangollona de Cataluña y por el otra el Reino Chafallón de España.
© El embegido dezidor.
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