Hablar de Cataluña es adentrarse en
un campo de batalla en el que el solar ya está arrasado y sobre el
que coletean aguerridos forjadores de la propaganda y del
sentimentalismo en una vana disputa por imponer el dominio de su
verdad.
Escuché atentamente los
discursos. No estaba jugando al cinquillo aunque bien podría haberlo
hecho, pero la actualidad mandaba, y aunque me separan unos cientos
de kilómetros del foco del problema, me gusta estar al día a pesar
de que una y otra vez se desautoricen mis palabras bajo el epígrafe
de estar manipulado.
Pírrico esfuerzo de
quienes ahítos en su propio desierto neuronal no encuentran forma
alguna de mantener un diálogo educado y respetuoso. Campan por las
redes a sus anchas, con su lúbrico sayal de la impunidad, poroso de
fragmentos escogidos de historia tejidos en los lupanares de la
instrucción y el adoctrinamiento, dominados y ciegos por el poder
que emana de las banderas, los nuevos pastores en busca de nuevos
rebaños para su propia perpetuación en el tiempo incluso en la
eternidad.
Poco o nada podemos
esperar, aquellos que formamos parte del pueblo, los que realmente
somos pueblo, ahora tan queridos e importantes y siempre los más
vilipendiados cuando de mantener a la élites en sus caudalosos
ingresos se trata, de quienes practicaron recortes sangrantes que de
forma tan dolosa han fustigado a una población; los mismos que
recortaron derechos; los mismos que lanzaron sus policías contra la
misma población sobre la que ahora buscan respaldo cuando ejercieron
su derecho democrático a manifestarse contra aquellas injusticias,
descarada injuria labrada en sus despachos; los mismos que nos
mermaron la asistencia sanitaria; los mismos que contribuyeron a
rebajarnos nuestro poder adquisitivo; los mismos que nos redujeron a
meros y simples esclavos de la mano que nos da de comer; los mismos
que se han esforzado por mantener la perpetuación de las élites,
(el siguiente paso será hacerlo hereditario por decreto); ellos, los
que ya han quedado nombrados y señalados en estas líneas, son esos
mismos los que ahora apelan a un pueblo, que una vez más ha
demostrado ser muy generoso y muy olvidadizo que se pliega
a los designios de un dedo inquisidor. Son esas mismas élites las
que no titubearon y no dudarán en arrimarse a la mano e incluso al
servicio de quien les dé más poder. Y son esas mismas élites las
que se alimentan de la confrontación y el odio de la ya por siempre
sufridora población sabedoras que ahí reside su poder.
Me preocupa la brecha
que se está fraguando entre esa misma población que sufre los
desmanes de una clase política carente de escrúpulos, que hará de
nuestra convivencia, la de los pueblos de este Estado, mucho más
difícil, si no imposible. Lástima de esta ceguera que les servimos
tan amablemente en sus bandejas de plata.
Y es que seguimos
alimentando perros con longaniza.
© El embegido dezidor.
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