jueves, 5 de octubre de 2017

Palabra de Rey.

Habló el rey.

Su mensaje fue escueto, directo e incisivo y también incendiario y provocador. Para muchos ya se echaba en falta en este escenario que parecía ser propiedad solo de unos, que hubiese quien fuera capaz, alejado de la pusilanimidad de un gobierno incapaz e incapacitado para encarrilar los acontecimientos relacionados con Cataluña, que haciendo uso del castellano, «pusiese los puntos sobre las íes».

Para unos llevará toda la razón, para otros se habrá excedido, pero no cabe duda alguna que ha puesto sobre la mesa adjetivos y sustantivos que la realidad ha hecho evidentes a los ojos de las miradas objetivas y alejadas de sentimentalismos, si esto es todavía posible.
No le ha faltado valor, y su aparición en televisión flaco favor le ha hecho a un gobierno cuyo presidente permanece escondido y cuyas decisiones, si las ha tomado, no han servido más que para empeorar este conflicto de Cataluña con el resto del Estado. Mucho deberá reflexionar el presidente del gobierno y sus secuaces y valorar si su perpetuidad en el cargo es lo mejor para el conjunto de España.

En sus palabras, más que una apropiación de las actuaciones de un gobierno, predomina una realidad generalizada en una población, incluso para aquellos que anhelamos, cuando menos, un reconocimiento histórico de nuestra tierra o nuestro país, que es el padecimiento que hemos soportado durante décadas, para mí que ya estoy entrado en años, de un nacionalismo que ha hecho de la autoflagelación y el victimismo una biblia de comportamientos y actitudes que se han ido repitiendo como un automatismo. Lo seguimos viendo en la información española, sin desmerecer a la catalana que le sigue a la zaga, cuyos mensajes, que por arte de birlibirloque, perduran anclados más allá de los tiempos sin un atisbo de variación.

Y no discuto razones, que las hay, pero esta biblia, tristemente, no es sólo exclusiva de una parte del nacionalismo catalán, véanse también otros movimientos nacionalistas, incluido el nacionalismo español, erróneos cuando se ocupan más de la confrontación que de la expansión y construcción cultural. Un nacionalismo excluyente es la destrucción social de la población a la que se quiere someter y por contagio al propio Estado.

Quedó bien reflejado en el mensaje del rey el pensamiento que muchos ciudadanos tienen y tenemos sobre lo acontecido, pero también es verdad que su mensaje no ayudará a resolver el conflicto, y una vez más, tristemente una vez más, se recurre, como tantas veces, al sentimiento del orgullo de ser español. Me pregunto dónde puedo encontrar ese orgullo cuando, hoy por hoy, es algo arduamente difícil al ver cómo los derechos obtenidos durante décadas se les han negado a las clases trabajadoras y menos favorecidas, clases que se han visto vilipendiadas, condenadas a vivir y padecer la desigualdad entre los ciudadanos donde ellos son el extremo más perjudicado. A esto hay que añadir la insultante soberbia de una clase política dispuesta a enriquecerse a costa de pueblo del que se pretende que se sienta ciegamente español.

Si sólo nos queda el orgullo de ser español en los términos que la clase política propone, va a ser que realmente no queda nada.


© El embegido dezidor.

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