Habló el rey.
Su mensaje fue escueto,
directo e incisivo y también incendiario y provocador.
Para muchos ya se echaba en falta en este escenario que parecía ser
propiedad solo de unos, que hubiese quien fuera capaz, alejado de la
pusilanimidad de un gobierno incapaz e incapacitado para encarrilar
los acontecimientos relacionados con Cataluña, que haciendo uso del
castellano, «pusiese los puntos sobre las íes».
Para unos llevará toda
la razón, para otros se habrá excedido, pero no cabe duda alguna
que ha puesto sobre la mesa adjetivos y sustantivos que la realidad
ha hecho evidentes a los ojos de las miradas objetivas y alejadas de
sentimentalismos, si esto es todavía posible.
No le ha faltado valor,
y su aparición en televisión flaco favor le ha hecho a un gobierno
cuyo presidente permanece escondido y cuyas decisiones, si las ha
tomado, no han servido más que para empeorar este conflicto de
Cataluña con el resto del Estado. Mucho deberá reflexionar el
presidente del gobierno y sus secuaces y valorar si su perpetuidad en
el cargo es lo mejor para el conjunto de España.
En sus palabras, más
que una apropiación de las actuaciones de un gobierno, predomina una
realidad generalizada en una población, incluso para aquellos que
anhelamos, cuando menos, un reconocimiento histórico de nuestra tierra o nuestro país, que es el
padecimiento que hemos soportado durante décadas, para mí que ya
estoy entrado en años, de un nacionalismo que ha hecho de la
autoflagelación y el victimismo una biblia de comportamientos y
actitudes que se han ido repitiendo como un automatismo. Lo seguimos
viendo en la información española, sin desmerecer a la catalana que
le sigue a la zaga, cuyos mensajes, que por arte de birlibirloque,
perduran anclados más allá de los tiempos sin un atisbo de
variación.
Y no discuto razones,
que las hay, pero esta biblia, tristemente, no es sólo exclusiva de
una parte del nacionalismo catalán, véanse también otros
movimientos nacionalistas, incluido el nacionalismo español,
erróneos cuando se ocupan más de la confrontación que de la
expansión y construcción cultural. Un nacionalismo excluyente es la
destrucción social de la población a la que se quiere someter y por
contagio al propio Estado.
Quedó bien reflejado en
el mensaje del rey el pensamiento que muchos ciudadanos tienen y
tenemos sobre lo acontecido, pero también es verdad que su mensaje
no ayudará a resolver el conflicto, y una vez más, tristemente una
vez más, se recurre, como tantas veces, al sentimiento del orgullo
de ser español. Me pregunto dónde puedo encontrar ese orgullo
cuando, hoy por hoy, es algo arduamente difícil al ver cómo los
derechos obtenidos durante décadas se les han negado a las clases
trabajadoras y menos favorecidas, clases que se han visto
vilipendiadas, condenadas a vivir y padecer la desigualdad entre los
ciudadanos donde ellos son el extremo más perjudicado. A esto hay
que añadir la insultante soberbia de una clase política dispuesta a
enriquecerse a costa de pueblo del que se pretende que se sienta
ciegamente español.
Si sólo nos queda el
orgullo de ser español en los términos que la clase política
propone, va a ser que realmente no queda nada.
© El embegido dezidor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario