lunes, 22 de julio de 2019

"El Antojo". Gastrobar en Navalcarnero.


No era una mañana para las sorpresas. El pueblo tampoco es ese gran escenario donde la vida se agita de tal modo que no hay tiempo para encontrar acomodo. Y, sin embargo, en una de esas paradas a las que obliga la edad y por quebrantar la pertinaz obstinación del sol, he entrado en unos de esos lugares para descanso del paseante y tras un vino, he sucumbido al antojo del siguiente y, tal vez, por eso, al llegar a casa, he sentido una impetuosa necesidad de plasmar en el papel las confidencias de tal suceso. Hablo de la taberna, o para mayor precisión, gastrobar, llamado «el Antojo».

Sólo ha sido necesario entrar para darse cuenta que se trata de un lugar coqueto y mimado, que invita al sosiego, a la lectura, a la reunión íntima, a la tertulia amistosa… En definitiva, un lugar que incita a quedarse o, cuando menos, a repetir. Y ese fue mi caso, que tras un primer vino, al final fueron dos. Bien servido, de temperatura correcta y con unos aperitivos que, si bien, no son de una laboriosa preparación, sí son de buena materia prima, lo que se agradece, aunque también están incluidos en ese repertorio los tan manidos y socorridos frutos secos. Este podría ser un «pero» y que la música, cuando está sonando, puede considerarse a un volumen elevado, pero esto va según gustos y según oídos.

Pero, además de lo dicho, destaca en tan reducida extensión la educación, el respeto y las buenas maneras que, si bien por lo general son escasas, aquí, a poco que uno se deje llevar por la imaginación, y soy dado a la exageración, podría pensar que está en la antesala de algún centro cultural, teatro o evento de cierta importancia para degustar alguna vianda acompañada de un refrigerio.

Confieso que, entre mis lecturas, resguardado tras esa ventana, su única ventana, he tenido ese «Antojo» que todo tabernero espera de sus clientes: querer volver. Y confieso que volveré parapetado de mis lecturas, de mi soledad y de los pensamientos que la pueblan, porque ahí, sentado en ese «Antojo», la soledad no incomoda y la compañía es mucha más compañía.


© El embegido dezidor. 



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