
Sólo ha sido necesario entrar
para darse cuenta que se trata de un lugar coqueto y mimado, que invita al
sosiego, a la lectura, a la reunión íntima, a la tertulia amistosa… En definitiva,
un lugar que incita a quedarse o, cuando menos, a repetir. Y ese fue mi caso,
que tras un primer vino, al final fueron dos. Bien servido, de temperatura
correcta y con unos aperitivos que, si bien, no son de una laboriosa
preparación, sí son de buena materia prima, lo que se agradece, aunque también
están incluidos en ese repertorio los tan manidos y socorridos frutos secos.
Este podría ser un «pero» y que la música, cuando está sonando, puede
considerarse a un volumen elevado, pero esto va según gustos y según oídos.

Confieso que, entre mis
lecturas, resguardado tras esa ventana, su única ventana, he tenido ese
«Antojo» que todo tabernero espera de sus clientes: querer volver. Y confieso
que volveré parapetado de mis lecturas, de mi soledad y de los pensamientos que
la pueblan, porque ahí, sentado en ese «Antojo», la soledad no incomoda y la
compañía es mucha más compañía.
© El embegido dezidor.
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