No era una mañana para las
sorpresas. El pueblo tampoco es ese gran escenario donde la vida se agita de
tal modo que no hay tiempo para encontrar acomodo. Y, sin embargo, en una de
esas paradas a las que obliga la edad y por quebrantar la pertinaz obstinación
del sol, he entrado en unos de esos lugares para descanso del paseante y tras
un vino, he sucumbido al antojo del siguiente y, tal vez, por eso, al llegar a
casa, he sentido una impetuosa necesidad de plasmar en el papel las
confidencias de tal suceso. Hablo de la taberna, o para mayor precisión,
gastrobar, llamado «el Antojo».
Sólo ha sido necesario entrar
para darse cuenta que se trata de un lugar coqueto y mimado, que invita al
sosiego, a la lectura, a la reunión íntima, a la tertulia amistosa… En definitiva,
un lugar que incita a quedarse o, cuando menos, a repetir. Y ese fue mi caso,
que tras un primer vino, al final fueron dos. Bien servido, de temperatura
correcta y con unos aperitivos que, si bien, no son de una laboriosa
preparación, sí son de buena materia prima, lo que se agradece, aunque también
están incluidos en ese repertorio los tan manidos y socorridos frutos secos.
Este podría ser un «pero» y que la música, cuando está sonando, puede
considerarse a un volumen elevado, pero esto va según gustos y según oídos.
Pero, además de lo dicho,
destaca en tan reducida extensión la educación, el respeto y las buenas maneras
que, si bien por lo general son escasas, aquí, a poco que uno se deje llevar por la
imaginación, y soy dado a la exageración, podría pensar que está en la antesala
de algún centro cultural, teatro o evento de cierta importancia para degustar alguna
vianda acompañada de un refrigerio.
Confieso que, entre mis
lecturas, resguardado tras esa ventana, su única ventana, he tenido ese
«Antojo» que todo tabernero espera de sus clientes: querer volver. Y confieso
que volveré parapetado de mis lecturas, de mi soledad y de los pensamientos que
la pueblan, porque ahí, sentado en ese «Antojo», la soledad no incomoda y la
compañía es mucha más compañía.
© El embegido dezidor.
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