jueves, 22 de marzo de 2018

LA MALA EDUCACIÓN VII. Interés.


¿Qué está ocurriendo para que nuestros profesores estén perdiendo capacidad de convocatoria?

Estoy seguro que son muchas las dificultades para conciliar el horario laboral con el escolar y que facilidades, hoy en día, no se dan. Comentar la sola asistencia a una reunión escolar o a una tutoría en el puesto de trabajo puede ser un motivo para convertirse inmediatamente en sospechoso de escaqueo o granjearse, y tal vez de por vida, el apelativo de «rarito».

Pero estoy seguro que también hay otras razones por las que su «poder» de convocatoria está cediendo a otros intereses.

Es muy probable, me atrevería a decir que seguro, que asistir a alguna de esas reuniones está muy alejado de ser un programa de entretenimiento de monólogos, demostraciones de voz y habilidades, o entrevistas a gentes del «famoseo»; y es que muchos de estos profesores, no me cabe la menor duda, no están lo más mínimo capacitados para el espectáculo. Son extraordinariamente aburridos, sin chispa ni gracia para comunicar y sus dotes interpretativas están en las antípodas del mundillo de la farándula. Algo a todas luces comprensible pues su dedicación está en la enseñanza, alejados de fruslerías y zarandajas.

Urge por tanto, un cambio, y esto requiere el difícil ejercicio de adaptarse a los nuevos tiempos que vienen con aires de superferolítica revolución y de arrasar con todo aquello que huela a viejo —tal vez, porque la experiencia es mejor ignorarla para que las nuevas ideas, buenas o malas, no puedan ser discutidas ni valoradas con criterios de objetividad—, y puede ser, que para motivar a las familias a participar en un intercambio de información sobre sus hijos, por darles al menos un motivo para que esa hora de sus vidas frente a su tutor o tutora  pase a ser algo más que una experiencia de marchitamiento de su alegría, se planteen, me refiero a los profesores, ofrecer algún ágape acompañado de algún caldito y/o zumos de cebada, o lo que es lo mismo, convertir las tutorías en un intercambio informativo informal con tapeo incluido sobre la evolución de los alumnos o si se tercia, pero sólo si se tercia y la ocasión lo incita, poner verde al profesor y ejercer, al menos por un día, si no se lo coge gustillo, la profesión de alabancioso – encizañador.

Algo debe estar ocurriendo, y no es precisamente bueno, cuando esto sucede en las aulas. Algo debe estar ocurriendo cuando son mayoritarias las familias que acuden a su tutor cuyos resultados en sus hijos son buenos o excelentes —tomen nota de este dato, ¿no habrá por casualidad una relación? —. Algo debe estar ocurriendo cuando cualquier acto festivo, convocado desde el colegio, tiene mucha más participación e implicación que cualquier acto educativo organizado o no desde el propio centro escolar.

Con estos síntomas, cualquier sistema educativo, venga de Finlandia o de la República Utópica de la Soberana Educación, está condenado al fracaso. ¿Y cuál es el problema? Que sobran quejas y falta interés.

© El embegido dezidor.

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