¿Qué está ocurriendo para que
nuestros profesores estén perdiendo capacidad de convocatoria?
Estoy seguro que son muchas las dificultades
para conciliar el horario laboral con el escolar y que facilidades, hoy en día,
no se dan. Comentar la sola asistencia a una reunión escolar o a una tutoría en
el puesto de trabajo puede ser un motivo para convertirse inmediatamente en
sospechoso de escaqueo o granjearse, y tal vez de por vida, el apelativo de
«rarito».
Pero estoy seguro que también hay
otras razones por las que su «poder» de convocatoria está cediendo a otros
intereses.
Es muy probable, me atrevería a
decir que seguro, que asistir a alguna de esas reuniones está muy alejado de
ser un programa de entretenimiento de monólogos, demostraciones de voz y
habilidades, o entrevistas a gentes del «famoseo»; y es que muchos de estos
profesores, no me cabe la menor duda, no están lo más mínimo capacitados para
el espectáculo. Son extraordinariamente aburridos, sin chispa ni gracia para
comunicar y sus dotes interpretativas están en las antípodas del mundillo de la
farándula. Algo a todas luces comprensible pues su dedicación está en la
enseñanza, alejados de fruslerías y zarandajas.
Urge por tanto, un cambio, y esto
requiere el difícil ejercicio de adaptarse a los nuevos tiempos que vienen con
aires de superferolítica revolución y de arrasar con todo aquello que huela a
viejo —tal vez, porque la experiencia es mejor ignorarla para que las nuevas
ideas, buenas o malas, no puedan ser discutidas ni valoradas con criterios de
objetividad—, y puede ser, que para motivar a las familias a participar en un
intercambio de información sobre sus hijos, por darles al menos un motivo para
que esa hora de sus vidas frente a su tutor o tutora pase a ser algo más que una experiencia de marchitamiento
de su alegría, se planteen, me refiero a los profesores, ofrecer algún ágape
acompañado de algún caldito y/o zumos de cebada, o lo que es lo mismo,
convertir las tutorías en un intercambio informativo informal con tapeo
incluido sobre la evolución de los alumnos o si se tercia, pero sólo si se
tercia y la ocasión lo incita, poner verde al profesor y ejercer, al menos por
un día, si no se lo coge gustillo, la profesión de alabancioso – encizañador.
Algo debe estar ocurriendo, y no
es precisamente bueno, cuando esto sucede en las aulas. Algo debe estar
ocurriendo cuando son mayoritarias las familias que acuden a su tutor cuyos
resultados en sus hijos son buenos o excelentes —tomen nota de este dato, ¿no
habrá por casualidad una relación? —. Algo debe estar ocurriendo cuando cualquier
acto festivo, convocado desde el colegio, tiene mucha más participación e
implicación que cualquier acto educativo organizado o no desde el propio centro
escolar.
Con estos síntomas, cualquier
sistema educativo, venga de Finlandia o de la República Utópica de la Soberana
Educación, está condenado al fracaso. ¿Y cuál es el problema? Que sobran quejas
y falta interés.
© El embegido dezidor.
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