Se acabó enero, que siempre
nace marchito e incluso maldecido, pues nadie quiere ver su hoja en el
calendario más que para desear que desaparezca. Enero es el mes más aburrido de
todo el año, el mes que nace dormido y muere cansado. El mes al que le sobran
días. Enero es una espiración con tintes fúnebres. Un mes de suspiros y
remembranzas que dibujan los ecos de los días pasados. Ecos que obstruyen la
claridad de su luna y que se refugian en ese halo de secretismo que envuelven
treinta y un días que muelen, consumen y derrumban el ánimo. Un mes artificioso,
infundioso, que anuncia descuentos y aumenta los gastos. Un mes zaino, pérfido
con nuestros monederos, seductor con nuestras voluntades. Enero debería ser el
mes más corto, de una semana, y formar parte de un año de trece meses, o
catorce, para no herir la sensibilidad de los más supersticiosos. Enero es un
mes cano, empaquetado, un mes de desechos que, sin embargo, se estira hasta
renunciar a la eternidad.
Deberíamos partir enero, como
se parte el pan, como se construyeron las comunidades autónomas. Dividirlo como
una división infantil y crear un «enerbrero», o dos, para que hubiera otro
comienzo, o varios, porque los comienzos siempre despiertan planes, emociones
que nacen o se renuevan, o simplemente se viven porque están ahí.
Hagamos pues del calendario
un homenaje a los principios que desbancan a los finales. Y si para unos, diciembre
termina un siete de enero y, para otros, enero comienza con las rebajas,
«febrebajas» sería una buena solución, y haríamos, de paso, de febrero un jadeo
para llegar a marzo, anuncio de primavera y de fallas, y después las lluvias y
los pasos solemnes de tambor y procesión, si toca; y si el siguiente viene
ventoso, el verano será oloroso y así, uno tras otro hasta llegar de nuevo a
ese enero que nacerá dormido y morirá cansado. A ese enero que todos desean que
se acabe pronto, a ese enero marchito y maldecido. Enero debería ser juzgado,
sentenciado, seccionado y fracturado porque los comienzos son el índice del futuro
y el apéndice del presente.
© j.c atienza.