miércoles, 2 de febrero de 2022

Benidorm Fest. Nada nuevo en este paraíso de ficción.

 

A España le cuesta subirse al carro de los tiempos. No es algo nuevo. Es un mal endémico que nos viene de lejos, y no basta con esdrujulizar el nombre del festival y ponerle sonoridad anglosajona para creernos, que no parecernos, más modernos. Y es que España no puede, o no sabe, o no quiere comulgar con los nuevos tiempos, adaptarse a ellos e incluso ser referente. Ahora, cuando los toros están siendo relegados ―tal vez, al lugar que les corresponde―, cuando las peinetas se ubican en ceremonias solemnizadas, con aires antiguos y procesionales, y las panderetas se han dignificado ―aunque haya sido necesaria la televisión. ¡Bendita televisión!―, todo parece abocarse en un esfuerzo, de nuevo, para no dejar de ser y mostrar al mundo que si hay algo de diferente en este país es, precisamente, su resistencia al cambio.

El contenido del festival, revisado varias veces, evidencia lo dicho, que de todas las propuestas de la final, sin querer poner en duda el valor de todos ellos como artistas y mucho menos a la ganadora, la propuesta que nos representará en Eurovisión era y es, con diferencia, de las menos cualificadas, la más simple y menos elegante, la más casposa, de una vergonzante mendicidad en su letra ―escrita bajo los efectos de un exceso de carne o por la ausencia de ropa―, de un pobrismo intelectual que aturde cualquier intento de comprensión y de un topicazo tan manido y repetitivo que resulta, cuando menos, aburrido, si no lacerante para un país que, sin apoyar dicha candidatura, soportará una vergonzante exposición ante millones de espectadores de todo el mundo que se preguntarán, si lo hacen, si eso es todo lo que se produce bajo la marca España.

Y escribo todo esto por lo sucedido en el Benidorm Fest, que sí, que fue festival, y de buenas canciones, y también Fest, de festival mermado, pero no ciego, que fue más de ojo que de oído. Porque en este Fest, se ha prescindido de la tradición y de músicas que otorgan una personalidad potente, intensa, a esta diversidad nuestra. Se ha prescindido de todo atisbo de genialidad, originalidad, osadía y riesgo. Se ha ignorado la belleza de las melodías, de las armonías y de las letras con sentido, e incluso se ha desentendido, cuando no repudiado, de la elegancia de la voz, es decir, se ha negado el talento. En este Fest, un jurado ha apostado por la mediocridad, por la verbena, por lo espoliario, y se ha erigido como única voz autorizada en un claro ejemplo de despotismo deslustrado. ¿Typical spanish?

Benidorm Fest tiene, como mérito y, lamentablemente, el más sonoro, la creación de una nueva seña de identidad nacional: ha sustituido los toros y panderetas por tetas y culos, de los que se miran e incluso se desean, pero a los que nadie escucha.

Nada nuevo en este paraíso de ficción.

© j.c atienza.

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