¡Despidos! Esto puede ser todo lo que queda después de 20 años de experiencia educativa. Este puede ser el resultado de tanta experiencia, tal vez en demasía, que por hastío haya desembocado en esta deriva desvariada vendiendo esa credibilidad que no dudaron sus responsables en aventar allende los mares en otros tiempos no tan lejanos.
¡Qué razón tienen quienes afirman que todos tenemos un precio! En el caso de las escuelas infantiles de Navalcarnero pertenecientes a la empresa Navagroup s.l., lo han encontrado con rapidez, o mejor dicho con facilidad. El egotismo demostrado en las direcciones de las diferentes escuelas sólo tiene cabida en una deletérea administración.
El dinero arrasa la memoria pero no borra sus huellas. En tan solo unos meses y por un concurso, han olvidado sus palabras ya antiguas y más concretamente su filosofía, aquella misma, ya probada, que había dado y con razón unos excelentes resultados situando a estas escuelas entre las preferidas de los vecinos de Navalcarnero porque por encima de todo estaba una apuesta segura: la garantía de una educación de calidad. Pero ¡qué poderoso debe ser don Dinero!, que ahora, sin vergüenza y sin el más mínimo sonrojo, expulsan de ellas a profesionales que contribuyeron y contribuían a tal grado de excelencia, incluso despiden a quienes estuvieron defendiendo hombro con hombro, mediante aquellas infaustas zalagardas, a una dirección que no escatimaba en argucias para la consecución de sus planteamientos.
La expulsión de la experiencia atrae la mediocridad. Una mediocridad idolatrada por la dirección de estas escuelas que, basándose en los hechos, ha sido constituida como un nuevo objetivo a conseguir, un nuevo rumbo que se confirma una vez más con los despidos de las profesionales que más tiempo llevaban en la empresa. Profesionales que por su experiencia deben servir de ejemplo y pedagogía para las nuevas generaciones que acceden a estas escuelas. ¿A quién en su sano juicio, en el ejercicio de la razón razonable, se le ocurre prescindir del pan que te asegura comer?
Estas escuelas parecen buscar por encima de una educación de calidad, un cómodo colchón económico en el que pasar sus veranos al sol y un servilismo en su personal. Su compromiso con la mediocridad pervierte las perspectivas de futuro de estas escuelas, que por rebajar su calidad entran en competencia directa con otras muchas escuelas, que ahora, incluso con menos dinero, pueden ofrecer como mínimo lo mismo.
Queda patente, como lo demostraron en el devenir de aquellos días de concursos, que han perdido hasta la lealtad: la lealtad a las familias que les ayudaron, a las educadoras, incluso a la misma escuela, a ellas mismas.
Véase de qué manera se despide y entiéndase de qué garantías se prescinde. Si queda alguna esperanza, esta se encuentra en algunas de sus educadoras que siguen empecinadas por mitigar las carencias impuestas a las que se les condena, limitaciones que afectan también a los alumnos de estas escuelas. Claro que tal actitud será considerada como un acto de sedición, de rebeldía contra la empresa y por supuesto, no cabe la menor duda, el premio para estas educadoras será el despido.
Ver para creer.
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