Un sueño de caballos
salvajes
galopaba por la
garganta del valle,
mientras sonaba en
sordina la voz del arroyo
y a los robles,
lentamente,
regresaba la savia con
su voz nueva.
Son pocos los poemarios que
vuelvo a releer una segunda vez y aún es más extraño que haga comentario alguno
sobre ellos. No poseo esa habilidad. Pero permítanme este atrevimiento, esta
osadía si lo prefieren, esta licencia para comunicar, informar e incluso sugerir
la lectura de este poemario, Antifonario de la Liébana de Luis Julio González
Platón.
Un poemario
escrito con los cinco sentidos para que el lector los desmenuce y los viva con
los cinco sentidos.
Son versos también para viajar, para viajar entre los poemas,
entre las páginas del libro al interior de la Liébana, sin tiempo medido ni
definido, dejándose llevar por la sutileza de su creador capaz de conducirle a
aquellos mundos de aldea, de abuelos y abuelas al abrigo de la lumbre que tan
lejos han quedado en nuestra memoria, desconocidos para muchos otros que nunca
vivirán aquellos placeres llenos de sufrimiento de un mundo, el de los pueblos,
el de las montañas y valles, carentes de tantas cosas y sin embargo tan llenos
de vida.
Estalló, de pronto, un
gemido de gozo en el valle
cuando el primer
hombre llegó hasta el otero
y su morada hizo de
burda piedra.
Antifonario de la Liébana es pues, un viaje a esos lugares,
a esas aldeas, a esas casas de burda piedra y recia madera, a esa vida tan
llena de vida. Es poesía que se vive, que se saborea, que se escucha, que se
ve, se toca e incluso se huele.
En la casa, eran tus
ojos
y las mariposas del
fuego,
el amor conviviendo en
las habitaciones
que albergan viejos
armarios
con olor a manzanas en
sus entrañas.
Disfrútenlo con los cinco
sentidos. No hay contraindicaciones, ni riesgo alguno de infringir la dieta, a
lo sumo, un incipiente, quién sabe si descontrolado, deseo de viajar de nuevo y
no sólo en el espacio, también en el tiempo.
Ahora que la tarde con
luz se abrevia
y la noche ocupa los
territorios de la vida,
se nos va borrando el temor
de la nieve,
llegamos a entender su
blancura en las cumbres.
J.C. Atienza.
Gracias, amigo José Carlos. Estoy verdaderamente emocionado por tus palabras. Mis versos no son más que una pequeña lumbre que enciendo en los más profundo de mi valle de Liébana para que alguien, en la noche, vea mi luz y venga conmigo a hablar de Anjanas y de Trasgos. Tú ya estás conmigo en mi valle, en mis montañas, en mi collada. gracias y enhorabuena por tan magnífico blog del que me gusta todo, hasta el nombre-
ResponderEliminar