Hace días, y puede que más aún por
mi falta de ritmo para asimilar tanta información como ahora nos inunda, leí
una noticia que llamó mi atención. Era una cuestión de moda, o para mejor
definirlo, sobre prendas adecuadas e inadecuadas para entrar en un instituto.
Si no recuerdo mal, ese instituto se encuentra en Torrevieja donde al parecer,
unos profesores no permitieron la entrada a unas alumnas por llevar prendas
declaradas, según las normas del instituto, como indecorosas.
Algo
tan sencillo, simple e inofensivo que nunca debió ser un problema, se convirtió
en tal y a su alrededor se creó un revuelo que aún perdura, aunque alejado de
los medios de comunicación; algo, por otro lado, muy típico en este país,
expertos como somos en crear problemas donde no los hay y abrir debates por lo
más insignificante.
La
ropa está siendo un tema controvertido que está llegando a todas las aulas y
por tanto a todos los centros educativos, pero no hay que olvidar que también
es un modo más de libertad de expresión. Combatir el desasosiego que a veces
produce una visión alejada de los cánones que, sin estar escritos, todos
deberíamos cumplir y conocer para saber qué ponerse y de qué manera vestirse
según horario y lugares con normas y prohibiciones, empieza a convertirse en
una cruzada que no lleva a ninguna parte, si acaso, a acrecentar el problema.
Como solución,
o una posible solución, me centraría, para batallar tanto desgarbo y desaliño, en
revalorizar el papel de la elegancia, que también es rebelión, inconformismo y
provocación. Enseñemos pues, qué es la elegancia, a distinguir lo elegante de
lo mezquino, el estilo frente a la vulgaridad, porque es la elegancia la que
viste y también la que nos distingue; y ésta no es una marca que se pueda
comprar o adquirir por cualquier página de Internet. Elegancia es atractivo,
pero sólo para quienes saben, y muy bien, que no es lo mismo vestir que cubrir
el cuerpo con cualquier tela. Pero como sabemos, porque es un declive al que
nos vemos abocados y estamos sufriendo, retroceder a lo más simple, igualarnos
y aspirar a lo más mediocre es un camino fácil que no requiere ningún esfuerzo
cerebral, basta con ver programas donde lo chabacano y la estulticia ascienden
al Olimpo de lo alcanzable y deseable, se retuercen entre audiencias delirantes
e hilarantes y se convierten en modelos a seguir. Lo otro, requiere conocerse a
sí mismo, respetarse y esto, lamentablemente a veces, es demasiado esfuerzo.
© El embegido dezidor.
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