De todos es sabido que las pequeñas revoluciones y especialmente estas, que se desarrollan en la más frugal intimidad, mueren ahogadas por el discurrir del tiempo que las mitiga y las edulcora, sin olvidarnos del dinero que todo lo compra o lo vende y la fe, que todo lo puede.
La rebelión de Trébole se difumina. Hoy apenas quedan los ecos de una pequeña algazara, que sin embargo ha hecho y hace temblar a una escuela que lo tuvo todo y ahora no acaba de encontrarse a sí misma.
Las educadoras, y con más exactitud, una buena ración de quienes dijeron “no” a las condiciones impuestas por la empresa tras el concurso, hoy dicen “tal vez” o simplemente su voz ha acabado en el pozo de sus desabridas intimidades más vergonzosas y silenciosas. De repente no dicen nada, más taciturnas ellas que nunca, sus silencios repican la homilía institucional que otrora fuera su azote y despertase su rabia y hoy, incomprensiblemente, es su consuelo. Desconozco que clase de querencias las han conducido a un cambio en su determinación, pero esta falta de unión, una vez más, de respeto hacia ellas mismas, provoca el desaliento y la vergüenza en las familias que han dado la cara por ellas, que se han esforzado sacrificando su tiempo y el de sus pequeños porque se satisficieran los derechos – sus salarios – de todas las educadoras: sumisas, insustanciales y rebeldes, sin importarles credo o condición.
De estas educadoras “rebeldes” hoy no quedan más que los rescoldos de una llama que prendieron y que se apaga con su aquiescencia y sumisión ante lo que les ha sido impuesto: o lo tomas o lo dejas y que ahora convierten en justo y razonable lo que desde el sentido común nunca lo fue ni lo será.
De aquel fuego, de aquella llama de esperanza, a la que once educadoras se adhirieron, cuya luminosidad era la fuerza que mantenía vivas sus perspectivas y expectativas, apenas resiste una endeble luz de una no menos mohína vela que algunas educadoras todavía sostienen con la dignidad intacta a la espera que se cumpla el ignominioso destino – el despido – dictaminado por una dirección que juega a ser Dios. Ahora, cuando aquella llama ha sido desposeída de toda esperanza, quién sabe si su quebradiza figura podrá ser el fuego purificador de los delirios pretenciosos de las responsables de la escuela o se quedará en el humo del olvido o en el lamentable recuerdo de lo que pudo ser y no fue, de lo que se pudo hacer y no se hizo, de lo que se pudo luchar y todo fue cobardía.
No puedo dejar de pensar cuánta inutilidad escenificada e interpretada. Cuánta apoplejía espoleada, cuánta inconsciencia e inmadurez, cuánta incapacidad para sostener una decisión, y es aún más doloroso, cuando el repertorio descrito proviene de quienes deben ser ejemplo e inculcar valores. Uno siente que una escuela más se desvanece, que Trébole languidece hasta convertirse en un entretenimiento para los buscadores de lo paranormal.
Y mientras escribo estas deliberaciones o delirios, una llamada a mi correo me anuncia que otra educadora más abandona su puesto de trabajo obligada por las circunstancias. Es el apartheid practicado para expulsar todo cuanto no comulgue con los “principios” de una dirección que se siente todavía más poderosa, más feudal que antes del concurso. Lejos de avanzar retrocedemos y retrocedemos en el tiempo. Me cuestiono, visto lo visto, si sigue entre sus principios educativos la igualdad y la integración o tras el beneficio del concurso, una vez postergado o castigado lo educativo al cuarto trastero, se han “obligado” a impartir la segregación.
Sólo tres velas ponen dignidad a este entierro, tan sólo tres velas aún reposan con su resplandor sobre un ataúd todavía vacío del que esperan que nunca se abra su tapa. Esperan, como el maná, que lleguen vientos de una nueva esperanza, pero esta vez sin Aguirre.
Para finalizar, de nuevo, gracias por vuestra aguerrida defensa por una educación digna para todo el mundo, por hacer que los más pequeños puedan tener lo mejor, por resistiros a dejar morir los progresos conseguidos, por cumplir, a pesar de los tiempos poco favorables, y ser lo que sois: maestras y educadoras. Recordar que los genios primero fueron locos, y los héroes primero fueron rebeldes.
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