A la hora de enfrentarme a esta exposición, no sé si el resultado será una elegía o un elogio; un canto de esperanza o el epílogo a la desesperanza; una marcha fúnebre o una alborada que invite al optimismo. Y dado que la edad resta brillantez al optimismo, mejor sería afirmar que es la espada que lo aniquila, dudo que el resultado final de este artículo no sea más que la parte amputada a ese optimismo.
Ojalá sirvan estas palabras para insuflar ánimo y apoyo a todas aquellas educadoras, fieles a sus principios, que por encima de estrategias de empresa, que no persiguen beneficio educativo alguno, han dado ejemplo de honestidad y fidelidad a sabiendas, que hoy, en su lugar de trabajo, al igual que se premia la mezquindad y la mediocridad, se castiga la vocación, la dedicación, el entusiasmo, también los buenos principios, la coherencia y más tristemente la eficacia en el trabajo. Siendo esta relegada a un segundo plano, siempre supeditada a los caprichosos límites de beneficios económicos impuestos por la propia empresa. Mal comienzo es este para la nueva andadura post-concurso. No habrá progreso en esta escuela si prevalece por encima de las demás, una mentalidad empresarial tan precaria, tan primaria y ausente como la que se está demostrando en esta escuela infantil y empresa que la regenta.
Pero el asunto que me ocupa es para con las educadoras de la escuela infantil Trébole, concretamente once, que han dicho “basta” “no en mi nombre, antes mi conciencia”. Su capacidad para sufrir y aguantar más agravios y desacreditaciones por parte de la dirección de esta escuela ha llegado a su máxima. Se han plantado ante una dirección que, con su continua arrogancia y su tristemente corrosiva forma de actuar, su falta de tacto y seriedad para llevar semejante oficio, ha desafiado continuamente los límites de las educadoras y se ha creído que, bajo su jurisdicción, voluntad sólo existe la suya.
El viernes 18 de noviembre cada educadora debía plasmar su rubrica consintiendo, sin ser consultadas cuando se elaboró el proyecto para el concurso, una degradación más a su labor educativa, que incluía, como principal punto, una rebaja importante de sus salarios, así como una gran incertidumbre: la ausencia operativa y eficaz de apoyos. Apelando a su honestidad, dejaron el lugar dedicado a tal efecto en un desafiante espacio en blanco que encendió los ánimos de una dirección que ha empezado a actuar, por si alguien pensaba que ya había alcanzado el límite, aún más a la desesperada.
Trébole ha explotado, podría ser un titular de la noticia. Se ha producido la que podríamos denominar la rebelión de las minorías.
Ante esta nueva situación, imprevisible en principio, la dirección de Trébole se ha visto, una vez más, superada por la obstinación de sus educadoras en defensa de sus convicciones, y haciendo uso del poder que le da la fuerza, porque no puede ofrecer nada más, se enfundan en una ruin mezquindad acusando a las educadoras de traición a los intereses de la empresa, y las castiga con el despido. Por una vez, en estos meses de incongruencias, debo dar la razón a la empresa, pues es bien cierto que las educadoras “rebeldes” han rehusado aceptar sus intereses. Pero nunca han renunciado al interés por hacer de la escuela una escuela mejor, por mejorar la educación de los más pequeños, por hacer de la escuela, en definitiva, una escuela de calidad. Es inverosímil que su defensa por una calidad en la educación se haya convertido en el acicate de la empresa para atacar toda coherencia educativa. Principios de calidad que pocos meses atrás, la empresa defendía para distinguirse de las otras escuelas infantiles privadas del pueblo.
Es difícil de creer que exista una escuela infantil que se esfuerce, que se afane en pelear y pelearse contra todo lo que sea o quiera mejorar sus servicios. ¿Puede existir tal empresa en algún lugar del mundo? Pues sí, la hay, en Navalcarnero y se llama Trébole, o para mayor exactitud Navagroup s.l.
El futuro más cercano es el gradual despido de las educadoras disidentes, si estas, por una vez, alejadas de felonías y asechanzas, no se dejan amartelar y/o amedrentar con imprecaciones que no benefician a nadie. Pero creo que de esto, la conspicua dirección sabe mucho, posiblemente demasidado, y no ve más luz que la miserable igualdad en la mísera miseria de una ruin educación. Dejan para otros tiempos, para otras épocas, el derecho que todo ciudadano tiene de recibir la mejor educación posible. No pueden ni deben olvidar que esos pequeños seres, traviesos, obstinados, vivaces y a veces desquiciantes, son ciudadanos de pleno derecho desde que nacen, aunque no alcancen el metro de altitud y sin lugar a dudas, se merecen lo mejor y no sufrir la perturbada banalidad de una atroz e irrisoria dirección.
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