Se resolvió el tan esperado y deseado concurso. Ya podemos afirmar y proclamarlo a los cuatro vientos, por mares y continentes e incluso más allá del espacio exterior, inundados de una murria felicidad, que Trébole ya tiene dueño, o para ser más exacto, que sus antiguos dueños ahora son más dueños que nunca.
¿O será todo lo contrario?
Me pregunto si no será el ayuntamiento quien ejercerá todo su poder inquisitorial para, con sus ya características caricias lingüísticas, disimular acarameladas tiranías e imposiciones ante una aquiescente, como siempre, dirección de Navagroup s.l.. La fiel empresa ejecutará cuanto le sea trasmitido con disciplinada obediencia, arrodillada ante la conspicua figura de todo un equipo de gobierno municipal al que dirá “Sí” una y otra vez como pago al enorme favor recibido al ser benefactores de un concurso. Esta es posiblemente una de las grandes y poderosas razones que han llevado al ayuntamiento a la concesión del mencionado concurso: poder seguir ejerciendo, a través de la gobernabilidad de una de las escuelas, la más grande, la más esbelta, la que ha recibido una mayor inversión, una labor principalmente propagandística.
Curiosamente se confirma lo que meses antes, desde los mentideros de Navalcarnero, se daba como un hecho inexorable: la escuela infantil Trébole se adjudicaría a la misma empresa.
Ahora, con uno de los procesos más deplorables concluido, atrás queda todo un sendero de rastrojos como testigos insolentes de cuántas insidias han sido necesarias para llegar hasta donde se ha llegado. La dirección de estas escuelas, siguiendo las doctrinas del ayuntamiento o viceversa, no ha tenido escrúpulos para desacreditar en público documento, aunque fuera bajo la sombrilla de un pueril y mal disimulado comportamiento, la labor de las educadoras, de sus empleadas, lacerando su propio prestigio, dejándolas en una situación de desamparo, exponiéndolas públicamente para recibir escarnio si el público lo estimara oportuno, e incluso empujándolas al «suicidio» educativo, que ahora, una vez resuelto el concurso, se les pedirá, rubricando con su firma, otorgar a la dirección la facultad de poder cometer, con absoluta impunidad, cuantas "tropelías" educativas se imaginen y reafirmarse en las ya cometidas, —sirva como ejemplo la formación de grupos mixtos de alumnos — y lo más grave e irónico para las educadoras: consentir su propia «inhabilitación forzosa» que les impedirá seguir ejerciendo con garantías para sus alumnos una labor educativa digna. Serán reconvertidas en auxiliares, cuya principal misión y tal vez única sea la de observadoras y acreditar, con su presencia, que la escuela funciona, aunque sólo sea un pequeño refugio para que los niños no pasen frío, o si se tercia, incluso jugar en el aula o en el patio.
De esta forma, y casi sin querer, se expondrán a las familias con todo lujo de detalles, e incluso con presentaciones ostentosas de Power Point, que se están ejecutando y cumpliendo proyectos y objetivos: manipulación de utensilios (juguetes) destinados a potenciar la recreación visual - artístico - lúdica y recreativa de los más pequeños; fomento de la interactividad social, la autonomía e independencia; adquisición de destrezas manipulativas (la pinza) adquiridas por el contacto reiterativo de sus cuerpos con la arena; aumento de la interactividad con el medio urbano sin indicaciones previas; fomento de la intuición, adquisición de estrategias de supervivencia infantil en el aula, defensa personal, apropiación de objetos evitando ser descubierto por la observante auxiliar en educación, utilización de la fuerza como principal vehículo para la consecución de los deseos y frustraciones; adquisición de orientación espacial y desenvolvimiento autónomo sin la participación directa ni indirecta del personal “cualificado” que gobierna el aula; y sobre todo, trasmitir a los niños la excelsa sensación de sentirse con libertad y vivirla con todo el exceso que el término permite. Pero no hablarán de los apoyos. ¿Y la ratio?
La dirección, en su última y urgente reunión con sus empleadas, confirma cuanto ya se veía venir, cuanto se anunciaba a gritos aunque no todos quisieran oírlo: adiós al antiguo proyecto educativo, el mismo que se defendió ante un ayuntamiento cuando era de todos sabido que no podría ejecutarse por las condiciones en las que se dictaba el concurso. Ahora que los ojos necesitan volver a ver y mientras la incredulidad se va perdiendo en tímidos lamentos, la preocupación emerge cargada de una sonrojante vergüenza.
El nuevo proyecto educativo, si lo hay, se construye desde la miseria, desde la copia miserable de otras escuelas acreditadas en su mal funcionamiento. La justificación la encuentran amparándose en una ley, que desde las mismas escuelas, incluida la propia dirección, han criticado una y otra vez. El proyecto es mera ceniza, nace quemado y nunca fue ni es lo importante como hicieron creer a las familias.
Es hora de sentarse en la butaca y regocijarse en el escatológico espectáculo que se anuncia como un gran estreno y que no ha hecho más que empezar. En la pantalla, una exposición no adecentada para todos los públicos. Una espectacular bajada de pantalones o subida de faldas. El argumento: del encomio de la argucia al elogio del artificio.
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