Discurría el mes de mayo cuando aparecieron los primeros síntomas que fueron muy bien definidos como la subasta de las escuelas infantiles de Navalcarnero. Aquellos impagos, todavía actuales, eran, como se ha demostrado, el primer paso para la posterior eliminación de las escuelas infantiles municipales.
Tales escuelas son un gasto, así son consideradas desgraciadamente por este Ayuntamiento endeudado por mantener sus apariencias, y para ahorrar para otros menesteres decide quitarse de encima aquello que menos le importa, que le sobra. Muy lejos de considerar a la educación como una inversión que sin lugar a dudas mejoraría la sociedad de Navalcarnero, se desprende con desprecio de ella, lo más importante junto a la sanidad que posee una sociedad sana y de futuro.
Sin dilaciones se iniciaron las negociaciones entre escuelas y representantes del ayuntamiento, reuniones que incluso se celebraron con nocturnidad y alevosía los fines de semana ¿para llegar finalmente al concurso? Esto prueba dos cosas: o que el concurso es mera formalidad o que las negociaciones han sido un absoluto fracaso y como consecuencia esta salida a concurso. Las responsables de las escuelas infantiles participes de estas reuniones semi clandestinas deberían, como así supongo que harán y de inmediato, informar a las familias del por qué y el cómo se ha llegado a esta situación.
Pero el pánico ahora se apodera de las voluntades y los deseos. Las posibilidades de perder las escuelas son muy evidentes, a pesar del factor educativo, está el económico y poderoso es el Dios don Dinero. En dos meses se ha pasado del silencio al cinismo para terminar en la acción. Dos meses han sido necesarios para que se active la alarma entre padres y madres de la escuela infantil todavía municipal Barco de Papel, que ahora sí, ven peligrar el modelo educativo que les llevó a elegir para sus hijos una escuela en la que rebosaban garantías de buen hacer. Todo ello porque los vaticinios que ya se veían no muy lejos, cuyos gritos resonaban en los oídos, han llegado en forma de concurso. Primero ha sido Barco de papel y después le seguirán las otras dos escuelas: Campanilla y Trébole.
Ahora que han visto los ojos al lobo se ha puesto en marcha la maquinaria de una campaña destinada a “convencer” al Ayuntamiento, – quien quiere elimanar las escuelas, de otro modo no las sacaría a subasta – que la actual dirección de Barco y exclusivamente de Barco es la mejor opción a concurso. Una maquinaria cuya orquestación ha comenzado desde los propios despachos de la escuela con la particiación de todos los estamentos cuya dirección todavía no está muy clara pero que huele a rancio.
Y ¿por qué este mal olor? Porque antes, desde esos mismos despachos, se aconsejó todo lo contrario, que nadie se mueva. Imperó el silencio, se clamaba que las familias hicieran de él veneración. Había que esperar, incluso se negaron firmas que provenían de otra escuela, distintos pareceres impidieron siquiera la más mínima colaboración. No quisieron ver, o prefirieron ignorarlo, o actuaban bajo criterios dictados desde la dirección, pero lo cierto es que Barco quedó completamente al margen. La crítica se llegó a considerar como un ataque a la empresa y a las escuelas cuando lo que se denunciaba era precisamente que los impagos desembocarían en los acontecimientos actuales: la subasta.
Lo que siento es la impotencia que produce no haber visto ni escuchar alzando la voz contra la decisión adoptada de subasta por quienes ahora piden las firmas. A pesar de la tranquilidad de mi conciencia hallaré inquietud en mi sueño que será duermevela. Soy consciente de esta una nueva derrota si, pero no en mi nombre.
El embegido dezidor.
Tales escuelas son un gasto, así son consideradas desgraciadamente por este Ayuntamiento endeudado por mantener sus apariencias, y para ahorrar para otros menesteres decide quitarse de encima aquello que menos le importa, que le sobra. Muy lejos de considerar a la educación como una inversión que sin lugar a dudas mejoraría la sociedad de Navalcarnero, se desprende con desprecio de ella, lo más importante junto a la sanidad que posee una sociedad sana y de futuro.
Sin dilaciones se iniciaron las negociaciones entre escuelas y representantes del ayuntamiento, reuniones que incluso se celebraron con nocturnidad y alevosía los fines de semana ¿para llegar finalmente al concurso? Esto prueba dos cosas: o que el concurso es mera formalidad o que las negociaciones han sido un absoluto fracaso y como consecuencia esta salida a concurso. Las responsables de las escuelas infantiles participes de estas reuniones semi clandestinas deberían, como así supongo que harán y de inmediato, informar a las familias del por qué y el cómo se ha llegado a esta situación.
Pero el pánico ahora se apodera de las voluntades y los deseos. Las posibilidades de perder las escuelas son muy evidentes, a pesar del factor educativo, está el económico y poderoso es el Dios don Dinero. En dos meses se ha pasado del silencio al cinismo para terminar en la acción. Dos meses han sido necesarios para que se active la alarma entre padres y madres de la escuela infantil todavía municipal Barco de Papel, que ahora sí, ven peligrar el modelo educativo que les llevó a elegir para sus hijos una escuela en la que rebosaban garantías de buen hacer. Todo ello porque los vaticinios que ya se veían no muy lejos, cuyos gritos resonaban en los oídos, han llegado en forma de concurso. Primero ha sido Barco de papel y después le seguirán las otras dos escuelas: Campanilla y Trébole.
Ahora que han visto los ojos al lobo se ha puesto en marcha la maquinaria de una campaña destinada a “convencer” al Ayuntamiento, – quien quiere elimanar las escuelas, de otro modo no las sacaría a subasta – que la actual dirección de Barco y exclusivamente de Barco es la mejor opción a concurso. Una maquinaria cuya orquestación ha comenzado desde los propios despachos de la escuela con la particiación de todos los estamentos cuya dirección todavía no está muy clara pero que huele a rancio.
Y ¿por qué este mal olor? Porque antes, desde esos mismos despachos, se aconsejó todo lo contrario, que nadie se mueva. Imperó el silencio, se clamaba que las familias hicieran de él veneración. Había que esperar, incluso se negaron firmas que provenían de otra escuela, distintos pareceres impidieron siquiera la más mínima colaboración. No quisieron ver, o prefirieron ignorarlo, o actuaban bajo criterios dictados desde la dirección, pero lo cierto es que Barco quedó completamente al margen. La crítica se llegó a considerar como un ataque a la empresa y a las escuelas cuando lo que se denunciaba era precisamente que los impagos desembocarían en los acontecimientos actuales: la subasta.
Lo que siento es la impotencia que produce no haber visto ni escuchar alzando la voz contra la decisión adoptada de subasta por quienes ahora piden las firmas. A pesar de la tranquilidad de mi conciencia hallaré inquietud en mi sueño que será duermevela. Soy consciente de esta una nueva derrota si, pero no en mi nombre.
El embegido dezidor.
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