martes, 2 de octubre de 2012

LA ESPERANZA NO SE HA IDO. LA ESPERANZA HA VUELTO.

¡¡¡Aguirre ha dimitido!!! Escuché al otro lado del teléfono. Fue una voz extrañada, familiar pero distante, y una exultante alegría posó su brillo, ahora sí, en el horizonte de mi esperanza. Por unos instantes, tras su anuncio, pensé que el pueblo la había vencido. La esperanza no se había ido, había vuelto.

Pero tras la euforia inicial un desabrimiento se fue apoderando de mi alegría hasta su completo deceso. Al mismo tiempo una alarma sonaba como el estridente y molesto despertador interrumpiendo uno de esos sueños que no sólo reparan y reconfortan, sino uno de esos que se vive, que se toca, que incluso se huele. ¡Ahora no! me dije, No es el momento. ¡Tiene que esperar! Aguirre debe ser derrotada por el pueblo en las urnas, en una derrota democrática. No necesito más mitos.

Su derrota estaba cerca, el pueblo empezaba a despertar. Ella y los suyos lo habían despertado. Los rincones donde resguardarse se habían agotado. No le quedaban terrenos vírgenes que conquistar, ni inauguraciones en que los aplausos irrumpieran como una corona de áureo laurel sobre su cabeza, estos, muy a su pesar, se escamoteaban como el ladrón que huye de la justicia, y los pocos que todavía desafiaban la barrera del bullicio eran barridos por un gran cepillo tupido de cerdas de acero con puntas de ira. Iba siendo cada vez menos la «espe» de los madrileños. La espalda de los suyos era una pérfida espada, difícil equipaje. Vivía en el filo sobre un tedioso escenario que la acompañaba cada día. Un escenario que mermaba. Se estaba convirtiendo en un juguete en desuso, disonante y aburrido. Ya no bastaban camisetas ni calcetines... Unas cuantas frases vertidas con una espontaneidad estudiada le devolvían un protagonismo que esculpía aún más la displicencia entre la política y la sociedad madrileña. Apenas una mesnada de adeptos —sólo en Madrid — ocupaba una pequeña platea en su particular teatro cuyo telón ya se caía por falta de argumentos.

Se ha ido cuando el pueblo estaba a punto de derrotarla. Ella que había soñado con ser la musa de la insumisión, el icono de la rebeldía, el referente de la insurrección... Ahora cuando el pueblo le devolvía sus enseñanzas, sin apoyo mediático, sin fuerzas del orden... cuando la palabra le era incómoda... se marcha. ¡No es justo! El pueblo necesitaba esa victoria.