domingo, 25 de febrero de 2018

DESIGUALDAD. Un interés premeditado.


La necedad de un presidente del gobierno (PP, para más señas) en las distancias cortas para explicar con un mínimo de solvencia y credibilidad sus políticas —concretamente la igualdad salarial—, desenmascara las verdaderas intenciones que le llevan a elaborar tales políticas.
            
Especular es una de las decisiones que, con más acierto, severidad y efectividad, ha efectuado este gobierno para la consecución de algunos de sus fines y estrategias. Y es precisamente la desigualdad de salarios la que impulsa el desarrollo e incluso el éxito de sus políticas.
           
¿Y cuáles son los beneficios de esta desigualdad salarial?
           
A corto plazo la polémica le interesa. «No hay mal que por bien no venga». La polémica sirve para disimular, ocultar, enturbiar e incluso olvidar los casos de corrupción que asolan a este gobierno.
            
Esta obstinación por mantener la desigualdad salarial, además de contentar a sus más allegados y simpatizantes, suscita una precariedad laboral que dispara la demanda de empleo al tiempo que emerge una alarmante necesidad de trabajo. De este modo consigue de una forma tan sencilla, reducir a la excepción las exigencias laborales de los trabajadores en los contratos. Se varía el perfil del contratado que, aumentando su preparación, aceptará una disminución de su salario y desempeñará un puesto de trabajo por debajo o muy por debajo de su preparación.

La desigualdad salarial es, además y por sí sola, una herramienta para mantener al enemigo dividido. Y en este caso particular, la mujer, por muchas otras razones de peso, no participará tan activamente en muchas de las reivindicaciones salariales cuando sabe que una vez que éstas terminen seguirá en clara desventaja.
            
Una rebaja en sus salarios en comparación con sus compañeros — hombres — y en relación al mismo puesto desempeñado, es un buen incentivo para su contratación. Mismo puesto, misma efectividad y un ahorro para la empresa y, a la vez, favorece su integración en el mercado laboral. Contribuye a mejorar datos y estadísticas de incorporación de la mujer al trabajo y justifica, como buena, esa desigualdad salarial porque, al fin y al cabo, cuando hay necesidad, lo importante es trabajar y la mujer está trabajando. Y si por un casual, la mujer no encuentra satisfacción en su trabajo porque sus beneficios se equiparan a los gastos y renuncia a su puesto de trabajo, dejará, junto a los jóvenes que marchan al extranjero a buscar trabajo, de engrosar las listas de parados. Otro éxito laboral.
           
Con la renuncia al trabajo de la mujer se crea una situación de dependencia. Vuelve al hogar y contribuye, sin querer, al éxito de otra de las políticas del gobierno: fortalecer la familia. Además, sus hijos, debido a todo lo dicho anteriormente, no podrán acceder a puestos cualificados y bien retribuidos porque sus estudios no alcanzarán los mínimos necesarios; y no lo harán porque no podrán estudiar por falta de fondos monetarios para pagar las tasas universitarias que han subido, desorbitadamente, con la clara intención de mantener una mano de obra barata que garantice la supervivencia de las «élites».
            
Y así la rueda está completa. El sistema, tal y como ha sido diseñado, funciona casi a la perfección. Como siempre hay excepciones, pero estas pueden solucionarse con nuevas leyes y con condenas que inflijan miedo a la población, en definitiva, un freno más, especialmente para la libertad del individuo, sea mujer u hombre.


© El embegido dezidor.

jueves, 22 de febrero de 2018

EXPOSICIÓN PLAYMOBIL. Un viaje por la historia.


He tenido la oportunidad de visitar la exposición de Playmobil de Rafael de Palacio, que tiene lugar en la Casa de la Cultura de Navalcarnero. Se trata, nada más y nada menos, que de un recorrido por la historia y las civilizaciones empezando por la prehistoria, continuando por Egipto, Roma y terminando en el medievo.

La exposición discurre a lo largo de dos salas que no son suficientes para el desarrollo de una temática que, si bien parece simple en un principio, cuando el visitante llega a su majestuoso final, además de impresionado, se siente huérfano. Y es así porque el cuerpo pide más. Se echan en falta tantas y tantas épocas de la historia que haría falta todo el edificio y posiblemente la ruina económica y algo más del creador de dicha exposición.

Pero esta exposición, que luce por sí sola maravillosamente gracias a un Rafael de Palacio que mima cada detalle, adquiere más relevancia aún porque tiene un doble valor. No se trata solo de un recorrido por una parte de la historia de la humanidad, sino que también es un recorrido por nuestra propia historia. Resulta curioso cómo uno puede emocionarse ante esos objetos inanimados que han formado parte de nuestra niñez o nuestra juventud. Resulta curioso también, cómo esos mismos objetos, que tantas veces hemos visto en los escaparates de cualquier comercio, en la televisión o que incluso los hemos regalado, despiertan esa nostalgia que falsamente nos acerca a instantes que no podemos siguiera acariciar, pero que nos hacen rejuvenecer y revivir, como si volviéramos a ver un capítulo de nuestra serie favorita, tiempos que ya parecían olvidados.

Ayer, rodeado de niños, pude marcharme a casa habiendo sido por unos minutos, mucho más joven e incluso niño.

© El embegido dezidor.

lunes, 19 de febrero de 2018

LA MALA EDUCACIÓN V. Educación por puntos.

Artículo que contribuye a este serial denominado "La mala educación" escrito por J.C Atienza.


Confieso que soy escribiente quejicoso, que aborrece de prosapias, y es singular esta singladura de buscar, en estos desabridos pareceres, tratándose de materia educativa, alguna enmienda que sea ledicia y satisfacción para las partes en litigio que, si bien no sea contento de alguno de los actores, sí que sea suficiente para sosegar bríos y abatir ofensas.

Y es que en educación no existe la concordia. ¡Qué hacer con tan gran contrariedad que no encuentran cura, y toda prosodia es cuna de prosaicas palabras! Se buscan para expurgar obligaciones, además de pecadores y culpables, a clérigos y hasta jueces, que todo bienestar radica en derramar el sermón, cuan germen fuera a la judería y deleitarse en la idiotez que ya es idolatría.

Pongamos por caso que, en la denostada y defenestrada búsqueda de reparaciones, al igual que conductores, tuvieran evaluación las familias. ¿Qué tal si ésta fuese un carnet por puntos y sean ellas, las propias familias, si dejadez de sus funciones existiese, quienes obtengan como premio pasar con sus huesos, unos cuantos días más uno, en una escuela para padres? Pues es seguro, que hay edades en las que la experiencia no rasura la ignorancia y para los vástagos, párvulos todavía, desorientados en un patológico ejemplo, es capital evitar su condena, que ya es grave descalabradura emular la conducta del ascendiente. Prófuga profesión le espera a la progenie inocente que sobreviene, perpetuadora del estigma y cómplice alevosa e iletrada del daño futuro.

© José Carlos Atienza.

lunes, 12 de febrero de 2018

¿Igualdad?


Las palabras de nuestro presidente del gobierno, mal que nos pese, hablando, o para ser más exactos, eludiendo un debate que Islandia ha puesto encima de la mesa sobre la igualdad de salarios entre hombres y mujeres deja, sin menoscabo a equivocarme, al presidente de esta nación en una indignidad que roza lo irreverente y lo patético.

Islandia ha dado una lección, un primer paso que ha ruborizado a muchos de los países que se consideran en la primera línea del progreso y, como no, a España. La desvergüenza que atesora nuestro presidente, sitúa a la nación a la que representa entre «la chusma» de Europa. Es nuestra sempiterna «marca España».

Pero ¿alguien puede extrañarse a estas alturas de las palabras de nuestro «locuaz y augusto» presidente? La algazara sucedida en medios de comunicación y en redes sociales no deja de ser una pataleta más que, en muchas ocasiones, y especialmente en debates de televisión, roza lo cómico. España debe ser un país de ingenuos o estamos muy aburridos para hacer un espectáculo de lo que debería ser la más absoluta indiferencia en las urnas.

Si en algo se ha caracterizado este gobierno es en su empecinamiento por hacer de la igualdad un placebo para una sociedad cada vez más adocenada. Bien lo saben. Ahí tenemos, como ejemplo, una crisis que ha sido el maná para sus políticas segregacionistas. Ejemplos sobran: paro, sueldos ínfimos, contratos precarios, abuso laboral, tasas universitarias, impuesto energético, educación… ¿Se necesita más?

¿Igualdad cuando la desigualdad alimenta las élites? Seguiremos soñando sin resignarnos.

Y después de la fiesta, ¿les validaremos de nuevo con los votos?

© El embegido dezidor.

sábado, 3 de febrero de 2018

LA MALA EDUCACIÓN IV. Causa y consecuencia.

No vamos a ignorar a estas alturas que como individuos somos consecuencia de, y al mismo tiempo casusa de.

Por ello, y sin que sirva de precedente, la escuela, tantas veces señalada y acusada de inmovilismo, no es responsable de la “mala educación” que, sin ser predominante, sí alcanza gran protagonismo. Un protagonismo que se adquiere, entre otras causas, gracias a la inestimable e inclasificable colaboración de medios de comunicación y a esa querencia, casi natural, por hacer de las desgracias ajenas un leitmotiv de nuestras vidas.

Queda, al menos esbozado, dónde radica el germen de esta «mala educación» en una sociedad que premia una mediocridad que, además de lo citado anteriormente, se va imponiendo con la ayuda, directa o indirecta, consciente o inconsciente, de las familias y demás personal cuya obligación debería ser dar ejemplo. Miremos quiénes ocupan las portadas de periódicos, a quiénes de les dedica más tiempo en los informativos y sobre todo en programas de sociedad, y obsérvese quiénes son argumento principal de las tertulias familiares. De este modo, entenderemos inmediatamente la clave del problema. Hoy, y en este país, parece que esta mediocridad es regla general e inexcusable para triunfar en esta sociedad que hemos creado.

Esta apuesta por la mediocridad, la pérdida de valores, la no valoración del esfuerzo y tanto otros males que nos acucian, no es una consecuencia inaugural de la escuela, muy al contrario, en ella se combate. Pero en muchas ocasiones, seguramente en demasiadas, es una lucha en solitario en la que unos pocos, de quienes tienen responsabilidad en dar ejemplo, la acompañan.

Buscar la solución en el dedo acusador es otra consecuencia de esta mediocridad. La inacción y discursos llenos de palabras y más palabras que se pierden en el maremágnum de datos y porcentajes, son el gran disimulo esputado a una sociedad, ansiosa por recibir respuestas sin hacerse preguntas y ansiosa por encontrar culpables sin aljofifar sus responsabilidades.

Al resto nos queda la resistencia desde la escuela, desde nuestras casas, desde nuestros trabajos... y también la esperanza. Si no cambiamos el mundo, al menos que nuestro esfuerzo sirva para no perder territorio o vender cara nuestra derrota.

¿Y en el aula? Los niños son la respuesta. Ellos son la causa de, y la consecuencia de. No son el problema.


© El embegido dezidor.