domingo, 5 de noviembre de 2017

¿Nos están convirtiendo en títeres?. Sobre Cataluña y otras naderías.

Es bien conocido que a los españoles nos gusta la comedia y el drama, y con qué arte convertimos la comedia en drama y el drama en comedia. Es nuestra historia. El victimismo y también el derrotado generan un sentimiento de compasión que, sucumbidos por la lástima, nos empuja a pedir e incluso a suplicar piedad para el desafortunado, pero también la chifla, que no está el país para ir desaprovechando oportunidades.

Y esto está sucediendo con Cataluña que, de ser un asunto trascendental e histórico, pasados los primeros episodios dramáticos, los políticos nos están brindando momentos de comedia inolvidables que están contribuyendo a estrechar lazos entre personas que apenas se conocían. Tal vez radique aquí la solución al problema.

Pero ya que nos gusta la exageración, no es menester quedarse únicamente en los entremeses, que teniendo posibilidades estamos exportando un género que, desde los Payasos de la tele, salvo muy honrosas excepciones, estaba en franca decadencia: el circo.

El primer número es un llamamiento a votar, a votar de cualquier manera, cuánto más mejor y si llega el caso también botaremos que a lo mejor, con un poco de suerte, no se nota la diferencia, porque tratándose de erigirse como adalides de la democracia y la participación, el caso es sumar votos o botos, o multiplicar, que visto cómo manejan los políticos las matemáticas los extraterrestres han dejado de ser ciencia ficción.

En el número siguiente tenemos a Marianito y sus secuaces, altivos y orgullosos de restablecer la ley y el orden, pulcros e inmaculados, con sus retretes bien cerrados y las ventanas abiertas de par en par.
Y más allá de los Pirineos, resguardado en su hura, encontramos, si se encuentra, que ya lo han encontrado, al director de este circo, llamando a la unidad de los demócratas, clamando el sacrificio de una población, suplicando una fe incólume y blindada hacia su persona y su causa. Y como acompañamiento a este número circense tenemos a unos presos políticos o a unos políticos presos que, a estas alturas, quién está por la labor de diferenciar tan nimio matiz.

Los pastores hacen méritos ante sus rebaños y si de pequeño me enseñaron a demostrar que la mitad de doce también puede ser siete, ahora estoy aprendiendo que la mitad de cien por cien está situada en algún número por debajo de cuarenta y ocho o si apuran un poquito más, hasta más allá de un treinta y ocho —por ciento, claro— y quién sabe si incluso más abajo. Puestos a superarse ancha es Castilla.

Y en las gradas, la caterva, el vulgo, los acólitos, los chupatintas y los aprovechados y también los ignorantes y los ignorados, agitando sus manos para consensuar su aplauso o su pitido para elaborar y gestionar el reproche o el elogio, para alzar el puño o la mano, para alzar la voz o para bajar la cabeza. Y debaten o discuten y hablan de la policía, una policía que golpea y otra que no, una que lo hace más fuerte y otra que tiene más consideración. Unos van al bulto a desahogarse con la porra y otros elementos disuasorios y otros preguntan primero dónde quiere que le golpeen.

Y me pregunto si estamos muy ciegos o muy tontos, porque cada gallo sabe muy bien en qué muladar cantar, y es que hablando de muladares no quedan muchos donde elegir porque ya tienen todos dueño y no todos podemos ser gallos, a lo sumo gallitos.

¿Es que nos están convirtiendo en títeres?


© El embegido dezidor.

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