miércoles, 15 de noviembre de 2017

"ESPAÑA ODIA A CATALUÑA" . Sobre Cataluña y otras naderías.

Tal afirmación, no puede ser considerada más allá de una finalidad propagandista, pero es obvio, y sería inocente ignorarlo, que tal afirmación encierra un deseo empírico de generar ese odio que alimenta, y mucho, las bases del nacionalismo, venga de donde venga; y ha sido y sigue siendo desgraciadamente, uno de los argumentos más recurridos para encender los sentimientos y el sentimentalismo de una masa de población fácil de seducir.

Aunque sólo fuera por el fútbol, tan importante en estos nuestros territorios, queda más que patente que ese «odio» al que aluden las prodigiosas mentes del proceso independentista no es cierto. Bastaría con contar los seguidores que un club de fútbol como es el Barcelona, que precisamente no le ha hecho ascos al proceso independentista, tiene en el resto del Estado. Sólo con un ejemplo tan simple bastaría para desechar tal afirmación. Pero también se han ignorado las manifestaciones de apoyo que han surgido en las diferentes ciudades del Estado defendiendo el derecho a votar, así como otros actos de confraternización, por medios de comunicación estatales y no estatales y organizaciones políticas y sociales.

Pero no se puede negar que hay reductos, tanto en Cataluña como en el Estado español, en que ese mensaje de odio ha calado y que acabará infectando aún más todo el vocabulario necesario para llegar al punto más lejano la desafección entre Cataluña y los demás pueblos del Estado. La generalización se está postulando como la panacea de todo argumento.

La fragmentación, que es una realidad, en Cataluña y más allá de Cataluña es un interés perseguido por políticos que en nada beneficia siquiera a la población que dicen representar, posicionándose y asentándose, —y esto es lo más preocupante —en un nuevo «incivilismo» que lamentablemente genera votos.

Y teniendo conocimiento de cuanto está sucediendo, ¿por qué no mandamos a esos políticos lejos… qué sé yo… a Bruselas por ejemplo?


© El embegico dezidor.

viernes, 10 de noviembre de 2017

ATRÁS QUEDARON... Sobre Cataluña y otras naderías.

Fue grande la altanería. Gestos maledicentes parían las manos desde sus tronos de plática. Hacecillos de palabrería fecundada en una opulenta aversión contra el «contrario» siempre en una incesante búsqueda de lo opuesto. Soflamas y epístolas omnipresentes en sesiones matutinas, vespertinas y nocturninas.

¡Qué gran arrojo y hasta supremacía! «¡De aquí no nos moverán!» afirmaban y firmaban. Y los enviados, los mensajeros de la verdad incólume e inmaculada cayeron del cielo y hasta de sus tronos y aposentos, y viendo que no encontraban remedio, echaron por la calle de en medio.
Otros, cuando la fábula asoma su verdadera esencia, afirman que aquella porfía era solo una pantomima.

Y la calle seguirá gritando, no sé si por desdoro o por ensoberbecimiento, pero «desde que cantó el pajarillo, dejó al descubierto su nidillo».

No hay mártires cuando la perfidia florece, ni ídolos cuando la felonía acontece. Y quien fervoroso relucía, ahora, abreviado y taimado se presenta, y al pairo deja al pajarillo que desplegó sus alas por su osadía.


© El embegido dezidor.

domingo, 5 de noviembre de 2017

¿Nos están convirtiendo en títeres?. Sobre Cataluña y otras naderías.

Es bien conocido que a los españoles nos gusta la comedia y el drama, y con qué arte convertimos la comedia en drama y el drama en comedia. Es nuestra historia. El victimismo y también el derrotado generan un sentimiento de compasión que, sucumbidos por la lástima, nos empuja a pedir e incluso a suplicar piedad para el desafortunado, pero también la chifla, que no está el país para ir desaprovechando oportunidades.

Y esto está sucediendo con Cataluña que, de ser un asunto trascendental e histórico, pasados los primeros episodios dramáticos, los políticos nos están brindando momentos de comedia inolvidables que están contribuyendo a estrechar lazos entre personas que apenas se conocían. Tal vez radique aquí la solución al problema.

Pero ya que nos gusta la exageración, no es menester quedarse únicamente en los entremeses, que teniendo posibilidades estamos exportando un género que, desde los Payasos de la tele, salvo muy honrosas excepciones, estaba en franca decadencia: el circo.

El primer número es un llamamiento a votar, a votar de cualquier manera, cuánto más mejor y si llega el caso también botaremos que a lo mejor, con un poco de suerte, no se nota la diferencia, porque tratándose de erigirse como adalides de la democracia y la participación, el caso es sumar votos o botos, o multiplicar, que visto cómo manejan los políticos las matemáticas los extraterrestres han dejado de ser ciencia ficción.

En el número siguiente tenemos a Marianito y sus secuaces, altivos y orgullosos de restablecer la ley y el orden, pulcros e inmaculados, con sus retretes bien cerrados y las ventanas abiertas de par en par.
Y más allá de los Pirineos, resguardado en su hura, encontramos, si se encuentra, que ya lo han encontrado, al director de este circo, llamando a la unidad de los demócratas, clamando el sacrificio de una población, suplicando una fe incólume y blindada hacia su persona y su causa. Y como acompañamiento a este número circense tenemos a unos presos políticos o a unos políticos presos que, a estas alturas, quién está por la labor de diferenciar tan nimio matiz.

Los pastores hacen méritos ante sus rebaños y si de pequeño me enseñaron a demostrar que la mitad de doce también puede ser siete, ahora estoy aprendiendo que la mitad de cien por cien está situada en algún número por debajo de cuarenta y ocho o si apuran un poquito más, hasta más allá de un treinta y ocho —por ciento, claro— y quién sabe si incluso más abajo. Puestos a superarse ancha es Castilla.

Y en las gradas, la caterva, el vulgo, los acólitos, los chupatintas y los aprovechados y también los ignorantes y los ignorados, agitando sus manos para consensuar su aplauso o su pitido para elaborar y gestionar el reproche o el elogio, para alzar el puño o la mano, para alzar la voz o para bajar la cabeza. Y debaten o discuten y hablan de la policía, una policía que golpea y otra que no, una que lo hace más fuerte y otra que tiene más consideración. Unos van al bulto a desahogarse con la porra y otros elementos disuasorios y otros preguntan primero dónde quiere que le golpeen.

Y me pregunto si estamos muy ciegos o muy tontos, porque cada gallo sabe muy bien en qué muladar cantar, y es que hablando de muladares no quedan muchos donde elegir porque ya tienen todos dueño y no todos podemos ser gallos, a lo sumo gallitos.

¿Es que nos están convirtiendo en títeres?


© El embegido dezidor.

martes, 31 de octubre de 2017

"ESPAÑA NOS ROBA" ¿España nos roba? Sobre Cataluña y otras naderías.

«España nos roba» Es la gran fantasía inventada por y para la propaganda política. Este aserto, poco original pero potente, se ha convertido en un eslogan que, a fuerza de martillear, ha ido calando en las mentes más febriles del independentismo. Un eslogan muy al estilo de Cambó y su Liga Regionalista, la exageración contribuye al crecimiento de un sentimiento catalanista.
                
           Y digo que el aserto es una completa falacia-fantasía por lo impreciso, por lo que tergiversa una realidad y por lo irracional. Si nos basamos únicamente en la cuestión económica queda ésta muy confusa y muy confundida. El baile de datos de un lado y otro es abrumador pero el baile de empresas pone de manifiesto que no hay ningún robo. ¿Alguien se marcharía allí a dónde le roban?

«España nos roba» Esta generalización es en sí misma, además de todo lo dicho, es un despropósito, insuficiente y pueril que ignora, alevosamente o por desconocimiento, los diferentes pueblos que forman el Estado español. Es en sí misma una falta de respeto a esos pueblos y a sus naturales.

Pero ¿es España quien roba? ¿España, los españoles o es el gobierno central y entonces no es España? ¿Esto quiere decir que cada ciudadano del Estado nos hemos convertido en ladrones que robamos indiscriminadamente a los ciudadanos de Cataluña? ¿Quieren decir que España es todo lo que rodea a Cataluña por el oeste y por el sur? ¿Ignoran de nuevo alevosamente o por desconocimientos las otras realidades-naciones históricas? ¿Y no tendrá este «desconocimiento» intencionado la finalidad de alimentar un movimiento ideológico o político?

Pero ¿esto ha sucedido siempre o es cosa del PP? ¿O también fueron los socialistas? ¿O fue la democracia? ¿La dictadura también? ¿O esto viene de siglos? Porque España, lo que se dice España eran reinos —cinco—.

Si no recuerdo mal, el decreto del 26 de mayo de 1943 le otorgaba a Cataluña y Valencia la exclusividad de la realización y participación en las ferias de muestras nacionales e internacionales.  ¿Era España entonces o no lo era? Y si hacemos un repaso al interior de la península —mediados del siglo XX— es fácil deducir quién, o mejor dicho quiénes, fueron favorecidos por una política industrial y comercial, seguramente destinada a contentar a pueblos de historia insurrecta. Tampoco hay que olvidar el papel desempeñado por la burguesía en el periodo republicano y el apoyo de muchos de ellos al régimen franquista. Y ¿hablamos de Barcelona 92?

La balanza puede no ser satisfactoria para algunos, pero la acusación de «España nos roba» se cae por su propio peso. Por todo ello y por mucho más, que está escrito en la historia, el aserto de «España nos roba» es una jugada política tanto para alimentar una ideología, y más aún a unos políticos que, como se está viendo, buscaban más chupar del frasco que defender el interés general de unos ciudadanos a los que decían representar y a los que ahora han abandonado.


                © El embegido dezidor.

domingo, 29 de octubre de 2017

"Mariano, Marianito". Sobre Cataluña y otras naderías.


Uno se pregunta si este presidente, y me refiero a Mariano Rajoy, no estará ungido de un halo especial o ha sido elegido, además de por el dedo tiránico de Aznar, por el dedo beatífico del cielo. Si esto último es así, no puedo más que preguntarme cuáles han sido sus méritos, por qué ha sido él el escogido de entre los millones de españoles o fue el cielo el que lo escogió para materializar alguna venganza a la ya de por sí sufrida población de este país, o lo que sea, que debido a mi limitada visión de futuro no consigo descifrar. Ahora, gracias al señor Puigdemont, otro individuo elegido a dedo —ironías de la historia —, Mariano, Marianito será un protagonista fundamental de la historia de Cataluña en particular y de España en general.
                
Mariano Rajoy, hombre de continuos siseos y extensos silencios, cuyo aprendizaje al frente del gobierno ha sido llegar a la conclusión que lo suyo es mejor no hacer nada, ha tomado dos decisiones en este proceso trascendentales. La primera, en aquel 1 de octubre, fue una soberana metedura de pata. Su decisión fue alimento para un proceso que, visto lo visto, únicamente se sustenta en sentimientos y en razones de poco peso y de minúscula historia; y la segunda, el 155, que por su inoperancia demostrada genera muchas dudas.
                
Y es que este presidente, con su inacción, ha acelerado un proceso de independencia, que si ya empezó de manera irrisoria, muy al estilo de películas de Paco Martínez Soria, hoy, en el día de la declaración de la república, ha quedado aún más ridiculizado.

¿Alguien, más allá de la ultraderecha europea, dará legitimidad a un proceso democrático al «estilo Venezuela»? Si esta respuesta es afirmativa, mi decepción será doble, no porque Cataluña sea independiente sino por las formas empleadas. Será el momento entonces de constituir las dos nuevas naciones. Por un lado, la República Frangollona de Cataluña y por el otra el Reino Chafallón de España.
       



© El embegido dezidor.

jueves, 26 de octubre de 2017

ASÍ NO, SR. PUIGDEMONT. Sobre Cataluña y otras naderías.


A un presidente, sea de lo que sea y más especialmente tratándose de un presidente que debe representar a millones de ciudadanos, en su ejercicio de la responsabilidad se le exige, ante todo, no solamente que no mienta, sino coherencia. Coherencia que es clave para evitar divagaciones, para que exista en su palabra y en sus actitudes la seguridad de que no abandonará la senda que ha decidido pisar, que habrá una lógica en cada una de sus decisiones sin ser la respuesta a un calentamiento o a una presión exterior.
            
Un presidente no puede estar en misa repicando y con la maza dando. No puede y más que no poder, no debe, predicar el diálogo, abanderarse como el adalid de la democracia, erigirse como el infatigable perseguidor del acuerdo, como ejemplo máximo de parlamentario y a continuación renunciar al diálogo porque el escenario lo considera hostil a sus aspiraciones o porque una mayoría de ese parlamento no entienda sus palabras.
           
El parlamentar es el oficio de todo parlamentario y es su obligación hacerlo allí donde deba y además se lo permitan. Y es de lógica, y un presidente debería saberlo, aplicar la pedagogía en su discurso. Cuando algo no se entiende es necesario un cambio en la argumentación y no consolarse en el difuso discurso, por simple y vago, de la falta de entendimiento o de comprensión. ¿Se imaginan que en las aulas se actuase de la misma forma que lo hace el presidente de una Generalitat? Clamarían las voces en protesta por tan errónea actitud. Bien dicen que la fe mueve montañas y ciega a las personas.

¿Es que este presidente, elegido a dedo por sus acólitos, es tan ingenuo que pensó que el resultado de su travesía iba a ser una palmada en la espalda y un “te ayudaremos”? A cambio rechaza defenderse de la incomprensión a la que le tienen sometido precisamente en un parlamento. Prefiere, desde su hura, medicarse con el victimismo, bálsamo de contención rápida y calmante para las hordas que le acechan. Y a veces, solo a veces, hasta consigue que le crean.

Así no. Sr. Puigdemont.


© El embegido dezidor.

martes, 10 de octubre de 2017

¿Una gran manifestación? Sobre Cataluña y otras naderías.


Aunque fue multitudinaria, no fue la manifestación del domingo en Barcelona una manifestación tan multitudinaria si la comparamos con otras sucedidas en ese mismo lugar en diferentes momentos, pero sí tuvo y tiene una trascendental importancia. No hay dudas. Y fue importante no tanto por la mayor o menor afluencia de público, sino por su notoriedad, por su significado político y por traspasar una línea, hasta ese día infranqueable, como es ver a los no independentistas manifestar su postura por las calles de Barcelona. Por fin el debate político también estaba en las calles.

Negar esta importancia, la de esta manifestación y la de las anteriores de signo muy diferente, es padecer una ceguera política o una demencia obsesiva por demostrar la ficción. Y se están dando ambos casos. La guerra de propaganda está en su punto álgido y los más enfervorizados acólitos de uno y otro bando buscan posiciones en sus trincheras para acoger el aplauso de los suyos.

El desprestigiar una manifestación basándose en la presencia o no de personas de fuera, ajenas a Cataluña o por sus filiaciones o simpatías políticas, es demostrar que dicha manifestación ha escocido y mucho; es declarar, sin afirmarlo, que ha sido un éxito. No se debe desacreditar una manifestación por la presencia de partidos o asociaciones o particulares de extrema derecha cuando su presencia fue minoritaria y su protagonismo prácticamente imperceptible. Si utilizamos la misma retórica, ¿Debería entonces el presidente de la Generalitat o alguno de su corte anunciar públicamente el desmantelamiento del proceso independentista por tener una apoyo de la ultraderecha europea?

Si algo ha demostrado esta manifestación es que ambos bandos: nacionalistas y no nacionalistas, empiezan a jugar en el mismo terreno de juego. Utilizando una terminología futbolística, «de tú a tú». Es el momento de dejar a un lado actitudes que rozan el infantilismo con discursos tan manidos como el «Y tú más»; en el caso que nos ocupa, el «yo más» por dar más o menos importancia a una u otra manifestación. Es el momento de abandonar la vergonzante confrontación. No por estar en contra del independentismo se es un fascista. No porque se esté en contra del independentismo no debe gustar la butifarra, por ejemplo, o no por ser independentista se deben odiar las sevillanas.

Si apelamos al derecho a decidir, es necesario el respeto al contrario, porque éste, le pese quien le pese es necesario para reafirmar ideas y necesario para que éstas existan. Es parte esencial de la democracia y de la libertad de expresión.



© El embegido dezidor.

sábado, 7 de octubre de 2017

Sobre Cataluña y otras naderías. ALIMENTANDO PERROS CON LONGANIZA.

Hablar de Cataluña es adentrarse en un campo de batalla en el que el solar ya está arrasado y sobre el que coletean aguerridos forjadores de la propaganda y del sentimentalismo en una vana disputa por imponer el dominio de su verdad.

Escuché atentamente los discursos. No estaba jugando al cinquillo aunque bien podría haberlo hecho, pero la actualidad mandaba, y aunque me separan unos cientos de kilómetros del foco del problema, me gusta estar al día a pesar de que una y otra vez se desautoricen mis palabras bajo el epígrafe de estar manipulado.

Pírrico esfuerzo de quienes ahítos en su propio desierto neuronal no encuentran forma alguna de mantener un diálogo educado y respetuoso. Campan por las redes a sus anchas, con su lúbrico sayal de la impunidad, poroso de fragmentos escogidos de historia tejidos en los lupanares de la instrucción y el adoctrinamiento, dominados y ciegos por el poder que emana de las banderas, los nuevos pastores en busca de nuevos rebaños para su propia perpetuación en el tiempo incluso en la eternidad.

Poco o nada podemos esperar, aquellos que formamos parte del pueblo, los que realmente somos pueblo, ahora tan queridos e importantes y siempre los más vilipendiados cuando de mantener a la élites en sus caudalosos ingresos se trata, de quienes practicaron recortes sangrantes que de forma tan dolosa han fustigado a una población; los mismos que recortaron derechos; los mismos que lanzaron sus policías contra la misma población sobre la que ahora buscan respaldo cuando ejercieron su derecho democrático a manifestarse contra aquellas injusticias, descarada injuria labrada en sus despachos; los mismos que nos mermaron la asistencia sanitaria; los mismos que contribuyeron a rebajarnos nuestro poder adquisitivo; los mismos que nos redujeron a meros y simples esclavos de la mano que nos da de comer; los mismos que se han esforzado por mantener la perpetuación de las élites, (el siguiente paso será hacerlo hereditario por decreto); ellos, los que ya han quedado nombrados y señalados en estas líneas, son esos mismos los que ahora apelan a un pueblo, que una vez más ha demostrado ser muy generoso y muy olvidadizo que se pliega a los designios de un dedo inquisidor. Son esas mismas élites las que no titubearon y no dudarán en arrimarse a la mano e incluso al servicio de quien les dé más poder. Y son esas mismas élites las que se alimentan de la confrontación y el odio de la ya por siempre sufridora población sabedoras que ahí reside su poder.

Me preocupa la brecha que se está fraguando entre esa misma población que sufre los desmanes de una clase política carente de escrúpulos, que hará de nuestra convivencia, la de los pueblos de este Estado, mucho más difícil, si no imposible. Lástima de esta ceguera que les servimos tan amablemente en sus bandejas de plata.

Y es que seguimos alimentando perros con longaniza.


© El embegido dezidor.  

viernes, 6 de octubre de 2017

Sobre Cataluña y otras naderías. ¿Tenemos puntos en común?

 No parece, en este mal llamado conflicto catalán-español, que exista un punto desde el que sugerir un nuevo origen y desde el que comenzar a andar un nuevo camino. No lo parece, no, pero ese punto existe.

Y es que resulta que catalanes y el resto de los pueblos con identidades propias y bien definidas, también históricas, que conforman este Estado español, no somos tan diferentes como quieren demostrar empecinadas mentes de egregios simulacros, que tras una algarada verbal, parecen estar en la posesión de la verdad absoluta. La incisiva y venenosa obsesión por demostrar diferencias en contraposición a otras para definir las primeras, no es algo nuevo, ni propio de Cataluña. La historia nos ha demostrado una y otra vez que estas diferencias entre todas las identidades del Estado, han existido y aún existen. Es este un rasgo muy español, de la península, me refiero, muy propio de nuestro carácter, pero no el único.

Cataluña y los demás pueblos del Estado, naciones de hecho todavía no reconocidas, sufrimos en la actualidad gobiernos que están muy por debajo del nivel de sentido común, ética y moral de la población de la península que no los merece.

Ambos, gobierno de Cataluña y gobierno de España, hacen glorias de una ceguera que no raya lo insano, lo insalubre, sino lo putrefacto. En el territorio penínsular impera el reino de la mediocridad, y la chapuza se convierte en objeto de adoración y del culto más delirante. Ejemplos: actuación policial y un referéndum más propio de una película de Paco Martínez Soria que de un territorio que aspira a la independencia.

A todos los ciudadanos de este Estado se nos exige, por parte de sus gobiernos sumisión. Un acto de fe que supera cualquier religión e incluso superior a cualquiera de las nuevas religiones que emergen bajo el sayo de la electrónica. La inquisición y la dictadura ejercida por los terratenientes del medievo, han regresado a nuestros días e imperan por las calles de nuestras ciudades, todas. Resulta ingenuo creer que uno u otro es poseedor de esa certeza inmutable e inamovible como se demuestra en los discursos aprendidos por jóvenes y mayores de uno u otro lado de «la frontera».

En ambos lados, Cataluña y resto del Estado, predomina la argumentación pobre, poco condimentada, repetitiva e incluso culturalmente insultante «¿prensa española manipuladora?» ¿Se trata de algo nuevo? Pero ¿alguien puede pensar que la prensa catalana es la pulcritud y pureza informativa de gran rigor y objetividad? ¿Desde cuándo los medios no se han plegado a los intereses de quién les paga? Como decíamos de pequeños: «tonto el que se lo crea».

Ambos lados hacemos gala de algo muy de nuestro terruño que ha marcado nuestra historia y es la apelación a los sentimientos. Manera rápida y eficaz para acabar con cualquier razonamiento. No hemos descubierto, y ya han pasado siglos, que los sentimientos son lo menos democrático de las personas. Ahora, desgraciadamente es el nuevo sentido común. Todos apelan a él, sin duda la peor de las razones, pero como marca nuestro devenir, y este rasgo es muy español: «lo hago así por huevos».

Compartimos el gusto por la confrontación que sigue siendo el motor de nuestra identidad. Incapaces de enriquecer nuestro patrimonio y compartirlo. Para muchos, aguerridos defensores de una idea, le bastan dos frases, una lengua, en muchos casos mal hablada y pobre de vocabulario y unos colores para convertirse en adalides de una idea u obsesión sin importar los medios para llegar a un fin. Es el freno que nos ha situado en el actual papel que España, o cualquier estado desmembrado de esta atribulada península, desempeñará en esta Europa empecinada en acabar con las diferencias.

Es muy nuestro despertar los odios para eliminar precisamente lo que nos hizo evolucionar desde los tiempos del Paleolítico: la racionalidad. El odio se ha convertido en el opio de los idealizados y en el gran alimento y tormento de las ideologías, en la mejor herramienta que abre las puertas del paraíso a manipuladores, corruptos e interesados.

No debemos olvidar nuestra falta de memoria y la facilidad para olvidar, así como el desenfreno del que hacemos gala para mostrar una pasión que nos eleva al Olimpo de la fruslería. No me queda más que preguntarme, llegados a este punto y sin querer profundizar más, si habrá una generación de políticos que con rigor, inteligencia, honestidad y coherencia, sean capaces de llevar a buen término las aspiraciones ideológicas que nunca deben ser suyas, sino las de una mayoría y que sepan demostrar de forma fehaciente que así es.


Por compartir hasta compartimos gobiernos corruptos. ¿No es suficiente para sentarse a hablar y llegar a una votación legal que permita la verdadera libertad de expresión recogida en nuestra Constitución?  

(c) El embegido dezidor.

jueves, 5 de octubre de 2017

Palabra de Rey.

Habló el rey.

Su mensaje fue escueto, directo e incisivo y también incendiario y provocador. Para muchos ya se echaba en falta en este escenario que parecía ser propiedad solo de unos, que hubiese quien fuera capaz, alejado de la pusilanimidad de un gobierno incapaz e incapacitado para encarrilar los acontecimientos relacionados con Cataluña, que haciendo uso del castellano, «pusiese los puntos sobre las íes».

Para unos llevará toda la razón, para otros se habrá excedido, pero no cabe duda alguna que ha puesto sobre la mesa adjetivos y sustantivos que la realidad ha hecho evidentes a los ojos de las miradas objetivas y alejadas de sentimentalismos, si esto es todavía posible.
No le ha faltado valor, y su aparición en televisión flaco favor le ha hecho a un gobierno cuyo presidente permanece escondido y cuyas decisiones, si las ha tomado, no han servido más que para empeorar este conflicto de Cataluña con el resto del Estado. Mucho deberá reflexionar el presidente del gobierno y sus secuaces y valorar si su perpetuidad en el cargo es lo mejor para el conjunto de España.

En sus palabras, más que una apropiación de las actuaciones de un gobierno, predomina una realidad generalizada en una población, incluso para aquellos que anhelamos, cuando menos, un reconocimiento histórico de nuestra tierra o nuestro país, que es el padecimiento que hemos soportado durante décadas, para mí que ya estoy entrado en años, de un nacionalismo que ha hecho de la autoflagelación y el victimismo una biblia de comportamientos y actitudes que se han ido repitiendo como un automatismo. Lo seguimos viendo en la información española, sin desmerecer a la catalana que le sigue a la zaga, cuyos mensajes, que por arte de birlibirloque, perduran anclados más allá de los tiempos sin un atisbo de variación.

Y no discuto razones, que las hay, pero esta biblia, tristemente, no es sólo exclusiva de una parte del nacionalismo catalán, véanse también otros movimientos nacionalistas, incluido el nacionalismo español, erróneos cuando se ocupan más de la confrontación que de la expansión y construcción cultural. Un nacionalismo excluyente es la destrucción social de la población a la que se quiere someter y por contagio al propio Estado.

Quedó bien reflejado en el mensaje del rey el pensamiento que muchos ciudadanos tienen y tenemos sobre lo acontecido, pero también es verdad que su mensaje no ayudará a resolver el conflicto, y una vez más, tristemente una vez más, se recurre, como tantas veces, al sentimiento del orgullo de ser español. Me pregunto dónde puedo encontrar ese orgullo cuando, hoy por hoy, es algo arduamente difícil al ver cómo los derechos obtenidos durante décadas se les han negado a las clases trabajadoras y menos favorecidas, clases que se han visto vilipendiadas, condenadas a vivir y padecer la desigualdad entre los ciudadanos donde ellos son el extremo más perjudicado. A esto hay que añadir la insultante soberbia de una clase política dispuesta a enriquecerse a costa de pueblo del que se pretende que se sienta ciegamente español.

Si sólo nos queda el orgullo de ser español en los términos que la clase política propone, va a ser que realmente no queda nada.


© El embegido dezidor.