viernes, 24 de julio de 2015

Poemario. ANTIFONARIO DE LA LIÉBANA de Luis Julio González Platón.



Un sueño de caballos salvajes
galopaba por la garganta del valle,
mientras sonaba en sordina la voz del arroyo
y a los robles, lentamente,
regresaba la savia con su voz nueva.



Son pocos los poemarios que vuelvo a releer una segunda vez y aún es más extraño que haga comentario alguno sobre ellos. No poseo esa habilidad. Pero permítanme este atrevimiento, esta osadía si lo prefieren, esta licencia para comunicar, informar e incluso sugerir la lectura de este poemario, Antifonario de la Liébana de Luis Julio González Platón.
             
Un poemario escrito con los cinco sentidos para que el lector los desmenuce y los viva con los cinco sentidos.





Son versos también para viajar, para viajar entre los poemas, entre las páginas del libro al interior de la Liébana, sin tiempo medido ni definido, dejándose llevar por la sutileza de su creador capaz de conducirle a aquellos mundos de aldea, de abuelos y abuelas al abrigo de la lumbre que tan lejos han quedado en nuestra memoria, desconocidos para muchos otros que nunca vivirán aquellos placeres llenos de sufrimiento de un mundo, el de los pueblos, el de las montañas y valles, carentes de tantas cosas y sin embargo tan llenos de vida.



Estalló, de pronto, un gemido de gozo en el valle
cuando el primer hombre llegó hasta el otero
y su morada hizo de burda piedra.



Antifonario de la Liébana es pues, un viaje a esos lugares, a esas aldeas, a esas casas de burda piedra y recia madera, a esa vida tan llena de vida. Es poesía que se vive, que se saborea, que se escucha, que se ve, se toca e incluso se huele. 



En la casa, eran tus ojos
y las mariposas del fuego,
el amor conviviendo en las habitaciones
que albergan viejos armarios
con olor a manzanas en sus entrañas.


Disfrútenlo con los cinco sentidos. No hay contraindicaciones, ni riesgo alguno de infringir la dieta, a lo sumo, un incipiente, quién sabe si descontrolado, deseo de viajar de nuevo y no sólo en el espacio, también en el tiempo. 



Ahora que la tarde con luz se abrevia
y la noche ocupa los territorios de la vida,
se nos va borrando el temor de la nieve,
llegamos a entender su blancura en las cumbres.

            
J.C. Atienza.