lunes, 10 de septiembre de 2012

LIBREPENSADORES.


¿Existe en la actualidad la figura del librepensador? O por preguntarlo de otra manera ¿se puede ejercer en los momentos actuales el librepensamiento?

La duda sobre la existencia del librepensador en estos tiempos modernos en los que más que progreso se puede hablar sin sonrojarse de involución, es más que razonable. Las circunstancias no le son muy favorables para construir un pensamiento libre.

Atravesamos tiempos, dicen que modernos, de un progreso confuso. Los librepensadores, tanto los de ejercicio como los de oficio, lo hacen dentro de una libertad concedida que no permite la libertad de conciencia, y donde no hay plena libertad no puede haber un pensamiento libre, y sin este, la existencia de librepensadores se limita a la extinción.

Para el librepensador que quiere ejercer y que lo hace por dignidad humana, y por sentirse todavía como un elemento vivo dentro de una sociedad, tendrá que superar innumerables dificultades para poder forjar una opinión basada en el análisis de informaciones cuando estas en su mayoría están carentes de objetividad y de realidad o cuando menos, levemente imprecisas debido a la gran intoxicación ejercida desde los poderes y los medios como elemento disgregador y aniquilador de pensamientos para el mantenimiento de una sociedad adocenada. El librepensador, en su ejercicio, está obligado a desenvolverse en un fangal en el que las excreciones ideológicas campan a sus anchas y cuya hediondez no tiene otro objetivo que confundir a la razón. Y es aquí donde, en algunos casos, acaba el librepensador. La razón, que es su herramienta principal, deja de ser útil para oxidarse y el librepensador, que siendo libre para exponer, se convierte en un pensador cuyas exposiciones son acartonadas como consecuencia de un pensamiento limitado.

Desgraciadamente, llegados a este extremo, el librepensador acaba desempeñando el oficio en la nómina de alguna empresa de comunicación y aquí termina en muchos otros casos su figura. En España, pero no sólo en España, nuestra democracia no está siendo de mucha ayuda, si bien con ella podemos sentirnos sin serlo, ciudadanos libres, para el librepensador está siendo una soga que estrangula sus ideas por la utilización que de la democracia están haciendo quienes gracias a ella se han erigido en el poder. Si la democracia debe proteger y despejar el camino para enriquecer la libertad , hoy se encuentra solapada por una timocracia en la que la verdad, esa verdad objetiva, concisa e inequívoca no existe, en la que la libertad de expresión no se ejerce con absoluta libertad y la información se ve cada día cercenada y manipulada. Por tanto si no hay, porque no puede haber, razonamiento basado en informaciones veraces, objetivas e inequívocas puesto que la verdad tiene más disfraces que una multitudinaria fiesta de carnaval, la figura del librepensador se desvanece como la niebla para habitar en la utopía.

Llega entonces el momento de las etiquetas en el que se refugian estos “librepensadores” para subsistir. Si habláramos del por qué hay la necesidad de una etiqueta o cualquier etiqueta sin entrar en consideraciones de mayor enjundia, podríamos explicarlo argumentando que España, en su esencia, sigue siendo un país plácidamente instaurado en un simplismo enfermizo que bascula entre el sectarismo, el gregarismo y el refranero: Dime con quién andas y te diré quién eres. Como diría Kant: el hombre no ha salido de su culpable mayoría de edad. Está claro que España no ha superado su mayoría de edad y muestra una y otra vez su incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro. Si el denominado o autodenominado librepensador utiliza la etiqueta como distintivo para ofrecer u ofrecerse como acreedor de credibilidad estamos pues, de nuevo ante un oficio y como todo oficio debe ajustarse a unas normas, a unas reglas que inexorablemente acotan la libertad e impiden que el razonamiento alcance toda su capacidad de desarrollo. No hay duda que todo pensamiento ajustado a normas y reglas deja de ser un pensamiento nacido de la libertad y por tanto de la verdad objetiva, concisa e inequívoca. Si la libertad para elaborar sus pensamientos no es plena no podemos hablar de librepensador a menos que se quiera apropiar fraudulentamente de esa etiqueta.

Estamos pues ante la vulgarización del término y de la figura del librepensador. La vulgarización del pensamiento refleja la vulgarización de un país. Tenemos libertad de pensamiento pero no tenemos un pensamiento libre porque la libertad es peligrosa para quien ostenta poder.

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